Luis Suárez es el nuevo goleador de FC Barcelona. Pero la FIFA, que sancionó al delantero uruguayo por la mordida a Chiellini en el Mundial, no deja que el club lo presente. Dejó que lo compre, que Barça pague más de 80 millones de euros a Liverpool por los derechos del futbolista. El negocio no se mancha. Pero que lo muestre con los nuevos colores, eso nunca dijeron desde Suiza.
La situación, poco frecuente como es, no es extraña para Barcelona. Esto, o algo parecido, ya le había pasado en los 60’. Después del fracaso español en el Mundial de Chile, con Puskas, Eulogio Martínez, Santamaría y Di Stéfano -que no jugó- en el plantel, en 1962 el franquismo impulsó la nacionalización de la Liga y prohibió el fichaje de futbolistas extranjeros. La medida deprimió aún más a un campeonato que sufría la crisis económica de sus clubes. Varios se vieron obligados a vender a sus figuras. Barcelona, por ejemplo, traspasó a Luis Suárez, el mejor español de la historia -Balón de Oro de 1960-, a Inter.
En 1961, cuando asumió la presidencia de Barcelona el heredero industrial textil Enric Llaudet i Ponsa el club estaba endeudado por la construcción del Camp Nou. En cinco años, Llaudet logró sanear las cuentas, sobre todo gracias a la revalorización de los terrenos del viejo estadio que le concedió el franquismo, pero sumó pocos títulos. Necesitaba dar un golpe de efecto.
Después del Mundial 1966, Llaudet buscó un fichaje internacional que elevara la calidad del equipo y que generara una amplia repercusión en los medios. Dicen que hizo sondeos para contratar a Pelé, pero se dio cuenta que no podía pagarlo. También se habría acercado a Pinino Más, pero nada se concretó. Al final, Barcelona anunció la contratación de Walter Machado da Silva, centro delantero de Brasil.
“Si no puede jugar será mi chofer. Siempre he querido tener un chofer negro”, dijo Llaudet sobre Da Silva en 1966.
Llaudet sabía que había una prohibición vigente, pero se lanzó igual. Juan Antonio Samaranch, entonces representante catalán en la Delegación Nacional de Deportes, que legislaba la prohibición, le habría dicho que iban a considerar el caso de Da Silva. El presidente catalán se aferró a esa promesa y firmó los cheques. En diciembre de 1966, Barcelona le pagó 180 mil dólares a Flamengo por el pase y le dio 20 mil al jugador, como parte de su contrato por un año, ampliable a cinco temporadas.
Habían pasado meses de negociación para conseguir el permiso, pero la prohibición seguía vigente. Entonces la prensa le volvió a preguntar al presidente Llaudet que iba a hacer con el futbolista que había fichado y no podía utilizar. El excéntrico industrial textil respondió: “Mira majo, si no puede jugar será mi chofer. Siempre he querido tener un chofer negro”.
La frase, racista, clasista y feudal, generó un enorme revuelo en la España de Franco. Llaudet debió aclarar sus dichos una y otra vez. Dijo fue una forma de decirle al periodista “a usted qué le importa”, que tenía “mucha simpatía” por los negros y que con gusto sería el chofer de Da Silva cuando llegara a Cataluña. Según el propio Llaudet, eso fue lo que hizo el 21 de febrero de 1967 cuando el goleador aterrizó en Cataluña. Con la gorra de chofer en la cabeza, le dijo que venía de parte del presidente y lo llevó del aeropuerto a las oficinas del club.
El caso Da Silva (audio en catalán)
Para no enojar a las autoridades franquistas, el presidente Llaudet hizo un anunció: “La contratación del jugador no significa, ni remotamente, un enfrentamiento de su club con las disposiciones vigentes por la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes, sino que se trataba pura y simplemente de ofrecer un espectáculo a los socios y simpatizantes del Barcelona”. Firmaron un nuevo contrato con el jugador sólo para disputar amistosos internacionales. El primero fue el 28 de febrero, ante Feyenoord. “Reconozco que mi actuación pudo ser más brillante”, admitió Da Silva tras el partido. Luego, vinieron otros 13 amistosos más. El brasileño nunca se adaptó. Cada vez, la expectativa por el ágil y talentoso delantero era menor.
Terminó la temporada y la prohibición seguía vigente. Llaudet aceptó la derrota. Cedió a Da Silva a Santos un año y luego lo vendió a Bangú por 100 mil dólares. La operación fue un gran fiasco. El club perdió 80 mil dólares y esa maldita frase terminó con la imagen del presidente, que dejó el cargo en 1968.
Da Silva, que después pasó por Racing Club, volvió al Camp Nou un par de veces para disputar el tradicional trofeo Gamper. Mejoró su imagen ante los catalanes y anotó un par de goles. La prohibición española para fichar extranjeros siguió hasta después del Mundial 1974. Esa vez, Barça fichó a Cruyff y a Sotil. Esos dos se adaptaron rápido y Barcelona volvió a la cima. Ahora, después de Brasil 2014, le toca a Luis Suárez mostrar que tipo de refuerzo será para el club. Sin jugar, igual, su pase ya es histórico.