En el año 2013, Alcides Ghiggia vivió en el estadio Centenario el reverso de su experiencia en el Maracanazo.

Si en la final del Mundial de 1950 había tenido que vivir como protagonista un gol -el más importante de su vida- en silencio ante la mirada hostil de una hinchada brasileña rival e incrédula, ésta vuelta le tocaba ser espectador mientras revivía junto a su gente -uruguaya y fanática de su obra- el grito que sus compatriotas no habían podido ejercer en tiempo y forma dentro de un estadio.

En Montevideo, el hombre-héroe charrúa recibió el homenaje que merecía: revivió el relato de su tanto mientras los hinchas gritaban. Sonó el gol en boca de otros y él se tiró hacia el lado de las lágrimas, para emocionarnos a todos los que disfrutamos alguna vez un poco del fútbol.

Ayer murió el hombre. Adiós, Alcides. Te recordaremos dos veces. La primera como un joven aguafiestas que apareció en el momento justo en una tierra ajena para hacer historia y cambiarle el color de camiseta al país más famoso de la pelota.

La segunda como un hombre hecho que se bajó entre canas de un carro apoyado en un bastón y no temió llorar, a la hora de cosechar su leyenda con la gente que más lo quería.