“Nadie vuelve a la cancha. ¡Que se queden con la Copa y se la metan en el culo!”, gritó Valentin Ceaucescu, hijo de Nicolae Ceaucescu, el líder comunista de Rumania entre 1967 y 1989. Su voz retumbó en el vestuario de Steaua de Bucarest. Los futbolistas lo miraron fijo y acataron en silencio. Así se decidió la Copa rumana de 1988.

Dinamo Bucurest logo

Media hora antes, ese domingo 26 de junio, se estaba definiendo el partido que cerraba la temporada del fútbol rumano. El estadio 23 de agosto en Bucarest, fecha que conmemoraba cuando los rusos habían expulsados a los nazis, estaba casi repleto. Se jugaba el clásico de la ciudad entre Steaua, el club del Ejército, y el Dinamo, el cuadro de la Policía secreta, la Securitate.

Como siempre era un clásico duro, disputado y hasta por momentos violentos, como esta patada contra Víctor Piturca lo demuestra. Como siempre en esos años, Steaua era más. Había comenzado ganando con un cabezazo de Marius Lacatus a los 27 minutos, pero a los 87, el rubio Florin Raducioiu, con apenas 18 años, empató el partido.

Por un rato, parecía que el imbatible equipo del Partido, el preferido ya que Dinamo también tenía mucho peso en el gobierno, podía caer. El Steaua de esos años estaba cerrando la etapa más gloriosa de su historia. Entre 1984 y 1989 ganó cinco ligas seguidas, cuatro copas, la Copa de Europa de 1986 -después perdió la Intercontinental con River-, la Recopa europea de 1987, fue finalista de Europa en 1989 pero cayó 0-4 ante Milan, y de 1986 a 1989 estuvo 119 partidos invicto en su país.

La ilusión de vulnerabilidad duró dos minutos. Cuando faltaban segundos para llegar al tiempo cumplido un joven e intratable Gheorghe Hagi desbordó por la izquierda y tiró el centro. El arquero de Dinamo, Dimitru Moraru, quiso atrapar la pelota pero se le escapó, dio un rebote largo y Gavril Pelé Balint, sí, su segundo nombre es Pelé, puso el 2-1 agónico que le daba el título a Steaua.

La imagen de época muestra que Balint corre enloquecido con los brazos en alto hacia la mitad de la cancha. Algunos compañeros lo siguen. Otros corren más rápido en sentido opuesto. Mientras el plano se abre el relato rumano dice la palabra clave: “offside”. El asistente afirma que un delantero estaba en fuera de juego, y el juez, el internacional Dan Petrescu, convalida la falta. Un orsai finito la verdad, pero como tantos otros. Debajo está el video para que formen su propia opinión.

Los futbolistas de Steaua, rojos de medias a camiseta, se arremolinan sobre los jueces para protestar con gritos y empujones. Alguno de Dinamo también se acerca para que el fallo no cambie. Incomprensiblemente, las cámaras de TV se van a las tribunas y después repiten los goles. Adrian Porumboiu, árbitro rumano de esa época, nos explica en el documental The Second Game que la televisación tenía orden del Partido Central de evitar las escenas de agresión entre los protagonistas y que el recurso habitual eran largos, lejanos y aburridos planos de las tribunas.

Cuando las cámaras vuelven a enfocar el campo sólo quedan los futbolistas de blanco, los de Dinamo. Los jugadores de Steaua se habían retirado hacia a su vestuario por orden de Ilie Ceaucescu, ministro adjunto de Interior, hermano del Nicolae y tío de Valentín, el hombre que ponía el dinero para bancar al equipo.

steaua bucarest 1980s

Lacatus, recuerda así la decisión de irse de la cancha: “El capitán del equipo (Tudorel Stoica) se quitó el brazalete y la camiseta. Al ver esto, todos abandonamos el campo. Le preguntamos al presidente del club qué es lo que teníamos que hacer y éste se fue a ver a Valentín Ceaucescu. La respuesta fue que no volviéramos a salir”. Valentín se hacía llamar presidente honorario del club. No tenía un cargo pero siempre estaba cerca y su opinión tenía mucho peso. “Era como si fuese el presidente”, recuerda Lacatus.

Dirigentes de la Federación rumana intentaron convencer al equipo de que volviera para terminar el partido. Fue imposible. La decisión estaba tomada. Hace poco, Valentin lo ratificó: “Era una injustica y los jugadores no merecían ese trato. No podía permitirlo y no me arrepiento de lo que hice”.

Mircea Anghelescu, entonces presidente de la Federación y luego, tras la revolución, ministro de Deportes, recuerda que “el árbitro esperó el tiempo reglamentario, incluso más, 20 minutos, por si aparecía Steaua. Como no fue así, señaló el final del encuentro. Yo fui a felicitar a Dínamo como campeón y ahí se acabó el asunto”.

O eso pensó Anghelescu. A la mañana siguiente se presentaron en la Federación rumana un miembro del Comité Central del Partido, el general que presidía el Consejo Nacional del Deporte y los representantes de ambos clubes. Juntos vieron el VHS de la polémica definición.

-Ahora, ¿qué hacemos? -preguntó el enviado del Comité Central.
-Está claro, no fue offside, ganamos 2-1 -afirmó el representante de Steaua.
-Por supuesto que no, ustedes se fueron. Es 3-0 para el Dínamo -dijo el delegado rival.
-2-1 para Steaua -sentenció el general.
-La única solución es recurrir al reglamento -planteó Anghelescu a su turno-. Es 3-0 para Dínamo por abandono del campo de Steaua.

Logo Steaua Bucurest '75-'91

La reunión terminó ahí, pero la definición de la Copa siguió. Augustin Deleanu, entonces secretario general de Dínamo, recuerda cómo les quitaron el título. “No se sabe qué normativas aplicaron. Nosotros habíamos ganado porque Steaua se había retirado. Pero, a los dos días, vinieron por el trofeo con un comunicado que proclamaba campeón a Steaua”.

El martes 28 de junio apareció un comunicado del Consejo Nacional del Deporte, firmado por ese general que estuvo en la Federación. Decía que Steaua era el campeón, que los árbitros estaban suspendidos por un año y, con cierto humor, agregaba que había que tomar medidas para acabar con estas irregularidades en el fútbol rumano. Poco después, un comunicado del Comité Central, rubricado por Nicolae Ceaucescu, ratificaba lo actuado y clausura la discusión. Para Mircea Lucescu, hoy DT de Shakhtar Donestk y ese día técnico de Dinamo, se trata de “una mancha en la historia del fútbol rumano, como las del italiano en la época de Mussolini”.

Valentin Ceaucescu jura aún hoy que nunca presionó a nadie para favorecer al equipo de sus amores. Nadie le cree. Lo habitual, como también cuenta Porumboiu en el documental que mencionamos antes, era que los funcionarios del Partido apretaran a quién pudieran para beneficiar a Steaua o a Dínamo. Los que no ven offside en esta final aseguran que el gol fue anulado porque la Securitate había “tocado” a los árbitros.

“Ahora, ¿qué hacemos?”, preguntó el enviado del Comité. “Está claro, no fue offside, ganamos 2-1”, afirmó el delegado de Steaua

Un año y medio después, tras la caída del muro de Berlín, la violenta represión a una manifestación pacífica en Timisoara desencadenó el final del gobierno de la familia Ceaucescu. Nicolae y su mujer, Elena, intentaron escapar pero fueron capturados y ejecutados en la Navidad de 1989. Valentin estuvo preso durante nueve meses. Cuando salió de la cárcel volvió a la cancha una vez más en 1990 y desde entonces sólo mira fútbol por TV.

Tras la caída del comunismo, Steaua ofreció devolverle el título a Dinamo. Los perros rojos, como le dicen al equipo que antes era de la Policía, rechazaron la propuesta. Les parece mejor dejar todo así. Esa mancha del fútbol rumano es la evidencia eterna de que Steaua siempre fue favorecido por el Partido. Y no quieren borrarla.