Hace un par de semanas posteamos un artículo que recordaba el preciso partido en que dio comienzo el ciclo que llevó a Estudiantes de La Plata a ganar tres Copas Libertadores y jugar sendas finales Europeo-Sudamericanas, como se denominaba a la Intercontinental en aquel entonces.

Dicho ciclo, que comenzó remontando heroicamente un resultado adverso ante Platense, finalizó casi simétricamente con la derrota frente al Feyenoord de Holanda, en un largo partido definitorio de 180 minutos en el que Estudiantes había sacado ventaja inicial de dos goles pero que finalmente no pudo sostener, igualando en La Bombonera y perdiendo en Holanda.

La nota que reproducimos a continuación, publicada en el semanario político Primera Plana en septiembre de 1970, refleja en caliente las alternativas de aquel partido jugado en Rotterdam donde los muchachos –la secta- de Osvaldo Zubeldía quemaron sus últimos cartuchos, agotando su batería de artimañas y jugadas de laboratorio.

 


 

Sobre ciclos y desprejuicios

Pareció el drama del fútbol. Feijenoord intentó jugar, pero no pudo. Contó con la potencia de Kindwall, la habilidad de Van Hanegem, las intenciones de Wery, Moulijin, Hasil, y las incongruencias del resto. Enfrente, el desprejuiciado Estudiantes de La Plata se limitó a dejar pasar el tiempo, apenas a sobrevivir. Con lo que dispone, es difícil que pueda hacer algo más.

veronEra el segundo partido final por la Copa Eurpea-Sudamericana, en Rotterdam, Holanda, el miércoles 9. La mejor definición de esas diversas maneras de sentir, se palpó a los nueve minutos de juego. El corpulento y astuto Van Hanegem eludió a Bilardo, le pasó la pelota entre las piernas. La réplica fue tomarlo de la casaca. En seguida, un agrupamiento de jugadores de Estudiantes; el juego, interrumpido durante un minuto y medio. Una botella arrojada desde la tribuna provocó la airada protesta de Malbernat. Eduardo Flores simuló el impacto. Unos querían; los otros no.

La imagen de televisión no evitó que se consumara la frecuente asociación entre periodistas y jugadores. Horacio Aiello, por Canal 9, a los 13 minutos, se elogió: “Les aseguro que nuestro relato es objetivo”. Tuvo siete minutos para sostenerse. Ante una visible pérdida de tiempo del guardavalla Pezzano, quien, cansino, buscaba la pelota en un costado, argumentó: “Acá no hay chicos para buscar la pelota”.

Estudiantes, lejos de miradas inquisidoras, resucitó viejas artimañas. No tardó en conseguir que se pasase del bostezo al sueño. Feijenoord entró en la variante propuesta: pegó, empujó y protestó; luego, también dejó de jugar. El único momento de lucidez de la primera etapa lo brindó Van Hanengem, con un espectacular zurdazo, detenido por Pezzano. Muy poco, pero también lo previsible entre estos dos supuestos mejores equipos del mundo.

La comedia continuó en el segundo período y, de a poco, la desorientación del ingenuo team holandés se hizo evidente. Tanto, que Estudiantes, desacostumbradamente, atacó. Pudo ganar, quizá. La habilidad de Juan ramón Verón pergeño una clara situación de gol [7m 30]; la perdió una torpeza: la de Marcos Conigliaro. Nadie se extrañó.

Pero Joop Van Daele, con un potente tiro de derecha, a los 20 minutos disipó todas las esperanzas. Quienes creyeron que atacar podía rendir algún beneficio, lo recibieron.

Todo Estudiantes protesto el gol, porque el scorer usaba anteojos. No tuvo suerte. Tampoco Van Daele: misteriosamente, sus lentes aparecieron tirados y rotos. Con visibles señas, culpó a Malbernat y a Pachamé: los malos hábitos no se olvidan fácilmente.

Al final, vanas palabras, nuevamente, pretendieron reemplazar lo que no se consiguió. Estudiantes -señaló Aiello- ha dignificado al deporte argentino.” Por Radio Rivadavia, José María Muñoz, en un prolongado soliloquio, quiso explicar que el resultado ya no importaba, que había que mirar hacia adelante, que Estudiantes, pese a todo, era el subcampeón mundial.

El verborrágico Osvaldo Zubeldía, en el vestuario, en un rapto de sensatez, desmintió: “Desgraciadamente, es un consuelo de tontos”. Claro que en seguida , volvió a la normalidad: “Si nosotros en Buenos Aires, no hubiéramos escuchado tantas cosas, el primer partido terminaba fácil para nosotros.”

Todo concluyó. Dentro de tanto disparate dialéctico, con jugadores que corren, trabajan, hablan, pero no juegan, queda el consuelo de que el argumento del resultado, sostenido a cualquier precio, utilizado como mordaza para defender críticas, ya se volvió en contra de quienes lo propusieron. Era innecesario esperar tanto tiempo: el ciclo de Estudiantes no terminó en Rotterdam. Al admitir que un equipo de fútbol tiene, entre otras obligaciones, la de jugar al fútbol lo mejor posible, cabría preguntarse, con mejores perspectivas de respuesta , cuándo se inició, cuándo se iniciará ese ciclo.


 

Publicada en Primera Plana #398 – Septiembre 1970