Me contaron muchas veces la jugada que hizo Corbatta el 20 de octubre de 1957, un domingo a la tarde en la Bombonera, y siempre me lo relataron de manera diferente. En las distintas versiones que escuché del gol a los chilenos, Corbatta algunas veces salía desde su área y en otras, desde un costado; en unas se gambeteaba a seis jugadores y en otras a dos o a diez, y en varias volvía dos veces a quedar solo bajo el arco para retroceder hasta la mitad de la cancha y esquivarse a todos de vuelta para hacer el gol. Pero que existan tantas versiones no significa que exista la misma cantidad de mentirosos. Muchas veces no somos conscientes de las exageraciones que cometemos; es la naturaleza dinámica de la memoria lo que deforma nuestros recuerdos. Y las proezas futbolísticas son el territorio ideal para que la inspiración vuele. Cuando yo era chico repetía que el Chango Cárdenas le había hecho su gol al Celtic en 1967 desde la mitad de la cancha porque así me lo había contado mi padre y porque así lo quise creer, aunque después hubiera visto mil veces que el Chango le había pegado unos metros antes de llegar al área.
El gol de Corbatta fue un crimen perfecto. Tuvo la ventaja de lo irrepetible, el misterio de lo que solo pudo contarse. En los 50, las transmisiones en vivo del fútbol argentino todavía eran una rareza. La primera televisación de un partido se hizo el 18 de noviembre de 1951, durante el gobierno de Perón, un San Lorenzo-River registrado apenas con una cámara. El fútbol todavía era una experiencia territorial.
Corbatta fue un jugador sin televisión, un futbolista del posperonismo contado por la radio y congelado en fotos de diarios y revistas. Cuando hizo su gol contra Chile faltaban tres décadas para que Diego Maradona convirtiera en caricaturas a los jugadores ingleses. Al margen de los distintos rivales, de que el gol de Maradona resultó insuperable por un vínculo emocional, y de que uno fue por eliminatorias y el otro por los cuartos de final de un Mundial, lo que separa a ambos goles es un abismo tecnológico. Los separa la televisión. El gol de Corbatta es un mito en blanco y negro encerrado en la tradición oral. El gol de Maradona es una escena en colores, un póster en movimiento que podemos repetir sin miedo al hartazgo.
En la entrevista que le hizo Braceli en 1980, Corbatta contó una jugada de fábula en la que él tenía el joystick del juego y podía moverse a voluntad entre las estacas humanas que lo rodeaban. En su relato, Corbatta se gambeteó a siete chilenos, llegó hasta el arco y se volvió con la pelota casi a la mitad de la cancha: “Entonces me di cuenta de que si no hacía el gol me mataban; me volví, gambeteé a otros tres, hice el gol. No tenía más remedio”, dijo. Lo que se desprende de su última frase, un suspiro de resignación más que una jactancia, es que para Corbatta el gol resultaba un estorbo en medio de sus malabares, una consecuencia evitable pero –a su pesar– impuesta por un mandato externo. Su divertimento, todo lo que le interesaba aunque no fuera su única pericia, era esquivar jugadores. Como deslizándose en una cinta de Moebius, podía seguir gambeteando rivales hasta el infinito.
Corbatta dio una descripción distinta de su gol a Chile en una entrevista publicada en el libro sobre Racing que me leía mi padre, La Academia de Campeones, en la que dijo que 1957 había sido su mejor año como futbolista, por Racing, por el Sudamericano de Lima y por ese gol: “Con gambeta eludí a dos rivales, me detuve, amagué, hice pasar de largo a un defensor que quiso taparme, volví a detenerme, amagué ante la expectativa de todos y finalmente coloqué la pelota junto a un poste, luego de otro amague que dejó sentados en el suelo a dos chilenos más…”.
En El gran pez, la película de Tiro Burton, un padre le relata a historias de fantasía a su hijo, momentos de su vida con personajes oníricos: el hombre gigante, las hermanas siamesas y el pez de un tamaño imposible. El padre no miente, solo exagera. Es una mezcla de lo real con lo fantástico.
El gol a los chilenos es el gran pez de Corbatta.
–No le podían sacar la pelota, fue increíble lo que hizo –me dijo Sanfilippo, que aunque no jugó contra Chile estuvo en la cancha porque era parte de la Selección.
Según la reconstrucción mental de Sanfilippo, Corbatta agarró la pelota fuera del área, gambeteó a dos o tres chilenos, después al arquero y llegó a la línea de gol. La imagen que retenía Sanfilippo era la de Corbatta de espaldas a la tribuna, mirando hacia el campo de juego y retrocediendo con la pelota hasta el punto del penal. Lo que siguió fueron nuevas gambetas y el gol.
En la búsqueda de testigos directos de esa jugada, me encontré un mediodía de abril de 2014 en un bar de Avellaneda con Walter Jiménez, un ex futbolista de 77 años que fue campeón con Independiente en 1960. La tarde del partido con Chile en la cancha de Boca hubo un preliminar entre Santiago del Estero y Misiones. Jiménez jugó para los santiagueños, se apuró a bañarse y se asomó al túnel para ver el partido.
–Corbatta) salió de la mitad de la cancha, hizo tres o cuatro gambetas y ya estaba para hacer el gol –relató Jiménez–. Entonces, lo amagó al arquero y ahí empezaron a llegar los otros y se amontonaros alrededor. Volvió a amagar y al final la tocó así. Cuando años después estuve en Chile, todos se acordaban y me decían: “Lo que hizo Corbatta esa tarde, lo que hizo Corbatta…”
Pero seis décadas más tarde eran muy pocos los chilenos que se acordaban –o quisieran acordarse– del gol del que habían sido víctimas. A los 79 años, Sergio Navarro, que jugó corno lateral derecho para Chile esa tarde, me demostró que conservaba una memoria precisa para los nombres.
–Al arco estaba Amadeo Carrizo. Atrás jugó Solá, con Dellacha, Vairo y Lombardo a la derecha. Los volantes eran Pipo Rossi y Labruna. El 8 era el doctor Prado y el 9 era Menéndez. Yo marqué a Zárate, que jugaba por el lado izquierdo argentino. Y estaba él, Corbatta. Nos ganaron 4 a 0 –me relató por teléfono desde su casa de Santiago. Y me dio su versión del gol, observado con ojos panorámicos desde el otro lado de la cancha:
–Tomó la pelota por la mitad de la cancha, bien abierto, y ahí se apareció un bosque de árboles, todos jugadores nuestros. Los que marcaron a Corbatta ese día fueron Salazar y Astorga. Corbatta pasó driblando y, cuando enganchó, pensé que la iba a tocar hacia adentro pero no, le pegó con el borde externo del pie y la clavó en el primer palo pero suavecito. Todavía recuerdo cómo salió festejando con la mano levantada.
A Leonel Sánchez, delantero de Chile, también lo encontré al teléfono un lunes por la tarde en su casa de Santiago. Recordó que el técnico en aquel momento era un húngaro, Ladislao Pakozdi, que perdieron algo así como 4 a 0 en la Bombonera y que se quedaron sin posibilidades de jugar el Mundial de Suecia. Pero nada más. Ningún rastro del gol de Corbatta.
–Sencillamente, le digo la verdad, ¿para qué me voy a acordar de algo así?
Diego Igal, un periodista amigo, me mandó el recorte de un diario de Mendoza en el que Tomás Sanz, hincha de Racing y ex jefe de redacción de la revista Humor, contaba que el gol de Corbatta había sido el mejor que había visto en su vida. Cuando le preguntaron eso, cuál había sido el mejor gol que había visto en su vida, Sanz respondió: “Posiblemente, un gol que hizo Corbatta a una Selección chilena, en unas eliminatorias para el Mundial de 1958. Estoy delatando mi edad, pero bue… no importa. Ese podría ser uno de los goles más increíbles que vi. Ese gol fue en la cancha de Boca”.
Llamé por teléfono a Sanz para que agregara algo más a lo que había dicho en el diario mendocino. Si lo había visto, si tan presente lo tuvo esa vez, podría darme detalles, quizá guiarme acerca de cómo había sido la jugada y decirme, por fin, a cuántos futbolistas chilenos se había gambeteado Corbatta. Apenas le comenté sobre sus dichos en 1988, Sanz se sorprendió:
–¿Yo dije eso?
–Sí, Tomás, usted dijo eso, lo estoy leyendo ahora mismo.
–Sí, bueno, no sé, habré dicho eso seguramente si está ahí. No lo diría ahora, pero fue un golazo de un tipo que yo admiraba mucho. Lo que recuerdo es la paciencia de Corbatta. Entró por derecha y empezó a amagar, a amagar y a amagar, hasta hacerse el hueco entre los chilenos para rematar con mucha clase. Fue un tiro de gracia hecho con elegancia y sin apuro. Si dije eso, es señal de mi admiración por ese jugador.
Podemos no recordar lo que dijimos de un recuerdo. Es otro de los secretos de la mente.
El lunes 21 de octubre (le 1957 no hubo matutinos porque el domingo había sido el día de los trabajadores gráficos. La hazaña de Corbatta se publicaría en los vespertinos. “Un gol memorable”, tituló La Razón en su quinta edición. “Lombardo despojó a Sánchez, avanzó unos metros y habilitó a Corbatta en campo rival. El puntero emprendió rápida carrera y se corrió al centro, colocándose frente a Quitral, a poco más de tres metros. Amagó entonces un tiro con la izquierda, descolocando al guardavalla con pasmosa tranquilidad y pasó la pelota al pie derecho, con el que impuso el esférico hacia un rincón, lejos del alcance de Quitral, que nada pudo hacer por evitar la nueva caída de su valla. Una estruendosa ovación premió la extraordinaria jugada del puntero derecho”, detalló la crónica. Ese día, además, Corbatta desvió un penal; la pelota pegó en el palo, pero lo más curioso fue que él lo pateó porque lo pidió la tribuna, aunque se suponía que era otro el jugador designado. Pero eso quedó en una anécdota menor.
Y como si todo se confabulara para que el gol de Corbatta se transformara en un recuerdo borroso, se agregó un dato desolador: ese domingo a la tarde la cancha de Boca tuvo algunas tribunas vacías. No solo se trató de un gol sin filmación, sin posibilidad de repeticiones y apenas reconstruido con recuerdos imprecisos, sino que también fue un gol con menos testigos de lo previsto. “Concierto sin público”, tituló la revista Racing. “Es posible que hayan influido en eso las referencias del mediocre poderío del seleccionado chileno, pero, sin duda, han sido los precios de las entradas fijados por la AFA los que han determinado la no concurrencia de espectadores”, explicó un pequeño recuadro en el diario Noticias Gráficas. Según El Gráfico, los hinchas no fueron porque la Selección formaba con demasiados jugadores de River: “El pueblo hubiera deseado que más clubes estuvieran representados en el equipo nacional”.
En la crónica de La Nación leí la descripción más austera del gol Corbatta: “Avanzó éste internándose velozmente en el área chilena y, próximo al arco, eludió a Astorga, ubicándose libre de adversarios a pocos pasos de Quitral. Entonces, en una demostración de su ductilidad de gran jugador –no siempre Corbatta es el forward alocado conocido por todos–, amagó tirar hacia la izquierda, descolocó al arquero e impulsó la pelota en forma leve a la derecha, como expresando con ello todo lo capaz que es”. Aunque se lea como un gol más de los que tantas veces se vieron en una cancha, el cronista aseguró que sería lo único que perduraría en el tiempo de ese partido.
No estaba equivocado. El 24 de junio de 1986, dos días después del partido con Inglaterra en el Mundial de México y casi treinta años después del gol de Corbatta, La Nación le preguntó a un grupo de periodistas si el gol de Diego había sido el mejor de la historia o si hubo otro mejor o similar. Víctor Hugo Morales rescató la jugada de Corbatta: “Eludió a dos chilenos, enfrentó al guardavalla, lo dejó atrás, allí, muy cerca del borde del área chica; se frenó en vez de rematar al arco, que estaba prácticamente desguarnecido, con un amague casi imperceptible hizo pasar de largo a un defensor que se fue al piso; se quedó parado frente a la pelota, sin tocarla; con otro amague descolocó a los últimos dos chilenos que intentaron marcarlo y, con suavidad, tocó la pelota”.
Pero Víctor Hugo tenía nueve años cuando eso había sucedido y vivía en Uruguay, por lo que no pudo haber estado en la cancha ese día. Así que le pregunté cómo era que recordaba ese gol.
–El recuerdo es muy modesto –me explicó– lo tengo de una secuencia fotográfica de la revista El Gráfico. La jugada está en varias fotos. Era una maravilla, hasta me parece verla en este momento.
Esas fotos que mencionó Víctor Hugo fueron lo más cercano que pude llegar al gol: ocho imágenes desplegadas en dos páginas con tonos sepia, tomadas desde atrás de la jugada, desde los palcos, en 45 grados hacia el arco que todos conocen como el que da a la Casa Amarilla. La secuencia podría ser parte de un flip, una animación hecha con varias fotos que toman vida cuando se las hojea velozmente con el dedo pulgar, los orígenes del dibujo animado.
Lo que se ve es que Corbatta, el 7 en la espalda, entra al área con la pelota en la pierna derecha, y que el arquero está agachado a medias, las rodillas flexionadas, listo para atrapar la bala de su fusilamiento. Lo que se ve es que se acercan dos jugadores chilenos –Raúl Salazar y Vicente Astorga– hasta la posición de Corbatta, que ya está casi en el área chica, tirado a la izquierda del arquero. Lo que se ve es que el arquero se queda clavado en su línea. Lo que se ve es que Corbatta engancha hacia adentro con la pierna derecha justo cuando Salazar lo va a cruzar. Lo que se ve es que el arquero no se mueve. Lo que se ve es que Corbatta se saca de encima a Salazar, que Astorga ya no llega y que se acerca un tercer jugador chileno. Lo que se ve, aunque recortado, con dificultad, es que el tercer jugador es Juan Rojas y que Corbatta ya está de frente al arco. Lo que se ve es que el único que no se mueve en las fotos es el arquero René Quitra. Lo que se ve es que Corbatta se corre hacia el centro llevando la pelota con la pierna derecha y que atrás del arco de madera hay gente con traje, gente con corbata, gente con camisa, mucha gente para (la y otra gente sentada, muy cómoda, sobre los escalones de la popular. Lo que se ve es que Corbatta toca la pelota y que ahora lo rodean cuatro jugadores chilenos, y que la pelota ya entra en el arco y levanta la tierra y que el arquero está tirado boca abajo, los brazos estirados hacia adelante, las manos apoyadas contra el pasto y las piernas como acalambradas, retorcidas, y que si hay una imagen de lo que significa morder el polvo la imagen es esa, y que Corbatta se va mirando de costado mientras la gente que está atrás empieza a abrir la boca porque lo que se ve es el gol de Corbatta a los chilenos.
El gol a los ingleses de Corbatta.
Lo que no se ve está explicado en las doce líneas que acompañan las fotos; que la pelota estaba en el campo argentino y que hubo un pelotazo que, aunque la nota no lo dijera, sabemos que fue de Francisco Lombardo. Tampoco se ve que Corbatta tuviera que dejar en el camino a Astorga, porque las imágenes empiezan cuando ya lo tenía atrás. Si la reconstrucción más fiel del gol invisible está en esas fotos, Corbatta esquivó a dos jugadores antes de enfrentar al arquero y tocársela a un costado. No habrán sido diez gambetas y tampoco siete, no habrá regresado a la mitad de la cancha para después volver, pero lo espectacular de la maniobra estuvo en el tiempo, en la paciencia que empleó, en haber esperado a Salazar para que pasara de largo. Hay una imagen en esa misma edición de El Gráfico que está por fuera de la secuencia, en la página 3, y que fue tomada de frente a la jugada, atrás del arco. Corbatta tiene las piernas cruzadas porque acaba de tocar la pelota, el arquero Quitral trata de tirarse a sus pies y Salazar se estira para tapar el gol. La tercera bandeja de la Bombonera está desnuda, no hay más de veinte personas. Sobre esa imagen escribieron el título: “Para la historia”.
“Orestes Omar Corbatta –relató El Gráfico, entonces dirigido por Dante Panzeri– da la puntada inicial a una de las jugadas más estupendas que se hayan visto en el aspecto individual, señalando así el cuarto gol de la Selección argentina en su partido frente a los chilenos. En otra página damos en secuencia el desarrollo íntegro de esta acción memorable, realizada con pasmosa serenidad y precisión, ya que después de eludir al zaguero visitante, se detuvo ante el arquero, miró y colocó la pelota junto al poste. Ocurrió a los 41 minutos del primer período.”
No importa que no haya sido como la contaba Corbatta. La epopeya no estuvo en la cantidad de gambetas, en haber regresado a la mitad de la cancha y haber vuelto porque no tenía remedio, sino en haber matado el tiempo. No habrá esquivado a todo el equipo chileno, pero hizo algo más épico: frenó el mundo.
El autor de las fotos era Sabi Mursep.
Me pregunté quién era Sabi Mursep.
Y me encontré otro misterio del gol.