Inglaterra pasó de ser el país con el peor problema de violencia en el fútbol, sobre todo durante los ‘70 y los ‘80, a ser un país líder en materia de la erradicación de la violencia de las canchas. Una suma de factores contribuyó al nuevo panorama, a comienzos de los ‘90.

Los cambios se dieron de la mano con la creación de la Premier League, una liga de élite que rompió records en sumas millonarias de comercialización y televisación.

La cultura popular atravesó mutaciones. La emergencia de la nueva droga ecstasy tuvo un impacto impredecible. Se impuso un tipo de música nuevo, y una forma de fiesta clandestina al aire libre que duraba toda la noche, las raves. Esto, a su vez, tuvo varios efectos. Por un lado, estas fiestas debían ser organizadas sin el conocimiento de la Policía, y se apeló a quienes mejor sabían organizarse de esta manera: los hooligans comenzaron a actuar como seguridad informal de estos eventos.

Gradualmente, los mismos grupos que hasta entonces se reunían en el centro de Manchester un sábado al mediodía para un combate, empezaron a reconocerse por haber pasado toda la noche del viernes y la madrugada del sábado bailando juntos, abrazándose bajo los efectos del éxtasis. De a poco no tuvieron más ganas de pelear. En las tribunas de Manchester aparecían bananas inflables gigantes. El público del futbol había cambiado.

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Numerosos estudios (Mark Grimson, de Lifeline) atribuyen el fin del hooliganismo al aumento del consumo de éxtasis entre los jóvenes. El uso de la droga es comúnmente asociada con una reducida agresividad y un aumento de empatía entre individuos bajo su influencia. Sobre todo en comparación con el alcohol, la sustancia tradicionalmente de mayor consumo entre el público futbolero.

Pero hay otros factores que sucedieron también en torno al fútbol: las entradas a la cancha aumentaron de precio, desplazando a ciertos sectores. Si bien la demografía del hooligan nunca fue necesariamente de escasos recursos (muchos de ellos banqueros, o trabajadores de la city), es un hecho irrefutable que hoy en día ir a ver futbol de élite es prohibitivamente caro. Además, la venta de abonos por temporada superó la venta de entradas a partidos individuales, lo que permitió controlar mejor a los espectadores.

Cambios que en su momento parecían impensables fueron implementados rápidamente. Los estadios cambiaron su estructura: no se permitió más publico parado: todos con su asiento. Se instalaron cámaras, la policía fue entrenada por los servicios de inteligencia, comenzaron a divulgarse operativos que utilizaban informantes –oficiales vestidos de civil infiltrando grupos organizados– y rigurosos archivos para identificar a los líderes de los grupos violentos organizados u otros elementos no deseables. Se implementaron prohibiciones y negativas de acceso al estadio de ciertos individuos. Se prohibió el consumo de alcohol en las tribunas.

Queda claro que ni las políticas, ni las fuerzas de seguridad, ni la Policía, ni el éxtasis funcionaron como una cura. Hubo muchos niveles de cambio, y un entendimiento sociológico de la psicología subyacente que impulsaba a algunos jóvenes a buscar la violencia como programa (Dr. Clifford Stott, Universidad de Liverpool).

En un panel reciente, Dougie Brimson, ex hooligan, sostuvo que a menudo es difícil explicar a quienes no conocen la experiencia la intensidad de la adrenalina durante los incidentes de violencia organizada. “Es sumamente excitante y estimulante; tremendamente divertido”, dijo Brimson.

Si bien la violencia desapareció de la cancha en Inglaterra –y sobre todo de ciertas canchas, ya que existe aún cierto nivel de enfrentamientos en Inferiores, en partidos que no son televisados y en los centros de las ciudades con hinchadas mas “bravas” o “apasionadas”–, los incidentes de agosto demuestran que la búsqueda de límites. Y la necesidad de participar en actos disruptivos masivos sigue presente.

Lo que más repulsión despierta en algunos es la aparente diversión con la que los jóvenes tomaron las calles, rompieron vidrieras y saquearon tiendas, incendiando autos y tachos de basura. El hecho de que es por gusto resulta indigerible. Y aquí nos vemos nuevamente frente al problema real al que debemos apuntar. La violencia como pasatiempo de los hombres jóvenes del mundo. Más allá del futbol. Algo que Inglaterra no ha solucionado.