Supongamos que formás parte de la película el “Secreto de sus ojos”. No se trata de la versión original, ni tampoco del remake hollywoodense. Te toca interpretar el rol del asesino en la nueva versión argenta, y la escena es similar a la del estadio de Huracán, en la popular repleta de hinchas de Racing.

Imaginemos que en este caso no sos un violador ni tampoco estás en el mítico Tomás Adolfo Ducó, sino que sos un vulgar criminal en cualquier otro estadio del fútbol argentino.

Ahora que ya estás en el papel, lo único que querés es que tu equipo logre ganarle a su clásico rival, y saltás al ritmo de la muchedumbre, ubicado en el sector más alto de la tribuna.

La canción que genera éxtasis en la hinchada llega al final. Dejás de saltar y mirás por mera casualidad para un costado. Allí lo encontrás a él, que te observa fijamente hace unos cuántos segundos. Es el hermano de la persona que mataste hace más de cuatro años. Te mira con bronca, y viene a recriminarte lo que hiciste. Enseguida se produce un tumulto y tus compañeros te ayudan a golpearlo y retenerlo.

Entre tanto revoleo de brazos, el pendejo de 22 años logra desprenderse y comienza una huída descendiente. Lo que el muchacho no sabe es que ese descenso frenético por los grandes escalones de cemento desembocará irremediable en un encierro. En su intento por salvarse de la cacería, transita hacia la baranda de una boca de salida de cinco metros de alto.

Los hechos ocurren, en cierta forma, similares a los de la película. Solo que vos lográs pasar de ser el buscado a ser el perseguidor y sos mucho más astuto que Isidoro Gómez: se te ocurre la maravillosa idea de gritar lo que resulta ser un pecado mortal: “¡Éste es de Talleres!”.

De Talleres, en la popular de Belgrano. Y ni siquiera importa que ese dato que dijiste sea falso, porque bien podría haber sido cierto y hoy todos discutirían qué es lo que tiene que hacer un hincha de determinado equipo en el espacio físico de otro equipo. Porque esa es la coartada que tenemos naturalizada.

Así lográs la condena social. Quizá si al personaje de Juan José Campanella se le hubiese ocurrido decir esta frase, el film hubiese concluido a los 93 minutos de rodaje. Pero la realidad es más cruda, y esta película va llegando a su desenlace: ahora el prófugo gambetea entre los que se corren con miedo a ser golpeados por la avalancha que se genera y hay otros que, tras enterarse de que se trata de un hincha de Talleres, deciden formar parte y colaborar con la misión de exterminio.

Vos seguís su camino, sabiéndote todopoderoso. Y la desesperación de la víctima es tal que hasta te facilita tu trabajo y se trepa con sus últimas fuerzas sobre la baranda que separa a la popular del suelo.

En el trayecto tuviste la compañía de tus amigos y la de algunos nuevos sujetos que fuiste convenciendo y se unieron a la causa con el motivo de ajusticiar a semejante canalla. El modus operandi es perfecto: solo te queda empujarlo hacia el abismo; y eso hacés con la ayuda de tus compañeros de aventura. Con el golpe llega la conmoción cerebral y luego el paro cardiorrespiratorio.

Hasta ahí la crónica subjetiva del hecho. Pero como la muerte no estaba confirmada (y por tanto la información no vende lo suficiente para la lógica que impera en nuestro periodismo), este suceso no formó parte de las tapas de los diarios más importantes del país. Ni el domingo, ni el lunes.

Seguramente, con la muerte consumada, será tapa en todos lados.