Maxi Rodríguez es la encarnación misma de la corrección política. Por eso sonó raro cuando el fin de semana, después de la victoria frente a Crucero del Norte, hizo públicas sus diferencias con el Tolo Gallego.
Hay que defenderse con la pelota, sostuvo Maxi, y agregó que el DT de Newell´s tiene otra idea. En la misma sintonía declaró Nacho Scocco: “Este equipo no está acostumbrado a correr tanto sin la pelota, a desgastarse de esa manera”.
A las 24 horas Rodríguez retomó la normalidad: salió a decir que se habían interpretado mal sus palabras. Que en realidad Gallego comparte la línea de juego defendida por todos y que es un técnico de lo más “jodón”. Dicho de otro modo: el clima de trabajo es óptimo y para qué estropearlo con un módico arresto de sinceridad.
Scocco no se desdijo –al menos hasta el momento en que se escribe esta nota–, conducta de saludable sensatez, por cuanto su único pecado fue deslizar una opinión que no hace más que ceñirse a la identidad del club.
Se ve que en Newell´s ganar no es todo. Es lo más deseable, claro, igual que para el resto. Pero resulta indispensable hacerlo según la propia cultura. No por orgullo y empecinamiento, sino porque ha probado su eficacia sobradamente. Llevarse los tres puntos jugando a cualquier cosa es menos una traición que una pista falsa, un indicador trucho de que las cosas van bien cuando lo único que se ha conseguido es el pan para hoy. Y ya se sabe lo que sucederá mañana.
En una sociedad en que se pregona la necesidad de disenso, hay poca disposición al respecto. Más vale no hacer olas. Supongamos que la rectificación de Rodríguez se atiene a la verdad y que Gallego (cuya reputación lo sitúa en la vereda de los entrenadores ofensivos) comparte la teoría de la tenencia de pelota y cada uno de los detalles del repertorio de Newell´s. Pero si no fuera así, ¿qué pasaría?
Los técnicos tienen la misión del liderazgo. Para eso les pagan. Por eso los echan cuando se suman las derrotas. Son la cabeza que piensa y la que eventualmente rueda. Les cabe la obligación (y la prerrogativa) de aportar un lenguaje para el equipo. Pero un lenguaje que no implique renunciamientos, incomodidades o algún otro perjuicio para los integrantes del plantel. De lo contrario, los jugadores, si no los aqueja alguna variedad de masoquismo, deberían hacerse escuchar.
Hace poco ocurrió con Mostaza Merlo en Colón. Se rebeló la granja porque el DT parecía no registrar las preferencias de los futbolistas y, en cambio, acudió a su manual de superviviencia, al estatuto conservador que rige siempre su trabajo, sin distinción de planteles, de potencial, de holguras o urgencias.
Pero no hace falta que la sangre llegue al río. Gallego no rema contra la corriente. No es un autista ni un tirano y sabe que el intercambio –aunque sea en voz alta– con los jugadores, en especial los más experimentados, lejos de debilitar su figura, anima la convivencia, fortalece al equipo.
Los entrenadores inteligentes y sin acoso de su ego, saben escuchar y acortar distancias. Saben ceder protagonismo. Cuántos metros de soga sueltan depende de las características del vestuario en el que ponen el pie. Martino, en Barcelona, se limitó a conducir entrenamientos y observar cómo un equipo que jugaba solo, que requería escasas correcciones, se autogestionaba. El Tata entendió que su lugar se había reducido a la mínima expresión y se condujo en consecuencia.
Sería bueno que no sólo Scocco y Maxi Rodríguez tuvieran claro a qué quieren jugar, en cuál tropa se alistan. Y lo hicieran saber.