En Europa, hay una clase de “hincha” moderno que no es hincha. O, por lo menos, no es la clase de hincha que la mayoría de nosotros somos. Es un seguidor, muchas veces un fanático potente y comprometido con la causa, pero que no demuestra un cariño especial por ningún club en particular. O sea, el tipo es un amante del fútbol que se viste como hincha, que parece un hincha pero que no se preocupa demasiado por el resultado.
En estos días, es común ver en Berlín a gente con la cara pintada de un lado con los colores de Juventus y de otro lado con los de Barcelona. O, en el colmo de la ambigüedad, con una camiseta mitad blaugrana y mitad bianconera. La final de la Champions League es el ámbito en el que mejor se ve a este nuevo sujeto del universo futbolero. Porque en definitiva, a este hincha edulcorado le gusta más las luces del espectáculo que el juego en sí mismo.
“Yo quiero que haga un gol Messi y también uno Pirlo”, dice un muchacho que salta y agita una bandera… de Chelsea. Los colores no tienen demasiada trascendencia, importan más los nombres. Es la otra cara del “los técnicos se van, los jugadores pasarán”. Los clubes no son nada más que espacios que contienen a las estrellas. En esta nueva época, el simpatizante del futbolista ganó protagonismo.Por supuesto que la mayoría de los europeos no son así y que muchos mantienen el amor tradicional por un sólo equipo, pero esta nueva generación ha demostrado que se puede amar el fútbol y sufrir por él sin necesidad de tener un sentimiento de pertenencia por una bandera. Porque disfrutan del juego, lo conocen y lo viven, pero de una manera diferente. Es algo así como: vamos a la cancha, gritamos los goles de todos y nos vamos felices.
“Yo quiero que haga un gol Messi y también uno Pirlo”, dice un muchacho que salta y agita una bandera… de Chelsea. Los colores no tienen demasiada trascendencia, importan más los nombres. Es la otra cara del “los técnicos se van, los jugadores pasarán”. Los clubes no son nada más que espacios que contienen a las estrellas. En esta nueva época, el simpatizante del futbolista ganó protagonismo.
Para algunos será una especie de evolución de la humanidad. Vamos a la cancha como si fuera ir al teatro o, peor aún, a un deporte que no nos movilice. Sin embargo, el fútbol es lo que es, un fenómeno cultural sin precendentes, porque logró movilizar a los pueblos desde la irracionalidad. Es cierto que muchas veces eso atenta contra el espíritu deportivo y que es una de las razones por las que hoy sufrimos lo que sufrimos en Argentina, pero también lo es que hay otros motivos mucho más pesados que la pasión desmedida.
Hay pocos partidos más espectaculares que la final de la Champions League. O, mejor dicho, ninguno. Porque se juega todos los años y porque casi siempre reúne a los mejores jugadores del mundo. Además, logra juntar todo lo maravilloso del juego con lo accesorio, con el show y el espectáculo. En este encuentro están juntos los hinchas de los equipos y los hinchas de nadie (y de todos).
El hincha de todos siempre está cerca del exitoso, por supuesto. Hoy ama a Messi, pero en diciembre seguía con fruición todos los movimientos de Cristiano Ronaldo. Y mañana estará encima de Mario Götze. O quizás al mismo tiempo. Lo que importa es ser parte de la ola. Hoy el fútbol es un negocio descomunal, un show como no hay otro en el planeta. Y esta nueva clase de seguidor es producto de esta nueva era.