En algún momento de 1986, la octava división de Boca Juniors disputó un amistoso contra un combinado del country Mapuche. Tan extraño hecho sucedió porque Mario Zanabria, entrenador de la primera división del club, había visto a un flaquito con unas condiciones muy superiores a las de sus compañeros en uno de sus paseos por las canchas del barrio donde residía. Entonces, el técnico santafesino decidió organizar un partido para ver la reacción de un talento en bruto como ese frente a futbolistas de mayor capacidad. El resultado fue mejor del esperado y Diego Fernando Latorre debutó en primera división poco tiempo después, sin la trayectoría en inferiores que hasta su aparición se consideraba imprescindible.
Ni siquiera desde sus orígenes, Latorre fue un futbolista común y corriente. O, mejor dicho, fue ese origen tan particular lo que lo convirtió en una rara avis para el ambiente futbolero de los ochenta. Venía de una clase social muy diferente a la de sus colegas, hablaba diferente, se vestía diferente, tenía intereses diferentes. Por eso, sus primeros días en el plantel de Boca no fueron fáciles. “Me gastaban mucho. A Saturno y a mí nos tenían de punto, pero yo no tenía drama, siempre fui divertido”, afirmó en una entrevista con la Revista El Gráfico. Sólo imaginar el momento en el que Zanabria lo presentó al resto del grupo en La Candela alcanza para entender la situación.
Su paso por la Candela también fue particular. Se entrenaba sólo una vez por semana, algo similar a lo que había hecho en Ferro, donde jugó en las divisiones infantiles. “Mis compañeros no se enojaban por eso porque me disfrutaban los sábados, si el primer año metí como 20 goles. Yo no podía ir a entrenar porque mis padres no querían que dejara el estudio, y tenía una hora y media de viaje de La Paternal a San Justo, entonces mi propuesta fue entrenar los jueves y jugar los sábados”.
Después de Zanabria, pasaron César Luis Menotti y Roberto Marcos Saporiti por el banco de Boca, pero ninguno de los dos decidió hacer debutar en primera al pibe del country. Es una especie de paradoja, porque son dos de los principales exponentes de las ideas futbolísticas que Latorre defendió durante toda su carrera y sigue defendiendo en la actualidad. Para colmo, esa contradicción se hizo aún más grande, porque quien le permitió disputar su primer partido oficial fue Juan Carlos Lorenzo, hombre de ideas contrarias. El 18 de octubre de 1987 ingresó en un partido ante Platense y marcó de cabeza el único gol de la derrota 1-3. No tardó nada en hacerse conocer.
Hoy, Latorre es un comentarista serio, respetado y prestigioso. Es, para quien firma esta columna, el mejor del país. Sin embargo, antes fue un jugador rebelde, un muchacho díscolo, una estrella de la farándula. Fue amado y odiado por la hinchada de Boca sin puntos medios y jamás en sus casi veinte años de carrera pasó desapercibido. Los jóvenes que hoy disfrutan de sus conceptos por medio de la televisión, se perdieron a uno de los grandes personajes del fútbol argentino de los ochenta y noventa.
¿Cómo jugaba Latorre? Muy bien. Era rápido, habilidoso, inteligente. Quizás un poco egoísta y por tanto inconstante. Él mismo reconoció que fue Carlos Bilardo quien lo ayudó a entender la importancia de sacrificarse por el equipo: “Yo era muy lírico y me desentendía cuando el equipo contrario tenía la pelota. Con él me di cuenta de que es necesario el sacrificio”. El apodo de Gambetita es muy poético, pero no lo describe totalmente, porque era mucho más que un gambeteador. Tenía olfato goleador, era vivo para moverse en el área y representaba un peligro constante para el rival.
Su personalidad fue lo que lo convirtió en una figura muy especial. Al final de un partido era capaz de gambetear también las excusas y exclamar “jugamos los dos muy mal”. Además, algunas frases de su autoría quedaron en la memoria colectiva, como aquella de “Boca es un cabaret”. Latorre afirma que en el fútbol hay mucho miedo y la mayoría de los jugadores no puede decir lo que piensa.
Dos etiquetas lo acompañaron durante toda su trayectoria: la de “bicho raro” por su origen y la de fanfarrón. El mismo comentarista humilde que jamás utiliza su experiencia para apoyar una opinión fue un muchacho sobrador y canchero, aunque él da sus particulares razones de esto: “Es la pimienta del fútbol, el espectáculo por arriba de todo. Ojalá hoy hubiera jugadores que despierten algo, uno debería estar agradecido a tipos así. Yo era particular en los festejos, por ahí hacía una de más, pero jugaba para el equipo, aunque no podía renunciar a mis características: yo me nutría de la gambeta”.
En 1989, ya era ídolo indiscutido de Boca. Su talento, su carácter y esa manera de moverse sabiendo que era el mejor le permitieron ganarse el amor de una hinchada que desde hacía tiempo se había olvidado de festejar. Tras conquistar la Supercopa 1989 y la Recopa 1990, Oscar Tabarez arribó al club y con él se formó una de las mejores duplas de la época. Gabriel Batistuta llegó para hacer crecer todavía más a Latorre. Fue una relación que progresó con naturalidad, como si estuviesen destinados a encontrarse. En la primera fecha del Clausura, marcaron los tres goles del triunfo 3-1 sobre Argentinos Juniors y eso fue solo el comienzo. Cada uno cerró el campeonato con nueve goles convertidos.
Ninguno de los dos pudo disputar aquella histórica final contra Newell’s porque estaban concentrados en la Selección. “Vimos el partido después de una práctica con la Selección, nos quedamos con Bati escuchando los penales por radio. Terminamos arrodillados, no lo podíamos creer”, recordó tiempo después. Esa dupla no pudo dar ninguna vuelta olímpica con Boca, ya que en la Copa Libertadores quedaron eliminados tras la épica batalla campal frente a Colo-Colo. Sin embargo, esa competencia siempre será especial para Latorre, quien firmó la mejor actuación de su carrera en la victoria 4-3 sobre River.
Antes de la Copa América 1991, Fiorentina había mostrado gran interés en contratar a Latorre. Emisarios del club de Florencia lo habían seguido durante largo tiempo, pero su pobre actuación en el certamen que ganó Argentina (sólo jugó dos partidos) hizo que los italianos cambiaran su atención hacia… Batistuta. Entonces, Fiore decidió llevarse a la dupla y a Antonio Mohamed. En los primeros entrenamientos, Bati demostró que estaba hecho para el fútbol europeo, pero Latorre y el Turco no convencieron del mismo modo. El delantero de Reconquista nunca más volvió al país, mientras que Gambetita fue fichado pero tuvo que retornar a jugar un año más en Boca.
Un suceso extra deportivo que lo marcó para siempre fue lo ocurrido durante el Preolímpico de 1992. Argentina tenía un plantel envidiable, que viajó a Paraguay solo para ir a buscar los pasajes a Barcelona. Pero quedó eliminado con Ecuador y Uruguay en primera fase, en lo que fue uno de los fracasos más grandes de los últimos tiempos. A ese torneo viajó la novia de Diego Latorre, Zulemita Menem. Imaginen a la mediática hija de un presidente en un torneo de fútbol y entenderán una de las principales razones del fracaso. “Llegó en un momento inoportuno sin yo tener conocimiento de que llegaba. No me gustó”.
Tenía 23 años y ya había pasado lo mejor de su carrera. Jugó sólo una temporada en la Viola y después tuvo buenos pasos por Tenerife y Salamanca de España antes de volver a Boca en 1996. En el club canario conoció a Angel Cappa, a quien considera “un padre” y un personaje fundamental en su formación. Tras jugar en Boca y Racing, en 1999 emigró a México, donde fue ídolo en Culiacán.
Con el tiempo, el amor de la gente de Boca por él se diluyó y su conflictivo retorno a mediados de los noventa no ayudó a recomponerlo. Todo lo contrario. Su relación con la hinchada boquense se terminó de romper en el verano de 1997, cuando mientras jugaba para Racing se tapó la nariz en un gesto labruneano que jamás le perdonaron. Encima, un tiempo después exclamó: “Jugar en River sería espectacular”. Aquel pibe rebelde y amado se había convertido en un hombre odiado.
“Alonso es River, Bochini es Independiente y Latorre es Boca”, dijo en 1993. La arrogancia de los jóvenes, dirán algunos, mientras que otros afirmarán que es la confianza indispensable para triunfar. Latorre aprendió a abrirse camino en un mundo que no conocía y que muchas veces lo miró con extrañeza, de costado. Habrá quedado mal parado muchas veces, pero supo darle alegría a muchos hinchas, algo que ningún comentarista podrá hacer jamás.