liserg350A Gardel le gustaba el fútbol. Menos que los burros, pero le gustaba. En 1930 visitó al asustadizo equipo argentino para amenizar la concentración de los jugadores, antes de la final del Mundial frente a los uruguayos, a los que también visitó. Su racinguismo está documentado en la conocida anécdota del día en que fue a alentar a La Academia, ilusionado con disfrutar del juego de Pedro Ochoa, “el crack de la afición”, pero se encontró con que el wing esa tarde no jugaba. “¡Ochoíta, jugame un ratito!”, dicen que le imploró Carlitos. El hombre no pudo negarse, pasó por el vestuario, y le dio el gusto al cantor. Jugó un ratito.

Hacia 1929, el Morocho del Abasto no daba abasto con su producción musical. El Zorzal, aún de cabotaje pero ya consagrado y popular, necesitaba temas para ampliar su repertorio. Las grabaciones eran incesantes, y las canciones no alcanzaban. Intuyo lo bien que le habría venido al Mudo un Andrés Calamaro. Además, como corresponde al arquetipo del porteño de ley, el muchacho no se hacía rogar a la hora de hacer favores, y era condescendiente con los compositores que le acercaban sus balbuceos. En ese período Gardel grabó de todo. Sin filtro. Tangos, valses, estilos, zambas, foxtrots, ¡pasodobles!… Pero, entre tanta diversidad, los versos de un tango futbolero, el objeto de estas líneas, se destacan por su lisérgica originalidad:

LARGUE ESA MUJICA

Largue, Chiessa a esa Mujica
por Souza y por Roncoroni
y Pratto Coty Spiantoni
porque Passini calor.

Yo Onzari que Battilana
si ha Serrato la Manchini,
que si usted Reccanatini
tal vez Stábile mejor.

Marassi que yo Bidoglio
que anda con una Peniche
y aunque se Fleitas Soliche,
a quién se lo va a Gondar.

Qu’ el es Nobile, che Negro,
nunca Settis Gainzerain
si deja esa Bidegain
pa’ no volver a Beccar.

Tire, Cherro, esa Ferreyra,
que si corre Sanguinetti
lo van a dejar Coletti
en la Celta de un penal.

Es inútil que Lamarque
o a lo mejor la Martínez,
si no valdrá que Giménez
ni que se haga el Sandoval.

Guarda con la Canaveri,
Miranda que lo en Canaro,
si de usted bate un Purcaro
que es Cafferata de acción.

Olvide el Carricaberry,
tírese a la Bartolucci,
que mejor es hacer Bucci
que dárselas de Mathón.

La letra de Juan Sarcione utiliza, en un juego onomástico, apellidos de futbolistas destacados de esa época en reemplazo de algunas palabras de similar sonororidad, en los versos del poema. Resulta difícil encontrar la lógica del relato en el que se menciona casi completo el equipo de Huracán campeón del 28 (Settis, Pratto, Negro, Bartolucci, Souza, Nóbile, Stábile y Chiesa); y están también Juan Sandoval, de Quilmes, Roberto Cherro y Federico Bidoglio, de Boca Juniors, Alfredo Carricaberry, de San Lorenzo… El Mujica del título era el nueve de Racing. Además de Manuel “Nolo” Ferreyra, de Estudiantes, Humberto Recanatini, que todavía jugaba en Almagro y se destacaría en el profesionalismo jugando para Gimnasia de La Plata,  Zoilo Canaveri, wing de Independiente. Escasean los de River. Aparecen mencionados, además, dos dirigentes: Pedro Bidegain, presidente de San Lorenzo, y Adrián Beccar Varela, presidente de la Asociación Amateur Argentina de Football.

con gorraQué le pasó por la cabeza a Gardel cuando el joven Sarcione le mostró esa letra demencial, es algo que nos cuesta imaginar. La debe haber cotejado con sus guitarristas. Deben haber jugado a adivinar de qué se trataba. Se divirtieron, seguro. Con prudencia se puede deducir, a grandes rasgos, que la voz del narrador es la de un hombre que aconseja a otro que deje a una mujer (“Largue esa Mujica”) por sosa y roncadora (Souza y Roncoroni), le hace notar que, si recapacita (“Recanatini”), tal vez estará (“Stábile”) mejor. Le sugiere sensatez, que no empuñe un arma (“Tire Cherro esa Ferreyra”) que si corre sangre (“Sanguinetti”) lo van a dejar loco (“Coletti”) y preso. En la última estrofa, le recuerda que es un cafiolo, un proxeneta (“Cafferata”) y que le conviene deshacerse de ese carro (“Carricaberry”), tal como en lunfardo se nombraba a las prostitutas entradas en años, y le sugiere que se tire a la bartola (“Bartolucci”). Que a veces es mejor ser alcahuete (“Bucci”) que dárselas de matón (“Mathon”).

La traducción literal de cada uno de los versos nos resulta imposible, seguramente ahí resida parte del encanto. Es más bien un trabajo para el criptólogo Rodolfo Walsh, que al pie de la teletipo de Prensa Latina descifró los mensajes en clave de la CIA que anunciaban una invasión norteamericana a Cuba.

Lo cierto es que Gardel grabó esta enigmática pieza, con música del mismo Sarcione, el 8 de agosto de 1929. Las aguerridas guitarras de Aguilar y Barbieri pulsan una cadencia arrabalera y entradora para el lucimiento del cantor, que con picardía le impregna a la letra un sentido sonoro a lo que no tiene sentido. No es difícil razonar que estos alucinados versos, contemporáneos a las vanguardias dadaístas europeas, hubieran permanecido en el olvido si el Morocho del Abasto no los hubiera interpretado. Y encima, ¡Cata Díaz Caranta Migliore! (cada día canta mejor).

Les dejamos el tanguito para que lo disfruten.