Asomó en Atlanta en 1962 en un descolorido y decadente fútbol argentino. Después del desastre de Suecia, en el ambiente maduraba la idea de que todo tiempo pasado había sido mejor y que todo lo nuevo era una porquería. Gatti encarnaba claramente lo nuevo: camisetas de colores, bermudas, pelo largo y un estilo en su puesto -el más conservador del fútbol- bien alejado de la tradición, de la ortodoxia y de los tres palos.
Con muy pocos partidos en Atlanta pasó a River cuando Amadeo Carrizo, la máxima gloria del club, estaba a punto de retirarse después de veinte años en Primera.
En vez de sentarse en el banco a esperar con respeto que le llegara su turno, Gatti empezó a provocar a Amadeo. Decía que estaba viejo y acabado y que él era el mejor. Su afán por llamar la atención no tenía límites. Inspirado en Muhammad Alí, declaraba con estridencia y se hacía sacar fotos en las que parecía más un beatle que un arquero.
Contra cualquier pronóstico, Juan Carlos Lorenzo, entrenador en ese entonces del seleccionado argentino, lo convoca como tercer arquero para el Mundial de Inglaterra de 1966. Es la contracara del titular, el sobrio y conservador Antonio Roma. No juega, pero alcanza cierto protagonismo una vez finalizado el partido contra Inglaterra: Junto a otro suplente del equipo, José Pastoriza, ingresa al campo de Wembley buscando a Kreitlein, el árbitro alemán que había expulsado a Rattin. Simplemente queríamos pegarle, explicó.
Muchos años después, el mismo Pastoriza, siendo entrenador de Boca, jugaría un rol determinante en la carrera del arquero.
River tenía demasiados frentes abiertos en esa época como para lidiar con semejante personaje. Los años sin títulos seguían pasando y un arquero que sale a gambetear, traba con los delanteros contrarios y hace los laterales en la mitad de la cancha, era lo último que necesitaban los dirigentes. Deciden entonces desprenderse del fanfarrón que aseguraba ser el responsable de llevar a su máxima expresión el degenaramiento del puesto de arquero, y lo venden a Gimnasia.
Su llegada a La Plata coincide con los años más gloriosos de Estudiantes, sin embargo por su personalidad y carisma Gatti se convierte en la bandera con la que los hinchas de Gimnasia sobrellevan aquella etapa esquiva, con orgullo y dignidad.
En Gimnasia pareció encontrar su lugar en el mundo. Allí desarrolló su estilo, se brindó al espectáculo y por primera vez se hizo notoria su ascendencia sobre sus compañeros dentro del campo. Fue en la cancha de madera del Bosque donde filmó la famosa publicidad de Bols en la que marca un gol de arco a arco después de clavarse una ginebra. Con eso, hasta los que no sabían nada de fútbol supieron quién era Hugo Gatti.
Mientras todavía estaba en Gimnasia, Gatti empieza a insinuar que se considera el arquero ideal para Boca. Después pasa a los hechos y se fotografía con una bandera xeneize. Recién en 1976, tras un paso por Unión de Santa Fe, llegará a La Bombonera de la mano de Juan Carlos Lorenzo. Allí se consagrará campeón por primera vez y con doblete: Metro y Nacional más el pasaporte para la Copa Libertadores.
Pero antes, en el tristemente célebre Marzo de 1976, Gatti juega el partido que termina de delinear su leyenda. Convocado por Menotti para una gira internacional del seleccionado argentino, enfrenta a la Unión Soviética en el campo nevado de Kiev y la rompe. Juega de pantalón largo y gorra de lana con pompón. Esconde una petaca de whisky dentro del arco y cada cinco minutos, entre atajada y atajada, se manda un trago para no congelarse. Termina borracho. Y es la figura del equipo.
Un mes más tarde, en abril, se fractura la mandíbula en un partido frente a Independiente pero al año siguiente ataja el penal más importante de su vida: a Vanderley, de Cruzeiro, en la final que significó para Boca la primera Libertadores de su historia.
Gatti estaba llamado a ser el arquero de Argentina en el Mundial 78, pero una lesión en la rodilla y la presión desde las altas esferas en favor de Fillol, lo dejaron afuera. Sin embargo, ese mismo año se consagró campeón Intercontinental al vencer 3 a 0 con Boca al Borussia Mönchengladbach, en Alemania.
Resulta curioso que un arquero que fue tan influyente para la evolución de su puesto, con recursos técnicos ideales para el juego ofensivo, que hizo escuela con su estilo y le cambió la cabeza a un montón de arqueros jóvenes que quisieron ser como él, no haya podido refrendar sus virtudes con la casaca nacional en competencias trascendentes.
Integra junto a Bochini, Alonso y alguno más, ese Olimpo de mitológicos cracks setentistas, ídolos indiscutidos en Argentina, pero ilustres desconocidos para el gran público internacional.
Siempre será recordado con alegría por su aporte al espectáculo, su talento, por los riesgos que tomaba y por La de dios, esa temeraria jugada que, de tan absurda, resultaba efectiva, y con tristeza por su abrupto final, cuando tras la primera fecha del campeonato de 1988, después de un gol bastante pavo que le costó a Boca una derrota en casa frente a Deportivo Armenio, José Pastoriza, su entrenador, lo borró del equipo y del fútbol para siempre.