Dicen algunas crónicas de la época que lo primero que vio aparecer la partera fue su nariz y que recién después salió su cuerpecito. También se comenta que protegió sus piernas con algodones. Era el 25 de abril de 1947 en un modesto hospital de Betondorp, un barrio de Ámsterdam muy cercano a la cancha del Ajax y cuya característica principal es que resulta impronunciable para cualquier argentino de lengua floja.
De pibe era un enano flacucho que gambeteaba grandulones a los saltos para que no le quebraran algún hueso. Recibió su primer par de botines a los 9 años, cuando su padre, Manus, se gastó hasta el último florín obtenido en la verdulería que atendía en Jordaan para darle el gusto a Jopie, tal como lo llamaba su madre Nel.
El 25 de abril de 1957, el mismo día de su décimo cumpleaños, llegó un sobre a nombre de Hendrik Johannes Cruijff-Draaijer. Manus miró el remitente y empezó a temblar: tenía el membrete del Ajax. Su hijo, por fin, iba a poder estudiar sin que en ello le fuera la mayor parte de sus ganancias. Su hijo, por fin, iba a poder jugar a la pelota sin que Nel pusiera el grito en el cielo porque no ayudaba junto a su hermano mayor Henny en la huerta de la familia.
Dos años más tarde, Jopie ya juntaba más de 500 personas en los partidos que disputaba en las divisiones menores del Ajax. Pero el destino le reservaba un golpe duro: su padre iba a morir de un infarto a los 44 años, dejándolo como el único sostén de la casa con apenas doce años.
Esta situación obligó a que los dirigentes lo citaran para firmar un contrato secreto; porque todo Ámsterdam comentaba las maravillas que hacía ese narigón extraordinariamente hábil y flexible; y ya había interesados en llevárselo al fútbol alemán.
Cinco años después pegó el salto esperado y hasta un poco más. Sólo le hizo falta calzarse la camiseta blanca y roja número 14, jugar dos partidos en la Primera entre el 15 y el 22 de noviembre de 1964, meterle un gol al GVAV de Groningen y otro al PSV Eindhoven y garantizarse así, a los 17 años, un considerable aumento en su contrato. Las penurias económicas empezaban a ser parte de la historia. El pequeño y frágil Jopie le abría paso a una leyenda. Nacía el hombre que el mundo conocería como Johan Cruyff.
Señas particulares
Cualquier argentino que ame el fútbol y que tenga más de 50 años, repasa los 20 años de Cruyff como jugador y se queda con tres hitos muy apretujados en el tiempo:
1) El baile que le dio a la defensa de Independiente, el anticipo perfecto sobre el Zurdo López y el gol que le embocó a Pepé Santoro en apenas 25 minutos, hasta que Dante Mírcoli lo sacó de la primera final de la Copa Intercontinental en Avellaneda con un patadón fenomenal, allá por septiembre de 1972.
2) La lección de fútbol que le dio a la Selección Argentina bajo la lluvia, con dos goles a Carnevali incluidos, en la segunda fase del Mundial de Alemania de 1974 para la goleada de Holanda por 4 a 0.
3) Los primeros 54 segundos de la final de ese mismo Mundial contra Alemania Federal, cuando movió los hilos del equipo, fabricó espacios, organizó 17 toques magistrales de casi todos sus compañeros, acarició la pelota 9 veces y corrió 23 pasos amagando frente a Bertie Vogts hasta que Uli Hoeness lo derribó y le cometió penal.
Todo lo demás es conocido vagamente en esta parte del mundo y forma parte de una carrera tan borrosa en imágenes como exitosa. Es que por los 70 y comienzos de los 80 la televisión no intervenía tanto en la vida de la gente. Lo que se sabía provenía únicamente de las revistas o de los diarios. No existía entonces ese contacto con el fútbol europeo, tan real pero que, al mismo tiempo, quita mucho de lo mágico que tenían las crónicas periodísticas y las transmisiones orales de las proezas que realizaban los héroes del fútbol. ¿O acaso muchos no se decepcionaron cuando pudieron ver, en ese maldito noticiero Sucesos Argentinos, que el gol que Ernesto Grillo les hizo a los ingleses en el 53 no fue tan fantástico como nos lo hicieron creer nuestros mayores? Así fue como la figura de Cruyff se enriqueció mucho más con lo que uno imaginaba que era.
Decir que ganó diecisiete títulos con el Ajax, dos con el Barcelona y dos con el Feyenoord no es moco de pavo. Encontrarse con que jugó 752 partidos y convirtió 425 goles con un promedio de 0,56 tampoco. Pero mucho más real que las cifras, impresionantes por cierto, era la fantasía.
Imaginarse que no había forma de detenerlo más que con infracción. Que era capaz de correr de área a área como un superhombre sin siquiera despeinarse. Que convertía y salvaba goles con la misma eficacia. Que se fumaba un par de fasos en el entretiempo de cada partido sin que eso le quitara nada de oxígeno. Que su primera temporada en el Barcelona fue brillante y que después, harto de que le pegaran tantas patadas, sólo jugaba bien de local y se refugiaba en el fondo para tirarles pelotazos al Cholo Sotil y a Milonguita Heredia cada vez que salían del Camp Nou. Y si a este cóctel fulminante le ponemos el broche de una decena de imágenes color sepia que confirman cada uno de los cuentos, el mito ya tiene forma.
Fue clave en su formación como jugador el encuentro con Rinus Michels. El creador del concepto Fútbol Total tuvo en Cruyff su mejor intérprete. Ambos se sacaron el jugo mutuamente. Las cosas que Cruyff llegó a hacer dentro de las canchas difícilmente las hubiera podido hacer con otro técnico. Imaginen siquiera qué hubiera pasado si se hubiera cruzado en su camino Helenio Herrera. O Enzo Bearzot. O Carlos Parreira. Tal vez hubiera podido ser campeón del mundo con Holanda. Seguramente no hubiera sido tan extraordinario, porque no habría podido obtener algo que muy pocos elegidos consiguen: ser grande aún en la derrota.
Mucho se dijo de aquella final perdida contra Alemania por 2 a 1. Los más cautos sostienen que lo peor que le pudo pasar a Holanda fue ponerse en ventaja tan rápido. Los más osados llegan a jurar y perjurar que Cruyff y sus compañeros “gallinearon”.
Si uno repasa el video podrá confirmar que, en las mismas condiciones, de cien partidos, Holanda debería ganar 98. Y que esa tarde no lo consiguió porque Alemania tuvo en su arquero Maier una muralla capaz de detener cualquier cosa que le tiraran. Todo es discutible, obviamente. Lo único que no se puede negar es que Alemania se anotó en las estadísticas pero el lugar en la historia quedó reservado para Holanda.
También se escribió mucho sobre las razones que llevaron a Cruyff a renunciar a su selección y no jugar el Mundial del 78. Se llegó a insinuar que una de las razones fue la tremenda dictadura militar que asolaba a la Argentina por aquellos tiempos. Él mismo se encargó de desmentirlo en varias ocasiones. No pegó el faltazo por culpa de Videla y sus secuaces sino que lo hizo porque no estaba jugando bien en el Barcelona y no quería rifar prestigio y, fundamentalmente, porque la Federación holandesa no le permitió mantener su negocio personal de jugar con la camiseta 14 marca Cruyff, tal como lo había hecho hasta ese momento, y lo obligaba a sumarse a la legión de Adidas. Si se mira con atención su actuación en el Mundial del 74 se verá que mientras sus compañeros lucían las clásicas tres tiras, la camiseta que usaba Cruyff sólo tenía dos, lo que le reportaba sus buenas ganancias. Por esta misma razón tampoco volvió a jugar en la selección pese a ser citado entre el 82 y el 84, ya en el final de su carrera.
Luego de su paso por el Barcelona, su fama se opacó. No porque hubiese perdido talento, sino porque decidió irse a Estados Unidos a juntar plata. Se fichó para Los Ángeles Aztecas y luego para el Washington Diplomats, con una breve interrupción de 10 partidos en el Levante, de la Segunda división española.
Decía que no tenía ganas de jugar seriamente y que ya estaba viejo y gastado. En Holanda comenzaron a castigarlo, especialmente por su negativa de jugar en la selección. Las críticas lo hicieron enojar y pegó la vuelta para el Ajax. Lo sacó campeón en las temporadas 81/82 y 82/83 y luego de una pelea con el presidente del club decidió fichar para la contra, el Feyenoord. Quería vengarse de los dueños del Ajax con sus mejores armas. Y lo consiguió: nuevamente fue campeón en la temporada 83/84. Ahí se decidió a decir basta. Con 37 años le bajó la cortina al fútbol y resolvió pasar, sin escalas, de 20 a 80 cigarrillos por día.
Fiel a su estilo
Cuando a Cruyff le tocó exponer su ideario futbolístico como técnico, no sólo no cambió lo aprendido con Rinus Michels sino que lo profundizó. Primero en el Ajax, desde el 85, donde ganó dos Copas de Holanda y una Recopa de Europa. Y después en el Barcelona, desde el 88, donde comandó la última revolución futbolística del siglo XX.
Refundó el Fútbol Total sin tanta alharaca pero con convicciones mucho más centradas en lo estético que en lo físico. Se encontró con un fútbol de muchos corredores y pocos artistas y decidió apostar a estos últimos pese a que parecía una fórmula antigua condenada al fracaso.
Cambió el movimiento circular de los hombres, tan eficiente en el fútbol del Ajax y de Holanda de los 70, por el movimiento circular de la pelota. Impuso la marca hombre a hombre en zona con una idea revolucionaria: jugar con el líbero por delante de la línea de defensores y dejar a los de atrás mano a mano con los delanteros rivales sin ninguna red de protección. Formó al Gordo Koeman a imagen y semejanza de su idea. Y reinauguró otra escuela holandesa, la de entender que el balance del equipo no está en el despliegue físico sino en el lugar que ocupan en la cancha el líbero y el, hasta ese momento, volante de contención. La función de Josep Guardiola fue una de sus creaciones más trascendentes. No sólo le indicó dónde debía jugar sino que le enseñó qué era lo que tenía que hacer. Frank de Boer y Guardiola fueron los ejemplos más claros de cómo debían jugar un líbero y un volante de distribución y de la importancia que tenían para mantener al equipo propio en tensión.
Bilardo, tal vez horrorizado, siguió defendiendo por aquellos años que la verdad estaba en jugar con un líbero y un tapón 20 metros atrasados en el campo, porque –decía– eso significaba estar 20 años adelantado a la época. Mientras tanto, Cruyff los empezó a ubicar 15 metros adelante y no se preocupó demasiado en precisar cuántos viajes realizó en la máquina del tiempo.
Como entrenador ganó catorce títulos. No le fue mal en el juego y menos todavía en los resultados. Una combinación casi perfecta para dejar contentos a todos. Tal vez su único costado inexplicable apareció en sus últimos años al frente del Barcelona, cuando se radicalizó en la parte disciplinaria y llegó a despedir a Romario, un jugador hecho a su medida más allá de sus escapadas a Río de Janeiro. El hábito del cigarrillo (que le costó un infarto en febrero de 1991) o las concentraciones con las esposas sin restricciones sexuales dejaron de ser para Cruyff manifestaciones de libertad para convertirse en un ejemplo de lo prohibido. Y, en verdad, más allá de estos últimos ataques reaccionarios cuesta bastante imaginárselo imponiendo prohibiciones. Será por esa tendencia a la idealización, tan natural como primitiva, que hace que uno se olvide de que hasta los héroes del fútbol son humanos, con errores y virtudes.
Como todos los que habitan esta Tierra. Incluido aquel pequeño Jopie y este gran Johan Cruyff.
- Nota publicada por la Revista Mística en diciembre de 1999.