Un libro puede ser valorado por varias cuestiones. Porque está bien escrito y/o porque está bien editado y/o porque es un objeto apreciado y/o porque aborda de manera atractiva la cuestión que el autor quiere desarrollar. Y hay que decir que no es común encontrarse con uno que pueda reunir todos esos atributos.
Este es el caso de El deporte en el cine, un bellísimo libro escrito por Matías Bauso (periodista, crítico literario, abogado y sufrido hincha de Racing, según se presenta a sí mismo), quien desarrolló en 190 páginas una “arbitraria lista” de películas que grafican “una problemática y una faceta del cine deportivo”. Digamos que el autor acertadamente considera que toda “lista” es “arbitraria”, o sea una redundancia, y lo compartimos.
No vamos a caer en la tentación de decir que El deporte en el cine es un libro apasionado, más allá de que Bauso en algunos momentos nos deja traslucir su fanatismo por algunas películas, una calificación con las que podemos acordar o no en la valoración que realiza, aunque aquí no es lo importante. Decimos que no queremos mencionar la palabra “pasión” en este texto porque lamentablemente en honor a ella se han cometido centenares de atrocidades vinculadas al deporte. Y por eso decimos que Bauso realiza un comprometido análisis de las películas que analiza (casi opina desde un lugar militante y lo bancamos, claro), pasando del cine más comercial al más refinado o desconocido sin ningún prejuicio ni dificultad.
Puede desarrollar una disparatada teoría avalando la Ley Costner (“una norma Iram del género”), desarrollar 88 razones para amar a Rocky Balboa o contar con lujo de detalles quién y qué fue Leni Riefenstahl para la historia del cine documental mundial, sin hacerse el boludo sobre el pasado nazi de esta cineasta genial y horrible persona, tal como reza el nombre del extraordinario documental que hizo sobre su vida Ray Müller: The Wonderful, Horrible Life of Leni Riefenstahl, traducido al español con un lavado Una vida de luces y sombras .
Hay decenas de historias extraordinarias en el libro, como por ejemplo las razones que llevan al autor a sostener que Aguirre, la ira de Dios de Werner Herzog es una película deportiva. No vamos a avanzar en este cuento porque queremos que los lectores lo descubran por sí mismos cuando tengan el libro en su poder. Sí vamos a dejar un fragmento de la Parte 1 que nos pareció maravilloso por lo disparatados y, al mismo tiempo, sólidos de los argumentos que allí se desarrollan:
“Una interesante teoría sobre la relación entre el deporte y el arte fue esbozada hace unas décadas por George Plimpton, un periodista y escritor norteamericano que también tiene su parte en el cine deportivo: es uno de los entrevistados principales en Cuando éramos reyes (When We Were Kings, 1996) y es el flaco canoso que salta desaforado desde la segunda fila de ese ring-side de Kinshasa cuando Ali pone knock out a Foreman. Plimpton elaboró la Teoría de la pelota más chica: cuanto más chica es la pelota con la que se juega, mejor se escribe sobre ese deporte. Eso explicaría por qué hay excelente literatura sobre béisbol y golf, y casi nada bueno escrito sobre básquet. Su ranking era de mayor a menor (o de mejor a peor): golf, béisbol, fútbol americano, fútbol y básquet. Socarronamente, terminaba el enunciado con el dato que corroboraba de manera definitiva su teoría: no hay nada bueno escrito sobre los balones medicinales. Pero claro, se puede decir que esta postulación es incompleta porque no considera a los deportes que se juegan sin pelota. Entonces elaboró otra teoría para esos deportes (aunque al practicarse sin pelota los consideraba “menos deporte”). Teoría de los deportes sin pelota: cuanto mayor peligro impliquen, mejor se escribe sobre ellos. De esta manera, hay grandes libros sobre boxeo, lucha libre, automovilismo o alpinismo. Y de menor calidad si se refieren al atletismo, la natación, el remo o la cinchada.
Nosotros debemos dilucidar si esta teoría se comprueba en el cine. Los deportes de pelotas grandes (el fútbol y el básquet los más populares) no han sido demasiado agraciados en su tratamiento, aunque existan algunas escasas excepciones, en especial en el básquet (Hoosiers, Hoop Dreams, Los blancos no la saben meter [White Men Can’t Jume, 1992]). Lo mismo sucede con los deportes “sin riesgo” que tampoco tienen para blandir demasiadas buenas películas en esa hipotética contienda.
La teoría de la pelota más chica y de los deportes peligrosos es aplicable al cine. No existen dudas de que los deportes mejor tratados por el cine, los que han producido mejores películas son el béisbol y el boxeo.
Con el golf se nos complicaría dar por buena la hipótesis de Plimpton. Sólo se me ocurren Caddyshack (1985) y Tin Cup (1996) como ejemplos. Ninguna de las dos son obras maestras pero cada una dentro de su género son muy efectivas. Una gran película cómica y una comedia romántica deportiva con grandes parlamentos y una resolución acorde y sorpresiva.”
Y siguen los argumentos.
Si les interesa el deporte y la literatura, busquen El deporte en el cine, grandes partidos, jugadores y altetas de la pantalla. Lo van a disfrutar.