Hay varias cuestiones instaladas y que incluso son aceptadas sin demasiada oposición por aquellas personas que defienden a la libertad de expresión como un valor necesario para la sociedad. Es toda gente de bien, por supuesto, pero que ante determinados estímulos, trastabillan en sus convicciones porque el discurso dominante es demasiado poderoso para mantener la guardia en alto durante las veinticuatro horas del día.

De hecho, quien firma estas líneas, también padece esos lapsus de confusión. Y muchas veces deja que el sentido común más ramplón le gane la batalla al pensamiento crítico. Y todos sabemos que cuando esto ocurre, tenemos perdida gran parte de la batalla cultural que debemos dar cada día para exigirnos ser mejores personas.

Una de frases más escuchadas, por ejemplo, es que hay que hacer un culto a la tolerancia. Error. No hay que tolerar al otro. ¿Por qué tengo que sentarme a escuchar que un tercero diga gansadas o disparates sin oponer ninguna resistencia intelectual? ¿Quién dijo que hay que ejercer la templanza cuando alguien ofende o descalifica?

lomba1La cosa cambia si decimos que lo que debemos hacer es aceptar al otro tal como es y muy a pesar de las diferencias. Ese sí es un ejercicio mayor. ¿Tolerar? Nada. ¿Aceptar? Por supuesto.

Quien permanentemente está dando cátedra de pluralismo en los medios de comunicación es el titular de Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi, ya que para la media general de Cambiemos es un buen comunicador y una de las espadas mediáticas del Gobierno.

Lombardi se desenvuelve aceptablemente en la televisión y por lo general entrega respuestas convincentes a sus interlocutores. Convincentes no quiere decir que sean valiosas o enriquecedoras, valga la aclaración. Ya que Lombardi es uno de los paladines del sentido común y de decirle a la tribuna (a su tribuna) lo que la tribuna (su tribuna) quiere escuchar.

Ya definió a los trabajadores de los sistemas federales de medios como “capas geológicas”, en un exabrupto que no sólo no rectificó sino que además lo ratificó en la Comisión Bicameral de Libertad de Expresión. Referirse a trabajadores de la comunicación como “capas geológicas” no sólo demuestra desprecio por su trabajo sino además por su forma de pensar, ya que muchos de los que fueron despedidos eran partidarios del gobierno anterior. Ergo, no se aceptaron las diferencias. Y mucho menos, toleraron.

Pero nos vamos a quedar con un caso muy preciso y que todos hemos escuchado que Lombardi desarrolló en más de una ocasión. Se trata del de Javier Vicente, quien es vulgar y peyorativamene llamado el “relator militante”.

vicenLombardi se llena la boca hablando de Vicente: “lo despedimos porque era inadmisible que enviara mensajes políticos y partidarios durante las transmisiones de fútbol”. En primer lugar quiero poner en crisis esta frase: ¿era inadmisible? ¿Por qué? ¿Acaso la libertad de expresión tiene vericuetos que desconocemos? A uno le puede gustar o no lo que hacía Vicente (a mí, particularmente, no me parecía el lugar apropiado), pero de ahí a que sea motivo de despido o que se califique su actitud como inadmisible hay un trecho muy largo.

Vicente debía ser evaluado por las razones por las que había sido contratado. Es decir, se lo debía calificar si relataba bien o mal, si se equivocaba en los nombres de los jugadores, por el énfasis en gritar los goles o por alguna otra razón vinculada a su trabajo. Ninguna de estas cuestiones fue valorada para decidir su despido.

Sólo se sostuvo que era kirchnerista y que manifestaba su adhesión a Néstor y Cristina sin camuflar sus opiniones. ¿No hubiera sido más lógico sentarse con él cuando cambió la administración del Estado y decirle que esas prácticas ya no estaban contempladas en el nuevo manual de estilo de las transmisiones? ¿Por qué no se le dio esa oportunidad? ¿Quién decide lo que se puede decir durante la transmisión de un partido de fútbol o no? ¿Quién tiene la vara para medir los límites de la libertad de expresión? ¿Lombardi ejerce el desafío de la blancura para los periodistas o comunicadores? Si Vicente hubiera manifestado sus simpatías por Mauricio o Cambiemos, ¿hubiera sido despedido? Todos sabemos la respuesta. El kirchnerómetro, en el caso de Vicente, funcionó aceitadamente. Ya a esta altura del partido no nos sorprenden las persecuciones ideológicas, lo que sí nos asusta es que se acepten como algo razonable, que se las naturalice.

Insisto: no estoy diciendo que lo que hacía Vicente estaba bien. Lo aclaro para que no salten los cazadores de kirchneristas (que los hay) descalificando esta reflexión antes de ponerse a pensar. Sólo digo que Vicente fue despedido por manifestar sus preferencias partidarias y que eso está mal, desde el lugar que se lo mire.

Nadie debería ser perseguido laboralmente por ser macrista, radical, peronista, kircherista, trotskista, socialista, comunista o liberal y por manifestarlo. De ahí a que se cuestionen las preferencias religiosas, por citar otro caso, hay un pasito muy corto. Y mucho menos aún si esta decisión proviene del Estado, que es justamente el que debe velar por la libertad en el sentido más amplio de la palabra.

Se lo pudo reconvenir, establecer pautas y marcar límites (insistimos con el manual de estilo) pero de ninguna manera echarlo. Eso se llama proscripción. Aquí, en Estados Unidos, en Rusia o en la China. Y si la naturalizamos estamos en horno. Porque quedamos en manos de supuestos defensores de la libertad de expresión que, en realidad, son cínicos que se no están riendo en la cara.