“Correr es para los animales, necesitas huevos y cerebro para jugar al fútbol”. Las almas simples tendrán problemas para aceptar que estas palabras sean del entrenador que puso a Holanda a correr y contragolpear durante todo el último Mundial. Pero los seres humanos, por suerte, somos más complicados que una dicotomía.
El holandés Aloysius Paulus Maria van Gaalz, mejor conocido como Louis Van Gaal es un ser humano aún más complejo. Su personalidad volcánica, dominante, contradictoria, no puede entenderse por fuera de los duros golpes que le dio la vida. Cuando era un niño, a los 11 años, murió su padre. Cuando era adulto y su carrera como entrenador despegaba, a los 43 años, enterró a su mujer, con la que tuvo dos hijas, tras 25 años de matrimonio.
Van Gaal puso en público esa cara de perro que le conocemos, escondió el dolor que sentía, guardó su veta sensible -“lloro casi todos los días”- y apasionada -“tengo sangre caliente”-, y se mostró fiero y frío como el holandés que se supone que debe ser. Así miró a la hincha de Feyenoord, de frente y con la libreta en la mano, cuando antes de un clásico contra Ajax le cantaba: “Van Gaal tenía una mujer con cáncer y ahora vive solo”.
Todo eso quizás haya definido esa manera bipolar, Dr. Jekill-Mr. Hyde, que caracteriza al Van Gaal que nos divierte tanto. Pero para entonces, Lucho ya tenía una impresión bien definida de sí mismo. Una muy buena impresión. En 1991, cuando asumió por primera vez como técnico, en Ajax, tras estar como asistente de Leo Beenhakker, le dijo a un directivo: “Felicitaciones por contratar al mejor entrenador del mundo”. Tres años después ganó su primera Liga en Holanda. Era el comienzo de uno de los mejores cuadros del siglo XX, basado en una joven y talentosa camada, con nombres como Rijkaard, Kanu, Bergkamp, Davids, Overmars, Kluivert, Van der Sar, Seedorf, Litmanen y los hermanos De Boer. Presión alta, control de pelota, movilidad y pases cortos.
Después de ganar todo con Ajax, incluidas la Champions y la Intercontinental, Van Gaal se fue con su nueva versión del fútbol total holandés a Barcelona. Llegó para recuperar el estilo que había inoculado Johann Cryuff en el club catalán. Pero le puso su propia impronta. De arranque se ubicó por encima de todos. “Yo conseguí más títulos en Ajax en seis años que Barcelona en un siglo”, afirmó en su presentación.
En el plantel que encontró había un mediocampista español llamado Pep Guardiola y en el cuerpo técnico tenía un asistente portugués de nombre José Mourinho. Es difícil no pensar que en esa etapa, bajo el mando del holandés, dos de los mejores entrenadores de la actualidad aprendieron mucho. Lucho, como DT, parece abarcarlos a ambos. A veces predomina la posesión y la presión de Guardiola, otras veces el orden y la velocidad de Mou.
Van Gaal es demasiado pragmático para tener un único estilo. Su filosofía futbolística, como le gusta decir, se basa en una premisa: imponer condiciones. “Vos tenés que decidir cómo juega tu oponente, él no puede decidir cómo jugás vos”. Pregúntenle a Chile, por ejemplo. Lo que no se negocia es el esfuerzo: “Mi mamá me enseñó que la preparación es la mitad del trabajo. Y ella sólo terminó la primaria”. El sistema puede cambiar, según los jugadores que se tengan disponibles. Pero Van Gaal siempre está por encima: “El entrenador es el punto focal del equipo”, afirma. Los jugadores tienen que interpretar su rol: “Cada jugador necesita saber dónde tiene que estar, eso implica mutuo entendimiento y absoluta disciplina”.
“Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota, pero cuando la pierde jugamos con uno menos”, le dijo Van Gaal a Riquelme cuando llegó a Barcelona.
En su paso por Barcelona empezamos a formarnos la imagen que hoy tenemos de él. La prensa, con la que siempre compartió un odio mutuo, ayudó mucho. Pese a ganar una copa y dos ligas seguidas, Van Gaal tuvo un trato regularmente malo con los medios. La increíble conferencia donde le dijo a un periodista en un español fragmentado: “Interpretación siempre negativa, nunca positiva” resumió esos años. Cuando dejó el club en 2000 se despidió con estas palabras: “Mi amigos de la prensa, felicitaciones. Me voy”.
Adentro del vestuario la relación no era mejor. Van Gaal se enfrentó con varios canteranos –a Oscar García lo echó de una práctica a empujones– y se peleó con las figuras brasileñas, Rivaldo y Giovani, a las que les reclamaba más sacrificio. En esa época, también, conoció a un Gerard Piqué de doce años, su abuelo era vicepresidente del club, lo empujó para probar su talento y como se cayó al piso le dijo: “No sos suficientemente fuerte para ser defensor central”.
Pero lo que más recordamos en Argentina de Van Gaal es que sacó a Riquelme de ese Barcelona. “Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota, pero cuando la pierde jugamos con uno menos”, le dijo a Román mientras le mostraba una mesa llena de videos donde analizaba su juego. El debut de Riquelme que elogió la prensa, a puro lujo y asistencia, no fue el mismo que vio Van Gaal, que le cuestionó que no ocupara los espacios asignados.
Quería que fuera puntero izquierdo y siguiera al lateral derecho. El holandés prefería a un jugador como Luis Enrique, luego DT de Barcelona, o a un juvenil y obediente Iniesta. Pero, pragmático como es, Lucho aceptaba que “con Riquelme en la cancha vendrá más público” y lo hacía jugar en los segundos tiempos. “Tenés que ofrecer un producto”, dijo alguna vez hablando de lo ofensivos que son sus equipos.
Después salir campeón con Barcelona en 1999, Van Gaal pasó una década sin títulos, acumulando fracasos. El más fuerte fue el primero. Como DT de Holanda no logró clasificar para el Mundial 2002, con la base del equipo multicampeón que había tenido en Ajax. Y eso que había asumido el cargo en 2000 diciendo que como tenía contrato hasta 2006 iba a poder ganar dos Mundiales en vez de uno. Se fue al año. Tuvo otro paso por Barça, esta vez sin títulos, y, tras colaborar un tiempo en Ajax, agarró el humilde AZ Alkmaar, el club donde se retiró como jugador.
En AZ, lejos de los grandes focos del fútbol europeo, armó un equipo desde cero sacado de su propio costilla. Más pragmático que nunca, el equipo que tenía a Romero en el arco pasó de imponerse a pura posesión a golpear con velocidad en el contraataque. Estuvo cerca de ser campeón un par de veces, un título lo perdió en la última fecha, hasta que finalmente lo consiguió en 2009. Fue el primer campeón fuera de Ajax, PSV y Feyenoord desde 1981.
El proyecto AZ lo devolvió a la cima. En 2009 asumió en Bayern Múnich. Al llegar dijo: “El estilo de vida bávaro me sienta perfecto. El lema de Bayern es ‘somos lo que somos’, y yo soy quién soy: confiado, arrogante, dominante, honesto, trabajador e innovador”. En dos temporadas ganó copa, liga y, de no ser por la floja final de Demichelis contra el Inter de Milito y Mourinho, también una Champions. De esa época es la anécdota que cuenta que Van Gaal se bajó los pantalones delante del plantel para demostrarles que tenía huevos para borrar a jugadores importantes. “Nunca viví algo así. Por suerte no vi mucho porque no estaba adelante”, recuerda Luca Toni, uno de los que quería sacar del equipo.
Después de la Euro 2012 asumió una Holanda sin identidad y la transformó en ese equipo joven e intenso al que Argentina venció por penales en Brasil 2014. Y ahora agarró otro buque averiado. Al frente de Manchester United deberá superar la jubilación de Ferguson y volver a los primeros lugares de la Premier y de Europa.
Muchos respetan su trabajo, sus éxitos. Todos destacan su profesionalismo, su exigencia. Pero nadie parece tolerarlo. Cruyff dijo que tiene “uno o dos tornillos flojos”. Giovani lo comparó con Hitler. Ribery afirmó: “Nunca me divertí en una cancha con Van Gaal como DT”. Ibrahimovic aseguró que “es un dictador, sin sentido del humor”. Está claro que es un tipo difícil. Pero cuando está festejando, parece encantador. Su discurso cuando fue campeón con Bayern es el mejor ejemplo. Sin ese humor no podría estar tan loco.