El domingo, la Asociación de Futbolistas Profesionales (PFA, por sus siglas en inglés) anunció que N’Golo Kanté había sido votado por sus compañeros como el mejor jugador de la temporada en la Premier League. Este año, el centrocampista francés podría convertirse en el primer jugador en un cuarto de siglo en ganar la liga dos temporadas consecutivas con dos equipos diferentes. El último fue su compatriota Eric Cantona, que conquistó la liga con el Leeds en 1991-92 y repitió triunfo en la temporada inaugural de la Premier League con el Manchester United. Esta es la historia de la improbable ascendencia de un diminuto centrocampista que hace solo siete años estaba jugando en la novena división francesa.
De ascendencia malí, Kanté se crio en el barrio de Géraniums en Rueil-Malmaison, un municipio de 80.000 habitantes situado en la periferia parisina. Fue en el club Plateau, una estructura municipal de la ciudad especializada en deportes y ayuda al estudio, donde comenzó a dar patadas a un balón con solo seis años, como recuerda Cyril Martin, responsable del club. “Era un niño dotado técnicamente, podía quedarse jugando a fútbol hasta medianoche”, recuerda. “Su trabajo y su perseverancia demuestran que todo es posible. Regresa a menudo para entregar copas a los jóvenes del barrio, pero es tan humilde que no ha querido que le pusiéramos su nombre al torneo”.
Con once años, Kanté firmó su primera licencia federativa en el Suresnes, cuyo estadio se encontraba apenas a un centenar de metros de su casa. Piotr Wojtyna, responsable de formación del club, tuvo una importancia crucial en su desarrollo. “En los entrenamientos, siempre le ponía en los equipos más débiles pero nunca decía nada ni se quejaba“, afirma. “Con doce años, le coloqué con los chicos de catorce. Era muy trabajador, no uno de esos jugadores que regatean a todo el equipo rival. Aunque tenía la técnica y la potencia necesarias para hacerlo“.
Ya en aquella edad, Kanté destacaba por su potencia física. A los doce años, ganó una carrera de crosscon 300 niños en Rueil. Sin embargo, su baja estatura (1,69 metros) le impidió ser seleccionado para integrarse en el centro nacional de fútbol de Clairefontaine. Esa carencia también provocó que los centros de formación de Rennes, Sochaux y Lorient decidieran no apostar por él. “Una vez, con trece o catorce años”, recuerda Wojtyna, “fue elegido mejor jugador del torneo de una categoría superior, ¡y el trofeo era más grande que él!”. Un recuerdo que guarda ciertos paralelismos con la imagen de Kanté el domingo con el premio de la PFA.
Lejos de desanimarle, Kanté encajó esos rechazos con resignación y, en todo caso, como un acicate para trabajar más duro, como recuerda Pierre Ville, el directivo del Suresnes que se convertiría en su protector y amigo. “No lo vivió como un fracaso y simplemente nos dijo que no estaba listo todavía“, afirma. “A pesar de su edad, me impresionaba su capacidad de análisis. Jamás mostraba ningún desánimo y siempre mantenía un espíritu positivo. A menudo repetía: “Si tiene que llegar, llegará. Mi trabajo es dar el máximo”.
A pesar de no haber cumplido todavía la mayoría de edad, Tomasz Bzymek, entrenador del primer equipo, le integró en su equipo, que jugaba en novena división nacional. Allí, frente a jugadores veteranos y más aguerridos, Kanté anotó quince goles en 2010. El US Boulogne, entonces en segunda división, reparó en él y le ofreció un contrato como aficionado. Kanté no lo dudó y abandonó el hogar familiar por primera vez en su vida para perseguir su sueño en Boulogne-sur-Mer, una localidad costera situada casi 300 kilómetros al norte de París, en el departamento francés de Paso de Calais. Tras casi dos años con el equipo filial, saltó al primer equipo y fue elegido como mejor jugador de toda la tercera división en 2013. A pesar de su progresión, Kanté no descuidó los estudios y obtuvo el título de técnico superior contable mientras seguía recorriendo diariamente un kilómetro en patinete para acudir a los entrenamientos. Y otro para volver.
Christophe Raymond, su entrenador en Boulogne, recuerda sus difíciles inicios en la costa norte francesa. “Fue complicado para él. Había días que se quedaba con hambre“, rememora. “Estaba alojado en un albergue de juventud y no ganaba mucho dinero. Además, las tiendas estaban cerradas cuando acababa de entrenar. Pero nunca se quejó ni nunca le pidió nada a nadie“.
Varios clubes profesionales le siguieron pero fue el Stade Malherbe Caen de segunda división quien le firmó por tres años. Su entrenador, Patrice Garande, fue el primero que le colocó como medio centro. Esa decisión resultó fructífera tanto para Kanté como para el equipo, que ascendió a primera división en 2014 y logró mantenerse en la élite el año siguiente. Los aficionados del Caen le dedicaron una canción que resultaría premonitoria: Apenas llegados a Ligue 1/Ya nos lo quieren robar/Los ingleses/Los españoles/Ya podéis correr/Que nunca le atraparéis.
A lo largo de su ascensión, Kanté mantuvo los pies firmemente anclados en el suelo. En lugar de comprar un coche deportivo de lujo con su primer sueldo, decidió adquirir un Renault Mégane de segunda mano para jubilar su inesperable patinete, que quedó relegado al maletero tras años de abnegado servicio. Ese coche le acompañó hasta Leicester, donde finalmente decidió hacer un dispendio propio de su nuevo estatus de estrella de la Premier League… y se compró un Mini que conserva como un tesoro y sigue siendo su medio de locomoción para acudir cada día a Cobham, el centro de entrenamiento del Chelsea.