“Asistí al debut de Pedro Lago en River, contra Racing en 1931. Por aquel entonces nadie sospechaba que ese botija de carita ingenua iba a convertirse en el mulero más mulero de los fields” Con esa reflexión, el periodista Borocotó, introducía a sus lectores de El Gráfico en el universo del sinuoso insider uruguayo que en el arranque del profesionalismo se había ganado con justicia su chapa de tramposo y ventajero. Lo apodaron El Mulero.
“No tenía esa fama en Montevideo, y allí se extrañaron que Lago anduviera por Buenos Aires haciendo ranadas. Lo cierto es que las hacía y que, por ellas, jugaba menos de lo que podía jugar”, lamentaba Borocotó.
Fue el primer uruguayo en vestir la banda roja frente a Boca Juniors en el profesionalismo, y ya en ese debut dio tempranas muestras de su controvertida manera de entender el juego: fue expulsado junto a otros dos compañeros por agredir al árbitro Enrique Escola. River, que estaba en ventaja por 1 a 0, se retiró en protesta del campo y se le dio por ganado el partido a Boca.
“Hay que tener mucho ojo con Lago, ¿sabés lo que le hizo a nuestro arquero Yustrich?” -comentaba indignado el back boquenese Mario Pereyra- “En un corner que tiraron contra Boca, cuando Yustrich fue a salir del arco, se encontró ciego”. Pedro Lago le había tomado la gorra de la visera y se la había bajado impidiéndole ver.
En una oportunidad junto a Ruscitti y Arrillaga y otros jugadores “millonarios” presenciaba un partido entre las quintas divisiones de Tigre y River, ubicado detrás del arquero de River, pegado a la red. En un momento, un remate esquinado de un tigrense no pudo ser controlado por el arquerito y la pelota entró. Lago puso la punta de su zapato por debajo de la red y la pelota, rebotando en ese pie, volvió a la cancha. Ante el desconsuelo de los pobres juveniles de Tigre, el árbitro, que jugaba desde lejos, no advirtió el gol y por lo tanto no lo sancionó. Acercándose al arco le dijo a Lago: “Yo vi que pegó en el palo, pero haga el favor, váyase que me compromete”.
Una vez con otra artimaña y un poco de suerte, consiguió marcarle un gol a Quilmes. Cosentino, el arquero quilmeño, cortó una jugada embolsando la pelota en el área y Lago, que se encontraba a su lado, le gritó: ¡Deje eso ahí! El arquero se puso nervioso y temeroso de caer en alguna trampa del delantero y para resguardarse, giró quedando de espaldas a la cancha, al tiempo que intentó tirarle una patadita de burro. Tuvo tan poca fortuna, que al ejecutar el movimiento perdió pie y la pelota se le escapó de las manos. Lago, que había esquivado el golpe, se encontró con la pelota mansita a metros de la línea de gol y sólo tuvo que empujarla.
Uno de los grandes hits de su repertorio lo perpetraba en los corners. Lago se despreocupaba de disputar la pelota y sólo se concentraba en el arquero. O lo pisaba, o lo tomaba de la camiseta, o lo empujaba en el aire para que perdiera el balón. Todo eso poniendo cara de zonzo, como si fuera otro el que provocaba los líos.
Vivía en una pensión de la calle Tucumán junto a otros orientales que venían a probar suerte al fútbol argentino. En ese bulín nunca faltaba una baraja, pero el escolaso no era por plata, sino simplemente para que pasara el tiempo. De todos modos el tipo se creía en la obligación de meter la mula. Más de una vez lo descubrieron jugando al truco con cuatro cartas.
En otro River-Boca jugado en cancha barrosa, Donato Penella, wing de los xeneixes ejecutó un tiro libre muy favorable cerca del área de River, pero inexplicablemente el tiro salió sin dirección. Los jugadores de Boca rodearon al árbitro reclamando que Lago, que había estaba parado cerca de la pelota, le había acertado una piedra hecha con el barro que había amasado mientras se hacía el distraído. Eso había provocado la pifiada de Penella…
Lago había nacido en Montevideo en 1911. Cuando llegó a Buenos Aires fichado por River, temiendo que hubiera bronca contra los charrúas, ocultó a sus compañeros su nacionalidad mientras daba a entender que era rosarino. Se corrió esa bola y hubo quien, en los vestuarios de River, se jugó una cena para varios, asegurando que Lago había nacido en Rosario. La apuesta tenía que resolverla el propio insider.
-¿Qué se va jugando?
-Una cena
-¿Para cuántos?
-Para vos también
-Aquí está mi cédula, nacido en Montevideo…
Y morfaron todos a consecuencia de esa otra mula de que era rosarino.
Fuentes: Revista El Gráfico #726 – Junio 1933; Un siglo de fútbol argentino de Pablo Ramirez; Historia del fútbol argentino – Editorial Eiffel 1958.