Cuando uno repasa las imágenes de esa niña de 14 años que deslumbraba en el Montreal Forum, había algo en su rostro que intrigaba. Tal vez sus ojeras. O su sonrisa contenida. O ese dejo de melancolía que la cruzaba. Porque estaba más que claro que ella estaba viviendo el momento más importantes de su corta carrera y, sin embargo, había algo que no terminaba de cerrar en sus festejos, en su celebración, en su actitud corporal, en sus gestos. Todo resultaba demasiado contenido, casi artificial.
Nadia Comaneci, 38 años después de aquellas jornadas épicas, trató de explicar la falta de reacción en su autobiografía Cartas a una gimnasta joven: “Tenía 14 años. Era demasiado joven para comprender el impacto que tendría lo que hice. Ni sabía que no existía el 10 como puntuación… Por eso cuando apareció el 1.00 tardé en reaccionar hasta que una compañera me aclaró lo que estaba pasando”. Tal vez estas palabras se puedan aplicar al primer 10, al de las barras asimétricas, pero no a todos. De hecho, las reacciones del público ante cada presentación de Nadia fueron mutando. Primero hubo silencio, como si pocos pudieran comprender lo que estaba haciendo ese prodigio. Luego, admiración. Y por último, ya al final de los Juegos, cada una de las apariciones de esa niña con flequillo y colita atada con una cinta blanca, despertaba emociones inconmensurables. Las ovaciones que rubricaban cada uno de sus presentaciones hacían que los estadios temblaran de emoción. Sin embargo, ella, la pequeñita de trajecito blanco con el número 73 en la espalda permanecía igual que siempre, concentrada, como si supiera que su vida iba a transitar siempre por los caminos del secretismo o, lisa y llanamente, del engaño. ¿Hay forma de comprobarlo? No. Sólo son percepciones. Y algunos datos aislados que nos hacen dudar de cada una de las cosas que se dijeron sobre Nadia Comaneci.
¿Fue ella la responsable de levantar las murallas en torno a su pasado? Seguramente. P?ero nadie la puede acusar de nada ni señalarla con el dedo acusatorio. Nadia fue una víctima de su tiempo y de tantísimos temas que excedían su propia voluntad. Tal vez la forma de defenderse de tanto tironeo, de tanta avaricia ajena, fue justamente esa: dejar que todo lo que se dijera de ella quedara en la neblina, y que las dudas devoraran meticulosamente a las certezas.
Por ejemplo siempre se afirmó que aquellas actuaciones de Montreal fueron el debut del 10 en las competencias de gimnasia. Es falso. Fueron el debut del 10 en las competencias olímpicas, pero no el debut absoluto de esa calificación. De hecho, la misma Nadia había recibido la misma nota en la American Cup, meses atrás, en una competencia intrascendente que no era digna de pasar a la historia salvo porque allí estuvo Nadia Comaneci. Justamente en ese torneo fue donde conoció a quien después sería su marido 20 años después, el también gimnasta Bart Conner.
¿Es verdad que intentó suicidarse tomado lavandina luego de su participación en los juegos? Incomprobable. ¿O que fue abusada de niña? Otro mito que recorre las biografías y que no se puede abordar con seriedad.
Otra cuestión que está puesta en duda es su verdadera situación en la Rumania del genocida Ceaușescu. Se dijo que, por ser una heroína deportiva y un símbolo de la Rumania socialista, era vigilada por el servicio secreto rumano, la Securitate, y acosada sexualmente por Nicu, el hijo del dictador. Sin embargo, otros sostienen que el acoso sexual en verdad era un romance y que la vigilancia de la Securitate, si ocurría, estaba bastante disimulada por los lujos que rodeaban a Comaneci: una casa con ocho habitaciones, una dacha (casa de campo), dos autos, joyas y una importante cantidad de asistentes y sirvientes.
Otro asunto es la verosimilitud de su fuga de Rumania. Para algunos biógrafos ocurrió el 29 de noviembre de 1989. Para otros, el 25 de diciembre del mismo año. Ustedes dirán, ¿qué importa un mes más o menos? Y nosotros responderemos que la importancia de las fechas es clave para entender si Nadia escapaba de Ceaușescu y el energúmeno de su hijo Nicu o si en realidad lo hacía de los que habían derrocado a Ceaușescu el 22 de diciembre por temor a sufrir represalias por colaboracionista. Un dato abre más interrogantes sobre qué versión es la real: ya derrocado Ceaușescu tardó seis años en regresar a Rumania. ¿Por qué tanto si toda su familia estaba en su país de origen? Otra duda que Nadia nunca aclaró.
También hay versiones disímiles sobre las características de su fuga. Si tomamos como real que escapó el 29 de noviembre, es decir 25 días antes de la caída de Ceaușescu, hay por lo menos tres hipótesis sobre lo que ocurrió aquella noche.
La primera y más cinematográfica dice que escapó por la noche de su seguridad privada, que caminó toda una noche por bosques y pantanos guiada por un soldado que también quería desertar y que, una vez que cruzó la frontera de Hungría, fue llevada en una camioneta a la Embajada de los Estados Unidos.
La segunda refiere que en realidad la operación fue elaborada por la resistencia contra Ceaușescu y que todo estaba perfectamente cronometrado, tanto que junto con Nadia se fugaron otros cinco atletas y que, después de esa larga caminata por bosques y pantanos, ya una vez en Hungría, los estaba esperando la CIA para trasladarlos directamente a los Estados Unidos.
Y la última refiera a que fue directamente sacada por la CIA, sin que mediara caminata alguna ni emociones violentas más que el miedo mismo de quien estaba escapando de una régimen salvaje como el de Ceaușescu sin saber muy bien qué le deparaba el futuro.
No queremos dejar de consignar que la primera versión es la que se puede aplicar tranquilamente a una fuga el 29 de noviembre o el 25 de diciembre, ya que la intervención de un soldado desertor deja mucho para pensar.
Como se ve, muchas cosas de Nadia Comaneci son un secreto. En su autobiografía, como era de esperar, ella se trata bastante bien a sí misma y busca dilucidar todas las dudas que siempre rondaron su vida. Por eso, si leen el libro, en realidad no hay mucho más que creer o reventar.
Cuando se la entrevista en televisión o se le quiere preguntar sobre asuntos que exceden la cuestión deportiva, ella responde con las mismas palabras: “Pasó hace mucho tiempo. Era muy chica. Yo no entendía demasiado. Ya dejé todo eso atrás”. ¿Se la puede culpar? De ninguna manera. En rigor, pasó hace mucho tiempo, era muy chica y no entendía demasiado, pero ¿dejó todo atrás? Sólo ella conoce la respuesta.