En 1988, con diez años, debutó como violista profesional y dio su primer concierto. A los trece, sacó su primer álbum. Fue una sensación inmediata, se calcula lleva facturado más de 10 millones de euros. Pero cuando tenía catorce años, Vanessa Mae, hija de un tailandés y una china, nacida en Singapur y con nacionalidad británica, soñaba con ser otra cosa que la violinista prodigio que ya era. Soñaba con ser esquiadora olímpica.
Lo intento por primera vez en 2002. Como no tenía forma de clasificar con el equipo británico trató de representar a Tailandia, la patria paterna. Le dijeron que encantados, pero que tenía que dejar de ser ciudadana del Reino Unido. Ella se negó y siguió un rato más con la fusión tecno acústica de su violín como única profesión. Para 2006, era la figura juvenil más rica en toda la Gran Bretaña y un planetoide que gira alrededor del Sol llevaba su nombre. Pero ella quería ser olímpica.
En 2010, se puso de acuerdo con el Comité Olímpico tailandés, la registraron en el equipo nacional de esquí como Vanessa Vanakorn, el apellido paterno, y comenzó a entrenar de forma profesional en su nueva residencia en los Alpes suizos. Empezó a competir en 2013 y llegó a estar 3166 en el ranking, con registros que estaban lejos de ser olímpicos. Pero tenía una chance más. A los países con poca tradición el COI les permite, para darle pluralidad a los Juegos, anotar deportistas que logran anotar registros dignos.
En enero Vanessa consiguió que se realice una competencia en Eslovenia y se clasificó con lo justo, cerca de la fecha límite para inscribirse. Consultado por la BBC su entrenador dijo: “Parece que se clasificó. Por un pelo, pero se clasificó”. En febrero, en los Juegos de Sochi 2014, cumplió su sueño. Se convirtió en la segunda representante olímpica en Juegos de Invierno en la historia de Tailandia, que envió una nutrida delegación de dos. Ella y el esquiador Kanes Sucharitakul.
Bueno, la historia se ensució un poco ayer. La cuestión es que Vanessa acaba de ser suspendida por cuatro años por la Federación Internacional de Esquí (FIS) porque se comprobó que el clasificatorio de Eslovenia estuvo arreglado enterito para ella. La FIS auditó el torneo y encontró todo tipo de irregularidades: “En los resultados del segundo día, en cuarto lugar estaba una chica que no estuvo físicamente en la competencia. Otro ejemplo fue el de una chica que nos dijo que se cayó en la carrera y que luego continuó lentamente hasta la línea de meta, pero que se registró que terminó segunda”, explicaron. Además, se estableció que se falsificaron tiempos y resultados y que, por las condiciones climáticas adversas que se dieron, las carreras nunca debieron disputarse.
En julio, cuando comenzó la investigación, cuatro eslovenos que fiscalizaron el torneo recibieron sanciones de entre uno y dos años por participar del arreglo. Ayer, la FIS amplió la sanción a un delegado técnico italiano y a la propia Vanessa, que habría sido la autora intelectual de toda la movida.
A Vanessa no parece que todo esto vaya a importarle demasiado. En Sochi se dio el gusto olímpico y sus resultados demostraron que sus padres hicieron bien llevarla hacia la música. Entra las que terminaron el slalom gigante llegó última, 67ta, a más de 50 segundos de la eslovena Tina Maze, que fue campeona olímpica. Y se fue feliz, realizada, con el sueño cumplido. Violín en bolsa, con su música, sus esquíes y sus trampas, a otra parte.