1982-Nueve campeones del mundo, más Ramón Díaz, más Maradona, escucharon durante una semana a su entrenador hablar sobre las claves del juego de Bélgica. César Menotti había visto perder a los belgas frente al Ajax días atrás y Ángel Cappa los venía espiando desde hacía tiempo.
Según el cuerpo técnico el funcionamiento de los belgas, sin grandes individualidades, no presentaba demasiados secretos. Eran ordenados y practicaban el achique. Defendían con cuatro en línea. Había que estar atentos a los cambios de frente de Vercauteren y a los saques de sobre pique del arquero Jean-Marie Pfaff buscando a los grandotes Vandenbergh y Ceulemans, que jugaban pivoteando de espaldas al arco rival.
Pese a las previsiones, Argentina cayó por 1 a 0 ante Bélgica en el partido inaugural del Mundial de España. Un pelotazo de Vercauteren puso a Vandenbergh, en posición dudosa, solo frente a Fillol. El Pato tardó un siglo en achicar y facilitó la torpe y lenta definición del delantero belga. Después, Maradona rompió el travesaño en un tiro libre, el rebote lo tomó Kempes y Pfaff evitó el empate con una tapada milagrosa. Eso fue todo.
Hablando de milagros, el papa, que no era argentino en esa época, había estado en Buenos Aires ya que, pequeño detalle, Argentina estaba en guerra con Gran Bretaña. Al día siguiente de la derrota con Bélgica, el general Menéndez, el argentino más abrigado de las islas, firmó la rendición.
1986-Si por alguna razón Frank Sinatra no hubiera nacido, a Tony Bennett lo apodarían La Voz. El problema fue ser contemporáneos. Algo similar ocurre con el segundo gol de Diego a Bélgica en la semifinal del Mundial de México. Fue un golón. Pero tres días antes había marcado ese que hoy hasta los chicos relatan de memoria, con el valor agregado del rival, Inglaterra, y eso lo eclipsó.
Maradona se filtra en el área esquivando belgas y sobre el cierre del último defensor, frenando de golpe para no quedar sin ángulo, casi sin trayectoria para la zurda y perdiendo el equilibrio, la cruza al palo izquierdo de Pfaff. Diego no se deja caer y se esfuerza para iniciar el festejo. Esa carrera tambaleante que termina en abrazo con El Vasco Olarticoechea es el detalle fundamental que lo hace inolvidable.
El primero, cuando recién comenzaba el segundo tiempo, también había sido lindo: la puñalada bien vertical de Burruchaga , el toquecito de Diego justo sobre el pique de la pelota ante la atolondrada salida de Pfaff que le agrandó el arco y le facilitó la definición.
Ese partido guarda otra gema, un entrañable Bonus track: a los 85 minutos entró Ricardo Bochini reemplazando a Burruchaga, fueron los únicos cinco minutos mundialistas de la vida del Bocha, que nunca se sintió campeón del mundo y fue como un sapo de otro pozo en ese equipo que llegó a México cuestionado hasta por Alfonsín y que se fue emparchando sobre la marcha. Ese equipo que no enamoraba, que antes de ganarle Inglaterra todavía llenaba de dudas pero que después de cuatro goles consecutivos de Diego, estaba otra vez en una final del mundo.