A mediados 2004, cuando Roger recién empezaba su reinado, yo pensaba que el suizo era un soso, un insulso que me recordaba a Ricardo Arjona con una raqueta en la mano. Un impresentable.

Mis tiempos del fanatismo por el tenis habían quedado muy lejos. Hasta los ochenta seguí con dedicación los partidos de los jugadores que más me gustaban.

Llegué apenas justito hasta Becker. Después pasé. Pasé de Agassi, de Sampras y de todos los pegadores, sacadores y devolvedores físicos que aparecieron desde entonces. Hasta que un buen día del 2004 leí que John McEnroe (viejo ídolo de aquellos tiempos) aseguraba que Arjona era… ¡el tipo más talentoso que el tenis había dado en toda su historia! Faaaaaaa, diría un oriental. Era mucho. Que justamente el gran Mac dijera eso fue una señal que no podía ignorar. Y empecé a mirarlo.

Entro varias veces por día (sí, leyeron bien: varias veces) a su pagina oficial, a la página de la ATP y a cualquier diario deportivo donde pueda estar un poco más al tanto de sus novedades. Durante los torneos importantes directamente paso a estar en trance.

Y retorné al tenis. Y me di cuenta de que era cierto: el tipo era extraordinario. Un talento que recordaba a esa época dorada pero en un modelo mejorado, en una versión potenciada. Y ahí empezó la enfermedad que aún me aqueja placenteramente.

Los que conserven la colección completa de esta prestigiosa revista podrán leer que hace un tiempo escribí acerca de mi imparcialidad pura y orgiástica con respecto al fútbol: como me gustan muchos equipos, no me gusta ninguno. Bueno, con Federer expreso mi fanatismo más irracional. Acá van algunas pruebas:

1) Quiero que gane siempre y si no gana sufro (sufro mucho). 2) Quiero que gane de cualquier manera. Si juega bien, mejor. Esto es una desgracia porque disfruto menos del espectáculo que es verlo en la cancha.

3) Les deseo pestes a los rivales directos que andan merodeando su corona. Para empezar a Rafael Nadal. Lo respeto fuera de la cancha (es agradable y sincero: reconoce que su tenis es inferior) pero quiero que pierda siempre. Me ha hecho llorar de impotencia (las lágrimas de mi ídolo son las mías). Sólo acepto que Nadal gane si me aseguran que es para después enfrentar a Roger y perder.

federer4) Llevo una estadística minuciosa y perfecta (como iba a ser de otra manera, si son los números del más grande) de sus victorias, títulos, porcentajes de efectividad y detalles varios de su carrera.

5) Entro varias veces por día (sí, leyeron bien: varias veces) a su pagina oficial, a la página de la ATP y a cualquier diario deportivo donde pueda estar un poco más al tanto de sus novedades. Durante los torneos importantes directamente paso a estar en trance.

6) Tengo unos papelitos al lado de la cama donde voy anotando mis pronósticos acerca de cómo será la temporada. Esto incluye una proyección sobre su retiro y todo lo que habrá logrado para entonces. Estas proyecciones van variando. Por ejemplo: en el 2007, pensaba que iba a llegar a 77 títulos, 17 de ellos de Grand Slam. Ahora creo que llegará a 74 y 18, respectivamente.

7) Este es un punto polémico, pero no quiero mentirles. No respeto patriotismos deportivos: en la final del US Open 2009  iba con Roger. La victoria de Del Potro me mató, me dejo de cama (recién a los dos o tres días pude reconciliarme con Juan Martín y alegrarme con su alegría); cuando Guillermo Cañas le ganó dos partidos seguidos me sentí humillado, vulnerable; cuando Nalbandian le dio vuelta la final del Masters 2005 me quede petrificado, sin poder creer lo que estaba viendo. Era una debacle: el cordobés estaba pescando con sus amigos en la Patagonia, lo llaman a último momento, va de apuro, llega a la final y ¡¡¡le gana!!! Qué dolor, Dios mío, qué dolor. Lo escribo y me duele.

A veces me pregunto cómo pasé de considerarlo un Arjona suizo pecho frío a estar convencido de que no hay nadie como él. No sólo es mi ídolo máximo, mi referente y mi obsesión, es también la palabra susurrada al oído (“Federer, Federer”) que entre sueños me lleva de vuelta a la infancia.

Qué suerte que pude romper mis prejuicios. Gran enseñanza para el futuro. Gracias, John. Gracias por abrirme los ojos.

 


Esta nota fue publicada en la edición impresa de Un Caño, precisamente en el número 24, en abril de 2010.