El día en el que lo asesinaron, Carlos Mugica jugó al fútbol. Era integrante de un equipo llamado La Bomba. El 11 de mayo de 1974, después del partido, Fernando Galmarini lo despidió en el club Atalaya de San Isidro. Eran cerca de las dos de la tarde. El cura se subió su 4L y partió hacia la Iglesia San Francisco Solano, donde dio una misa. A las 20.15, cuando salía de la parroquia de Zelada 4771, en Villa Luro, lo acribillaron. Cinco tiros de frente y un sexto por la espalda. Galmarini escuchó la noticia en la radio.
“Yo soy hincha fanático de Racing, me gusta mucho ir a la cancha”, escribió Mugica en la revista Cuestionario de mayo de 1973. Iba con Nicolás, el hijo de la cocinera, y sentía que en la tribuna eran todos iguales. Ese mundo era su alegría: con Nico compartían las mismas cosas. “El mundo de la burguesía, en cambio, es el mundo de las diferencias –dijo–; está la puerta de servicio y la entrada de la gente; una comida para el personal de servicio y una comida para los patrones. Con el fútbol me agarraba unas ronqueras bárbaras, pero además tenía problemas de conciencia. Yo era muy piadoso, y en mis oraciones le pedía siempre a Dios que ganara Racing. Mi hermano Alejandro era de River, y él le pedía a Dios que ganara River… yo pensaba ‘ahora no sé cómo se va arreglar Dios… Y bueno, entonces habrá empate’”.
“El fútbol llenaba todo el tiempo que no ocupaban sus tareas”, le dice a Un Caño María Sucarrat, autora de El Inocente, la biografía de Mugica. “Jugó a la pelota al mismo tiempo que aprendió a caminar. Tanto que quiso ser jugador de futbol antes que sacerdote. Pero no lo logró. Se probó, quedó y luego se dieron cuenta que pasaba el límite de la edad”, agrega.
Todos los jueves, Mugica jugaba al fútbol en el seminario de Villa Devoto. Había armado una especie de Selección. “Ricardo Capelli, uno de sus amigos más cercanos, dice que era un verdadero animal y un salvaje puteador”, recuerda Sucarrat. Un día llevó a la Primera de Racing a jugar un partido. “Era, se diría hoy, el asesor espiritual del equipo”, contó el sacerdote Domingo Bresci. Esa relación con los jugadores lo llevó a entablar una gran amistad con Oreste Omar Corbatta. El Garrincha argentino era analfabeto, y Mugica se propuso que aprendiera a leer y escribir. Su amiga íntima, acaso su amor, Lucía Cullen, militante peronista y colaboradora en las tareas sociales, era quien le enseñaba a Corbatta. Lucía desapareció el 22 de junio de 1976.
Mugica solía entrar al vestuario de Racing para darles la bendición a los jugadores antes de los partidos. El 18 de octubre de 1967, cuenta Sucarrat en su libro, Mugica llegó al Hampden Park de Glasgow para el primer partido entre Racing y Celtic por la final de la Intercontinental. El periodista Diego Lucero le pidió que tradujera el lema del escudo, en latín: “Ludere causa ludendi” (“El deporte por el deporte mismo”). Y lo llevó a la sala de prensa para ver el encuentro. Allí, relata Sucarrat, se encontró con John William Cooke. Mugica ya tenía definida su opción por los pobres y por el peronismo. Cooke, delegado personal de Perón, admirador de la Revolución cubana, le insistió, mientras veían a Racing, que tenía que visitar La Habana. El cura lo hizo más adelante, en secreto, pero después del partido sólo podía pensar en su equipo: visitó a los jugadores que habían perdido con los escoceses. El equipo de José lo recibió con un aplauso.
Mugica no ocultaba su pasión por Racing. Galmarini, ex futbolista y secretario de Deportes de Menem, dice que el cura era capaz de gritar goles de la Academia rodeado de hinchas de Boca en la Bombonera: “Recuerdo haber tenido con Carlos más de un quilombo”.
El cura jugó hasta el último día. Siempre lo hizo de un lado: por Racing y por los trabajadores. Hasta que la Triple A lo asesinó. En el Barrio Güemes de la Villa 31, un club lleva su nombre -y el de su pasión-: Padre Mugica Racing de Güemes.
Nota publicada en la edición número 48 de la Revista Un Caño, de junio de 2012.