Mozambique podría ser a la vuelta de esa esquina. El pasto y la basura crecen mezclados bajo nubes anémicas. La tierra se apila junto a los neumáticos, las chapas y las maderas. La arquitectura es la de la miseria. La cucha perruna, o humana, tiene una manta como puerta de entrada. Encima de todo, Eusébio da Silva Ferreira y una pelota. La pared húmeda y despintada es el lienzo. Lisboa, el marco.
La obra pertenece a San Spiga, un amigo de la redacción de Un Caño que pasó buena parte de este año iluminando con su arte las fachadas del Viejo Continente. En su escala portuguesa, como parte del Festival Muro LX 2017, dejó esta estampita gigante de la Pantera Negra en un vuelo eterno para volear de zurda una pelota de cuero.
La imagen, y su contexto, únen todos los mundos de Eusebio; hijo de un ferroviario angoleño y una mozambiqueña, crack del fútbol africano e ídolo de Portugal. Las calles de Maputo en las que se crió, jugando descalzo en los ’40, debían ser apenas un poco más polvorientas. Ahí lo encontraron los directivos de Benfica. Ahí le ofrecieron un puñado de billetes (unos 1200 euros de hoy) a su madre, Elisa, ya viuda, y ella los aceptó.
Su primer contrato lo sentó, con 18 años, en un avión rumbo a Lisboa. Esa ciudad portuguesa, donde nacieron sus hijas, y de la que pudo haberse comprado la mitad, como admitió alguna vez, es la que más amo y donde más lo amaron. En esas calles, alguna pared de un barrio humilde, merecía recordarlo. Eusebio sobrevuela la pobreza como lo hizo en su vida, con estilo y elegancia, para encontrarse con su artesanía.
La pobreza, cotidiana y eterna, mira hacia arriba y disfruta de su héroe, lo anhela. Un artista patagónico, un poco de papel y algo de pegamento, hacen de un paredón un altar futbolero. Una pared a la que dan ganas de peregrinar.