Al igual que dos años antes, Argentina caía en semifinales y debía afrontar un partido por el tercer puesto, pero ahora las diferencias eran muchas: un rival más accesible que en Japón, donde habían tenido que enfrentar a Estados Unidos; la sed de revancha contra el equipo que les había ganado en el debut y los había llevado a jugar semifinales contra los norteamericanos y no contra España, un rival también difícil pero al que se le podía ganar, y por último, habían aprendido a apreciar mucho más el valor del bronce: la mitad de los integrantes del plantel no tenía en sus armarios la plata de 2002 ni el oro de 2004. Pero, además, un factor clave influyó en la previa.

Olympics Day 12 - BasketballComo si no fuera suficiente motivación subirse a un podio en un Juego Olímpico, algo pasó que hizo que el equipo saliera a dejar la piel en la cancha, aún más de lo que naturalmente lo hacen. Emanuel Ginóbili, sin que casi nadie lo supiera, decidió arriesgarse y jugar el decisivo duelo frente a Lituania.

Se cambió, se vendó bien la zona lastimada y probó en la previa, lejos del resto. No hubo caso: demasiado dolor hizo que se diera cuenta de que no podría ser útil al equipo. Sin uniforme, con jeans, escuchó la charla técnica de Hernández y a sus compañeros darse ánimo y fuerza, y no resistió: se largó a llorar como un niño.

Él, con tres anillos de NBA, un oro olímpico, galardones personales y premios en Europa y ya considerado uno de los mejores deportistas de la historia argentina, se ponía a llorar porque no podía jugar por un tercer puesto.

¿Cómo no iban a salir a comerse la cancha los once restantes? “Estaba mal, lloró, y al verlo nos motivamos y pusimos todos los huevos que nos quedaban. Pusimos todo, pero todo, eh”, explicaba Nocioni luego del encuentro. Creo que ver a un jugador con la trayectoria de Manu sentirse de esa manera por no poder jugar por esa medalla, obviamente que es una motivación más”, agrega ocho años más tarde. “El deseo de ver a Manu en su esplendor y no poder fue una daga en el corazón que hizo que estuviéramos aún más fuertes y maduros de la cabeza para lograr la victoria”, agrega Román González.

Lo cierto es que, si de salir a dejar la vida se trata, en Argentina hace ya 15 años un nombre se destaca: Andrés Nocioni. El Chapu llegaba muy diezmado al último partido del campeonato, pero con suficiente resto como para salir al parquet. Y con suficiente corazón –o pelotas, en la jerga barrial– para ser el motor y la figura de un equipo que jugaría un encuentro perfecto y se quedaría con el último escalón del podio.

beijing-2008“Físicamente estuve mejor que contra Estados Unidos. Por momentos me dolía bastante, pero al final no me importaba nada”, declaró después el alero. “Lo que hizo el Chapu no lo puedo creer. El tipo está en una pata y presionaba la bola como si fuera un pibe de 20 años que recién empieza”, lo elogiaba Manu en un comentario tal vez inspirado por una jugada en la que Nocioni robó el balón y cruzó toda la cancha casi rengueando para convertir un doble.

Montecchia, su ex compañero, desentraña a la distancia lo que significa jugar con Nocioni: “Vos ves un tipo que se tira todos los tiros de cabeza, entonces no podés no tirarte aunque sea una de cabeza porque quedás en evidencia. Creo que contagiaba, contagiaba mucho”.

El ex jugador de Independiente de Pico y el TAU Cerámica español, entre otros, reconoce que “durante el año la lesión trajo bastantes consecuencias porque no empecé en el mejor rendimiento y Chicago decidió transferirme a Sacramento”, pero aclara que no se arrepiente “porque valió la pena, porque fue hecho con todas las ganas y el corazón para estar luchando otra vez a primer nivel mundial con la Selección”, y cierra el relato: “El dolor estaba, entrar en calor era bastante complicado pero bueno, obviamente la situación lo ameritaba, hacer un esfuerzo físico por conseguir una medalla. Decidí jugar y tratar de olvidar el dolor, que por momentos molestaba y por momentos no: por el mismo trajín del partido y la adrenalina uno se olvida de esos dolores”.

Pero además del santafesino (14 puntos y 8 rebotes) y del aporte de Delfino (20 tantos y 10 rebotes, para no extrañar a Ginóbili) y Scola (16 unidades), dos hombres emergieron en ese momento de necesidad. “Sabíamos que podíamos entrar y apoyar en momentos críticos, como pasó”, asegura Leo Gutiérrez. “Lo de Manu fue un bajón, pero la verdad es que el equipo no lloró su ausencia”, agrega Paolo Quinteros.

La explicación “casetera” que suelen usar los entrenadores para hablar de los jugadores que no tienen minutos en cancha es algo así como “están para sumar, saben que en cualquier momento les puede tocar”. Generalmente es solo una frase hecha, nada más. Pero la Generación Dorada volvió a demostrar que es un equipo de verdad, donde todas sus piezas tienen algo para dar. En el partido más importante, el de la medalla, Leo y Paolo se convirtieron en los protagonistas que nadie esperaba.

Conscientes de que, con Manu fuera, todos tenían que dar un poco más, Hernández les dio la chance y no la desaprovecharon. Ambos venían teniendo pocos minutos (Quinteros algunos más que Gutiérrez), cumpliendo principalmente la función de dar descanso a los titulares. Pero tras los 19 minutos en cancha que completaron cada uno en semifinales, en el encuentro por el tercer puesto asumieron protagonismo: Leo aportó 11 puntos (3/5 en triples), 1 rebote y 2 asistencias en sus 17 minutos en cancha; Paolo sumó también 11 (3/4 de tres), 5 rebotes y 2 asistencias en 15 minutos, y los dos fueron fundamentales con sus lanzamientos externos en momentos clave. “Siempre la tiro, estoy medio loco, qué le voy a hacer”, afirmaba entre risas Leo Gutiérrez, ya de vuelta en Ezeiza.

El resultado final fue 87-75 (Argentina llegó a ganar hasta por 24), pero el análisis va más allá. Por cuarto torneo consecutivo (2002, 2004, 2006 y 2008), la Generación Dorada se metió en semifinales –o que ocasionó que luego del campeonato ocupara el primer lugar del ranking FIBA por primera vez en la historia– y dio, otra vez, una heroica demostración de coraje, básquet y trabajo en equipo.

Con los huevos del Chapu como emblema, los muchachos del Oveja se quedaron con un bronce que para ellos vale oro. “Beijing fue un torneo increíble para nosotros”, concluye el héroe.

REPARACIÓN HISTÓRICA
Los jugadores argentinos festejan. Se abrazan, saltan, hacen su ritual en el medio de la cancha al ritmo de “Esta es la banda”. Mientras uno da notas, aparece otro por detrás a saludar o molestar jocosamente al que está hablando frente a los micrófonos. Recién terminado el partido son pura alegría, y aún falta la emocionante ceremonia del podio. Pero antes de todo eso, hay tiempo para una reparación histórica.

Manu Ginóbili, el mejor basquetbolista argentino de la historia, tenía una espina clavada desde 2004. Es que tras ganar el oro en Atenas y conseguir la pelota de la final luego de una negociación con un miembro de la organización, la misma había desaparecido “misteriosamente” de su habitación en la noche siguiente al triunfo.

Carlitos Delfino, de gran torneo, decidió que era momento de compensar esa injusticia. “Me pareció que era bueno darle la pelota al narigón después de tanto sufrimiento. Además, yo había sido marcado como uno de los sospechosos de la desaparición de aquella pelota, aunque no tuve nada que ver. Consideré que era un lindo gesto dársela a él”, se solidarizó el Lancha.

Mientras Porta consumía los últimos segundos del torneo picando el balón, Delfino fue, se la sacó y, tras darle un largo abrazo y susurrarle un par de cosas al oído, le dejó el trofeo al bahiense, que había alentado como un hincha, dado indicaciones como un entrenador y disfrutando más que si hubiera jugado.

Las heridas de la pelota perdida en 2004 y la lesión en la semi de Beijing comenzaban a cicatrizar, gracias a otro gesto de un plantel que demostró ser grande tanto fuera como dentro de la cancha

*Extracto del libro “Dorados y eternos”, de Editorial Aguilar, páginas 160 a 165