(Arsenal vs. Derby County – 12/2/72) – En aquellos tiempos, para que un partido saliera a pedir de boca y fuese de veras memorable, para que yo pudiera volver a casa sintiéndome por dentro plenamente realizado, éstas eran las condiciones que tenía que reunir: tenía que ir a verlo con mi padre; teníamos que almorzar en el bar de los pescaditos, y sentados los dos, nada de compartir mesa; teníamos que haber conseguido entradas para la parte alta de la Banda Oeste, porque desde allí se ve el túnel de vestuarios, y puedes saludar la salida al campo de los tuyos antes que el resto de los espectadores, entre la línea de medio campo y el Fondo Norte; el Arsenal tenía que jugar bien y ganar por dos goles de diferencia; el estadio tenía que estar lleno hasta la bandera, o casi, lo cual solamente era posible si el adversario era un equipo de cierta entidad; el partido tenía que ser grabado por la televisión, para que lo retransmitiese la ITV en The Big Match el domingo por la tarde o, como poco, la BBC en Match of the Day (supongo que prefería verlo cuanto antes); para terminar, mi padre tenía que ir a la cancha bien abrigado. Muchas veces venía de Francia sin un buen abrigo, olvidándose de que aquellas tardes de sábado no pocas veces transcurrían con temperaturas bajo cero, por lo que su incomodidad era tan patente que a mí me desbordaba la culpabilidad cuando insistía en que nos quedásemos hasta el pitazo final. De todos modos, siempre insistía en que quedásemos hasta el último momento; cuando llegábamos al coche, mi padre estaba tan muerto de frío que casi no podía ni hablar. Me sentía fatal por eso, pero no tanto como para arriesgarme a no ver un gol que marcásemos en el último minuto. Eran unos requisitos inmensos, y por eso no es de extrañar que sólo se cumplieran todos ellos una sola vez, por lo que yo recuerdo, en un partido contra el Derby en 1972: un Arsenal inspirado por la sabiduría de Alan Ball derrotó a los que luego iban a ser campeones de Liga por 2-0, con goles de Charlie George, uno de penal y otro de un cabezazo sensacional. Y como encontramos mesa en el bar de los pescaditos, como el árbitro señaló la pena máxima cuando Ball fue derribado en vez de gesticular con los brazos para indicar que siguiera el juego, como mi padre se acordó de venir con su abrigo, he dejado con el tiempo que ese partido se convierta en algo que no fue: para mí hoy representa todo el misterio, la totalidad del disfrute, aunque es erróneo. El Arsenal jugó demasiado bien, el gol de Charlie fue demasiado espectacular, la asistencia al partido fue demasiado concurrida y el público se lo pasó demasiado bien con el juego del equipo…El 12 de febrero ocurrió como ocurrió, es decir, exactamente como acabo de pintarlo, aunque ahora sólo tenga importancia por lo atípico. La vida no es, no ha sido nunca un triunfo por 2-0, en casa, contra los líderes de la Liga, y menos después de almorzar estupendamente en el bar de los pescaditos.
*Extraído de Fiebre en las gradas.