La disforia de género debe ser la máxima frustración vocacional. Si entendemos por vocación el deseo de desarrollarse en determinada dirección, el haber nacido con genitales de varón y sentirse mujer (o a la inversa) aniquila cualquier proyecto personal.

O por lo menos lo torna insatisfactorio. Cuando no triste. Algo así le sucedió, entre tanta gente, a Shindo Go, una japonesa que se veía a sí misma como japonés y que, ante el desajuste entre sus necesidades más profundas y la engañosa anatomía que le había tocado en suerte, cayó en una depresión grave. A punto tal que barajó la idea de suicidarse, pero la rescató el boxeo. Sí, se hizo boxeadora y así encontró, según sus palabras, una “razón existencial”.

Shindo Go posaAunque le fue bien y el 13 de junio intentará obtener el título gallo de la OMB frente a su compatriota Naoko Fujiota, en Tokio, el cuadrilátero todavía no compensa la ajenidad que le produce su propio cuerpo. De modo que, en la misma conferencia de prensa en la que se anunció la gran pelea, Shindo Go, cuyo verdadero nombre es Megumi Hashimoto, avisó que, luego de la pelea, se someterá a una operación de reasignación de sexo, en Tailandia, para por fin “poder desafiar a los hombres”.

El deporte, organizado escrupulosamente según el criterio genital de masculinidad y feminidad, es un clima especialmente hostil para los transgénero. Shindo Go, que siempre detestó boxear con mujeres, sólo estará habilitada para cumplir su voluntad y enfrentar a los que considera pares (congéneres, literalmente) una vez que pase por el quirófano.

La historia deportiva registra antecedentes de este tipo. El más famoso quizá es el del oftalmólogo Richard Raskind, quien luego de revistar en la marina, casarse, tener un hijo y jugar como amateur entre los varones durante largas temporadas, resolvió ponerle los órganos correctos a su percepción de toda la vida y se trasformó, en 1975 y a los 41 años, en Renée Richards, una tenista escándalo para la época. La supuesta ventaja física de que gozaba con las mujeres desató las protestas de sus competidoras y una disputa judicial. Finalmente, los tribunales le dieron la razón a Richards y le permitieron jugar con y entre polleras.

Otro caso estruendoso fue el de la luchadora de artes marciales mixtas Fallon Fox, nacida Burton Boyd y también operada. Por ser un deporte de contacto, en el que la fuerza corporal define la contienda, escaló el debate científico para definir si los transexuales tienen una indubitable supremacía y qué hacer con la reglamentación deportiva en ese aspecto. ¿Cómo garantizar el respeto a decisiones constitutivas de la identidad de los atletas y asegurar al mismo tiempo la igualdad en la pista?

En 2004, el Comité Olímpico Internacional avanzó en la normativa sobre los deportistas transgénero. Estableció que debían someterse a una cirugía, tener reconocimiento legal de su nueva condición y llevar por lo menos dos años de tratamiento hormonal. Sólo de esta manera, de acuerdo con los conceptos del COI, se anulaba la sospecha de ventaja deportiva.

Pero el asunto es más complejo. Porque la vivencia de género no está determinada por lo que se porta entre las piernas. La obligatoriedad de una operación, además de no sonar muy comprensiva ni amable, tampoco parece pertinente. No todo es tan claro como pretenden las almas conservadoras. La biología incluso se muestra reticente a poner límites estrictos. La sudafricana Caster Semenya, medalla de oro en el Mundial de Atletismo de 2009 y de plata en Londres 2012, fue resistida por su aspecto masculino. Semenya tiene, por los avatares de la genética, una combinación de genitales femeninos y masculinos, lo que se llama intersexualidad y antiguamente se conocía como hermafroditismo. La atleta, que luego de muchos cabildeos y chismes a escala internacional fue autorizada a competir sin restricciones entre las damas, no tiene prevista ninguna cirugía “correctiva”. Esa es, por ahora, una necesidad represiva ajena.

En virtud de lo arduo del debate (y de la diversidad antes acallada), el COI hizo una enmienda y los Juegos que se disputarán en el Brasil posdemocrático el próximo agosto traerán algunas novedades importantes. Los deportistas transgénero podrán participar en cualquier prueba sin tener que someterse a ninguna acción quirúrgica, siempre y cuando los nacidos anatómicamente varones que compitan entre mujeres no superen determinado nivel testosterona en sangre. Asimismo, las chicas que producen niveles de testosterona (la hormona clave) por encima del rango normal no deberán someterse a ningún test libremente. Un avance que, de cualquier manera, no clausura un tema medular como los derechos humanos.