E l cronista que firma esta nota es argentino, peronista e hincha de San Lorenzo. Desde ese lugar se planta para decir que Néstor Kirchner apareció como un rayo en la política para cambiar el status quo de las cosas. Los santacruceños lo conocieron mejor, pero para los porteños –tan encerrados que estamos en nuestra lógica–, Kirchner cruzó a la sociedad de punta a punta y la marcó de aquí para el fin de nuestros días.

Sus políticas como presidente y luego como asesor de Cristina Fernández, en apenas siete años de intervención furiosa, alcanzaron al Estado (recuperó empresas clave privatizadas, renegoció la deuda y le pagó al FMI), a los viejos, a los trabajadores, a los desocupados, a los niños, a los homosexuales, a los heterosexuales, a la Justicia, a la educación, a los medios de comunicación, a los empresarios, a los del campo (no a todos, sólo a los bien llamados “garcas”), a la Iglesia católica, a los Derechos Humanos, a las Fuerzas Armadas, a las alianzas internacionales y a cuanta cosa uno se pueda imaginar. Incluso tuvo tiempo para ocuparse tangencial pero decisivamente del deporte, con sus políticas sociales y con el Fútbol Para Todos. Y decimos tangencialmente porque Kirchner no era Perón y mucho menos Menem en su relación con el deporte: no aparecía en las tapas de las revistas montando a caballo, andando en moto o jugando al fútbol o al básquet, pero sí hizo cosas que reformularon tanto el alcance social de los clubes de barrio como la vida económica del fútbol profesional. Dijo alguna vez, en una de sus tantas humoradas, que en su juventud había jugado al vóley, al fútbol y al básquet, pero que su real sueño habría sido poder hacerlo bien.

Pido “minuto”, como en el básquet, y me permito una pequeña digresión. Decía al principio que quien firma esta columna es argentino, peronista e hincha de San Lorenzo. La primera y la última definición tienen explicaciones claras: argentino porque nací en este país e hincha de San Lorenzo porque mi abuelo Alberto me hizo conocer la pasión por la camiseta azulgrana. La segunda sentencia, en cambio, es más compleja. ¿Por qué soy peronista? Podría ser por la sangre, es decir por la herencia de Mario, mi padre, que era peronista. O podría ser por la historia: todo lo que hizo Perón entre 1946 y 1955 me convenció de darle un bonus track al hecho de ser peronista, más allá del desastre que hizo el General en la década del 70. Pero más acá de todo, siempre retumbaba en mi cabeza la pregunta: ¿qué es el peronismo? ¿Aquel movimiento nacional y popular que hizo saltar por los aires las estructuras establecidas en la década del 50? ¿El del espíritu desarrollista de los 60? ¿El revolucionario de la resistencia de los 70? ¿El social demócrata light de los 80? ¿O el inescrupuloso neoliberal de los 90?

Kirchner y GinobiliMi padre, alguna vez, allá por 1979, fue consultado. Y dijo: “El peronismo es lo que nosotros, cada uno de los que lo integramos, queremos que sea”, en una variante de aquella famosa frase de Perón que decía que “peronistas éramos todos”. Aquello me alcanzó y bastó para ser peronista, aunque más no fuera con una capucha de vergüenza durante el menemato, tal vez el momento más difícil para reivindicar el origen político. Porque el peronismo, en aquella época, era más un punto de partida que una definición ideológica. Pero llegó Kirchner y otra vez la palabra peronismo, o el hecho de ser peronista cobraron contenido, recuperaron su significado. Y los que nos avergonzábamos por decir que éramos peronistas, pudimos una vez más inflar el pecho y decirlo sin rubor, para reivindicar lo que bien podría ser una religión, porque admitimos que el sentimiento que acompaña a los compañeros está por encima de todo, incluso de la razón.

Fin del tiempo muerto solicitado. Y las disculpas del caso por haber llevado una crónica a un nivel tan personal. Pero sería imposible hablar de Kirchner sin la honestidad intelectual de admitir desde dónde se dicen las cosas. Sería interesante que los Morales Solá, los Grondona, los Blanck y tantos otros hicieran lo mismo: que dejaran de escudarse en la objetividad o en esa entelquia denominada periodismo independiente que ya nadie defiende seriamente.

Regresamos a Kirchner. La otra noche, ya después de la muerte del ex presidente, el sindicalista de los judiciales Julio Piumato dijo que “antes se reivindicaban las banderas de Perón y Evita; desde ahora tendremos que levantar las de Perón, Evita y Néstor”, lo que sintetiza parcialmente algo que ya se está gestando, por ahora de manera tímida, pero que va tomando fuerza especialmente después de la muerte de Kirchner: se está ingresando en un peronismo de segunda generación, en un peronismo que recuperó sus virtudes y que a su vez le sumó las vicisitudes de este siglo XXI globalizado y la siempre compleja realidad del partido.

Y esto se llama kirchnerismo, es decir una versión superadora de aquel movimiento que supo ser nacional y popular y que aún debe lidiar con las oscuras fuerzas de derecha que lo integran y que, hoy por hoy, se hacen llamar Peronismo Federal o disidente. Con esto no queremos decir que dentro del kirchnerismo todos piensen igual o que no convivan fuerzas de derecha, de centro y de izquierda. Siempre habrá de todo en el peronismo, sea kirchnerista o no. Pero, como decía Perón, los melones se acomodan cuando el carro se pone en movimiento, por lo que no falta demasiado para que se terminen de ordenar los tantos y así podamos ver con mayor claridad quiénes están de un lado y del otro, quiénes serán los que le darán carnadura al Peronismo Federal y quiénes se la otorgarán al Peronismo kirchnerista. Y dependiendo de quién se imponga en esa puja de fuerzas absolutamente encontradas, sabremos algunos peronistas si tendremos que volver a ponernos la capucha o si esta idea de país sigue hacia adelante, con Cristina como abanderada, ya no sólo de los humildes, sino de todos los argentinos.

Sea como fuere, mucho de lo que escribimos lo hizo el hombre que se acaba de despedir. Deja un legado. Y su viuda, la presidenta Cristina, será la responsable de defenderlo. Néstor Kirchner se fue dejando un país mucho mejor del que supimos ver en los últimos cincuenta años.


 

Nota publicada en la revista Un Caño número 31, de noviembre de 2010.