El primero de marzo de 1943, Julius Hirsch se dio cuenta de que iba a morir. Un tren lo arrancó de su exilio en Francia y lo trasladó a Auschwitz, el mayor centro de exterminio del nazismo. Cuando leyó la frase “El trabajo os hará libres” en el umbral del complejo, perdió toda esperanza de salvación. Fue uno de los más de un millón de judíos que murieron en manos de la SS en el campo de concentración del que hace pocos días se cumplieron setenta años de su clausura.
Fue uno de los mejores futbolistas alemanes de comienzos de siglo. Ídolo de Karlsruher, formó una delantera histórica junto a Fritz Förderer y Gottfried Fuchs. Se destacó como el primer judió en jugar en la Selección nacional de Alemania y aún hoy es recordado como un pionero del deporte teutón. Jugaba como wing derecho y tenía en la velocidad e inteligencia sus principales virtudes.
Crack, amado por los hinchas, campeón nacional en 1910 y héroe de la Primera guerra mundial. Pese a esos méritos, no pudo evitar un destino marcado en la frente de todos los judíos. El despiadado régimen nazi no mostraba piedad frente a quienes consideraba enemigos de sus ideas de pureza de la raza y los exterminaba. Sean obreros o fenómenos del fútbol. Todos terminaban en el mismo lugar.
Juller fue titular en el único partido disputado por la Nationalmaanschaft en los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912. Una derrota 5-1 frente a Austria marcó el final abrupto de la aventura alemana en Suecia. Tras esa participación, decidió alistarse al ejército alemán en la Gran Guerra. Allí, perdió a uno de sus hermanos en el campo de batalla antes de regresar con honores y la condecoración de la Cruz de Hierro. Todo cambió a su regreso.
Hirsch era más alemán que Hitler. Nació en Achern en 1892, como el último de seis hermanos. Se crió sin necesidades en el seno de una familia de comerciantes. Llegó a Karlsruher cuando tenía sólo diez años y allí vivió los mejores momentos de su carrera deportiva. A su regreso de la guerra, trabajó en el club como entrenador de juveniles hasta 1933, año en el que lo apartaron por su religión y comenzó su calvario. Hoy, es recordado como el personaje más importante de la historia del club, pero cuando más necesitó apoyo, lo dejaron sólo.
“El amor que le tenía a este equipo al que he pertenecido desde 1902 ha desaparecido radicalmente. Quiero que quede claro el daño que nos está haciendo la nación alemana a un conjunto de personas decentes que hemos demostrado nuestro cariño a este país, incluso dando nuestra sangre por él”, escribió a modo de despedida en una carta cuando ya sabía que su destino iba a estar marcado por el miedo y el exilio.
En 1933, los judíos alemanes dejaron de ser alemanes puros y comenzó la persecusión y el exterminio más feroz de la historia moderna. Como miles de familias, los Hirsch escaparon lo máximo que pudieron. Cinco años después del arribo de Hitler al poder, Juller decidió saltar de un tren en movimiento para proteger a su familia. Después de ese abandono forzado, recluído en el psiquiatrico Bar-le-Duc por una depresión hasta que fue capturado por la Gestapo y enviado al infierno de Auschwitz. Allí soportó el calvario hasta el ocho de mayo de 1945, fecha oficial de su muerte.
Julius Hirsch no fue el único futbolista asesinado en Auschwitz. El húngaro Arpad Weisz brilló como entrenador en Italia (fue maestro de Giuseppe Meazza) y Holanda (llevó a lo más alto al humilde Dordrecht). Se enemistó con Benito Mussolini y, tras la ocupación nazi en Holanda, se convirtió en uno de los enemigos del Tercer Reich por el mismo motivo de Hirsch. Su familia murió en el campo de concentración de Cosel y él lo hizo en Auschwitz Birkenau. No fueron los únicos, claro, pero sus historias sirven para unir la atrocidad de aquella época y el milagro del fútbol.
Desde 2005, la Federación Alemana de Fútbol entrega el premio Julius Hirsch para reivindicar la lucha contra el antisemitismo y la discriminación. Es sólo un gesto que no sirve para combatir los horrores de la era más triste de la historia europea. Sin embargo, logra mantener en el recuerdo de todos el nombre de un verdadero mártir del fútbol.