De chiquito quería ser aviador, pero fue un crack. Un jugador genial, revulsivo, iconoclasta. Amasado en el barro rioplatense, prefiguró el Fútbol Total, tan europeo. Por Argentina pasó como una ráfaga, una saeta. Debutó en River en 1945, jugó sólo un partido, reemplazando al wing derecho Juan Carlos Muñoz. Después de un año a préstamo en Huracán donde marcó 11 goles, volvió a River a jugar de 9, nada menos el puesto de Adolfo Pedernera que se marchaba. Los hinchas le cantaban: Aserrín, aserrán, cómo baila el alemán o Socorro, socorro, ya viene la saeta con su propulsión a chorro. Le cantaban a él, que tenía 21 años y jugaba entre Moreno y Labruna.
A pesar de ser tan argentino, El alemán, jugó sólo seis partidos en el seleccionado nacional. Los seis en el caluroso Diciembre de Guayaquil, en el Campeonato Sudamericano de 1947. Llegó como suplente, en el primer partido frente a Paraguay (ganó Argentina 6-0), no jugó. Dos días después contra Bolivia, entró a los 30’ por René Pontoni y marcó el sexto gol argentino que ganó 7 a 0. Contra Perú jugó todo el partido, marcó un gol y Argentina ganó 3 a 2. Marcó el único gol argentino en el empate con Chile y tres más en el 6 a 0 a Colombia. Jugó 65’ contra Ecuador y lo reemplazó Pontoni y contra Uruguay, al revés, entró a los 69’ por Pontoni. Fueron 384 minutos y seis goles, un amor de verano con la celeste y blanca.
Después vino El Dorado, la aventura colombiana en Millonarios, donde marcó casi 300 goles; las giras, el controvertido pase a Real Madrid y a Barcelona al mismo tiempo, tal vez el fichaje más polémico de la historia por el que lo catalanes todavía refunfuñan. Cuando Alfredo llegó, el Madrid hacía 20 años que no ganaba La Liga. Con él ganó ocho de las siguientes diez y cinco Copas de Europa consecutivas y una Intercontinental.
Fue un transgresor, filmó películas, hizo publicidades de cigarrillos y hasta de medias de mujer, firmó contratos millonarios, lo secuestraron, se peleó con todo el mundo. Una vez en el País Vasco después de un partido contra la Real Sociedad, discutió con un periodista y fue declarado persona no grata por la prensa local. En castigo, no lo mencionaban y en la formación ponían Joseíto, Kopa, Rial, Gento, y el delantero centro de costumbre.
Tenía una inteligencia prodigiosa, una técnica exquisita y una entrega absoluta. Podía evitar un gol en su arco, armar la contra y marcarlo en el de enfrente. No tenía puesto fijo, su zona de influencia abarcaba todo el campo, en España lo llamaban El omnipresente, es decir, Dios.
A punto de retirarse, encargó a un escultor, un monumento en mármol de Carrara para adornar el jardín de su casa en la Colonia del Viso de Madrid. El motivo era sencillo, una pelota tamaño natural, incrustada en la piedra, rodeada de ramas de laurel y una leyenda: Gracias, vieja.