Hay una práctica instalada en algunos relatores de fútbol: critican o se quejan airadamente si un equipo intenta salir jugando. Ni que hablar si se comete algún error en el manejo o alguna desprolijidad. Se arrancan la ropa y los pelos denostando a aquellos que buscan una salida clara. Jamás computan las veces en las que el arquero y los defensores se esmeran en salir ordenadamente ni se fijan en el origen de una jugada que terminó en gol a favor. Prefieren el pelotazo, que la sacudan bien lejos del arco propio o que despejen sin miramientos. Eso, según su particular visión, asegura el invicto del arco propio.

El fin de semana se dieron dos situaciones que bien pueden servir de ejemplo para desacreditar esta postura tan arraigada en nuestro fútbol. No siempre despejar a cualquier parte o salir largo se transforma en algo virtuoso.

Vamos primero al gol de Racing ante Quilmes, más precisamente al tercero.

Racing, con uno menos, después del empate 2-2, había bajado en su rendimiento y Quilmes se acercaba hasta Orión sin demasiada profundidad pero con prolijidad. El único jugador que no estaba en esa sintonía era el arquero Rigamonti, quien por alguna extraña razón se había encaprichado en salir de su área con pelota dominada al pie y, en lugar de habilitar a algún compañero cercano, sacaba pelotazos al corazón del área rival. Ya lo había hecho antes en un par de ocasiones.

La jugada en cuestión nos muestra Rigamonti con la pelota en las manos y con dos compañeros libres a la derecha. Incluso Tromebetta, antes de sacar, le hace un gesto para que salga jugando con Pérez Acuña. Pero Rigamonti prefiere el zapatazo. Tres cabezazos devolvieron la pelota hasta que la recibió Bou casi sobre la raya del medio campo. Bou habilitó a Acuña, quien picaba por la izquierda. El posterior centro de Acuña fue empujado por Cuadra en el segundo palo para marcar el 3-2. Desde el patadón de Rigamonti a dividir, hasta el gol de Racing, pasaron 16 segundos: 39:45 a 40:01.

Veamos:

  El segundo caso se dio en el partido de Godoy Cruz-River. El arquero Rey intentó salir jugando con Danilo Ortíz. La pelota le pasó por abajo de la suela del defensor y le cayó a Pity Martínez, quien demoró la descarga hacia Alonso y permitió el cierre de Diego Vera, quien venía como un bombero desde el sector izquierdo de la defensa. Vera, ya con el control de la pelota y sin que nadie lo apremiara, en lugar de buscar la salida, tal vez escaldado por lo que había ocurrido segundos antes, cerró los ojos y reventó la pelota en el córner sin ninguna necesidad. El relator, que venía de decir “error tras error, señores” o “el arquero que la regala” o “se están regalando el futuro del partido, mi querido Latorre”, no se detuvo a reflexionar sobre ese cierre y ese despeje al cohete. Tampoco lo hizo, extrañamente, Latorre. De ese córner, llegó el cabezazo de Mora y el 2-1 de River. No hubo mención alguna sobre el regalo que se le había dado a River o el error de origen (ese despeje exagerado) que terminó con el córner a favor de River. Miremos:

 

Ya no estamos hablando de elegancia, fútbol vistoso o lo que elegimos para sentarnos a ver un partido. Como le gusta a los eficientistas, hablamos de resultados, de goles en contra, de errores conceptuales que desembocan en sufrimiento para los equipos. Sabemos perfectamente que esta discusión está perdida y que vamos a tener que seguir soportando a algunos relatores enojadísimos cuando un equipo sale jugando, pero no nos resignamos.

Nos gustan los equipos que cuidan la pelota. Los defendemos. Pero no lo hacemos porque somos idiotas que nos gusta que nos marquen goles en nuestro arco. Lo hacemos porque pensamos que tener la pelota, bajo el riesgo de perderla (siempre se la puede perder) es la mejor manera de progresar en el campo y de defenderse. La verdad de Perogrullo dice: si la tengo yo, no le tiene el otro; si la tengo yo, no me van a hacer goles.

Probablemente Rigamonti y Vera hayan aprendido al lección. Los que seguramente no lo hicieron son algunos relatores que seguirán propiciando el tan mentado “pum para arriba” o el “despeje si quiere ganar”, como si esa fuera efectivamente la receta para proteger el arco propio.

Para desmentirlo, a las pruebas nos remitimos.