La última vez que nos vimos fue cuando estábamos planeando hacer la Revista Un Caño. Considerábamos que Roberto, el Negro, era la persona ideal para dirigirla. Con un grupo de compañeros fuimos hasta Rosario, en mayo de 2005, para convencerlo de que se sumara al desafío. Cuando nos encontramos con él, entendimos el motivo por el cual ya había declinado aceptar el puesto cuando se lo ofrecimos telefónicamente un par de meses antes.
No sabíamos que hacía ya un par de años que le habían diagnosticado esclerosis lateral amórfica, que su salud se estaba deteriorando y que ya no podía encarar nuevos compromisos. Incluso, nos dijo, le costaba un montón llevar adelante los que ya tenía asumidos.
Después hablamos un par de veces más por teléfono y su voz ya denotaba cierto hartazgo por lo que le estaba pasando. Un tiempo después, a comienzos de 2007, nos enteramos por las noticias de que dejaría de dibujar sus historietas porque había perdido el control de su mano derecha. Sin embargo, en ese mismo anuncio, se ocupó de aclarar que continuaría escribiendo guiones para sus personajes.
Intentamos contactarlo otra vez por teléfono, pero ya estaba inubicable. Era razonable: no éramos amigos más allá de que una corriente de afecto mutuo había nacido desde el día que nos conocimos, cuando fuimos a cubrir para Clarín el Mundial de los Estados Unidos, en junio de 1994.
Poco después nos enteramos de su muerte, el 19 de julio de 2007.
El Negro era un tipo parco, de pocas palabras, pero con la capacidad de definir con una frase una situación indescriptible. Ese era su Don. Era capaz de observar cosas que para otros pasaban inadvertidas. Y contaba con los recursos necesarios para transmitirlas, para ofrecérnoslas, para entregarnos servida en bandeja una dimensión a la que sólo él podía acceder. Sea en forma de historieta, de relato o de novela. Creó un estilo que muchos trataron de imitar. Pero que jamás nunca nadie consiguió hacerlo.
Podríamos contar decenas de anécdotas, pero preferimos no hacerlo porque probablemente nos daría una cercanía con el Negro que efectivamente no tuvimos. Le dejamos ese lugar a sus amigos. Que los tuvo y en muchísima cantidad. Nos conocimos y nos respetamos. Ni mucho más ni nada menos. Y ahora, desde nuestro humilde lugar, nos toca extrañarlo.
Desde hace ya 10 años.
Como recuerdo, aportamos algunas de las frases que dejó instaladas en el imaginario popular:
“Al gol de Poy lo vi por tevé. Pasaron el partido en directo. Uno se acuerda siempre de lo que estaba haciendo cuando ocurren ese tipo de cosas, como el día que mataron a Kennedy.”
“Algunos intelectuales serios habrán ocupado sus horas leyendo a Tolstoi, mientras yo leía El Gráfico.”
“A mí el fútbol me sirve para acordarme de fechas. Porque soy un desastre para eso. Por ejemplo, sé que mi Viejo murió en el 71, aunque no sé en qué día o en qué mes. Y entonces me guío por los Mundiales.”
“Antes y después no pasa nada; el verdadero problema del sexo es durante el partido.”
“Asocio al fútbol con la amistad. Siempre me reúno con un grupo de amigos para jugar, ir a la cancha o ver partidos por televisión.”
“Me cuesta la relación con la computadora. Me hace más preguntas que mi mujer. Cuando le digo que quiero salir de un texto, me pregunta: ‘¿quiere efectivamente salir?’, ‘¿guarda esto?’, ‘¿conserva lo otro?’. Dejate de hinchar… apagate de una vez por todas.”
“Cuando digo que lo vi jugar a Menotti, salta el tema de la edad y me preguntan: ‘¿pero cómo lo viste jugar?’. Y lo peor es que Menotti jugador es uno de mis recuerdos más recientes.”
“Cuando me probé en Central jugué 20 minutos y me dijeron ‘te llamamos’, pero nunca me pidieron el número. Ahí me avivé que el fútbol no era lo mío”.
“Cuando termina un partido quedo todo contracturado, pero no puteo. Ojalá pudiera.”
“De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. No me interesa demasiado la definición que se haga. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: ‘me cagué de risa con tu libro’.”
“Eso de hasta que las muerte los separe es una incitación al asesinato.”
“Lo que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar…”
“Me genera algo de vergüenza ver si alguien lee mis chistes. Si estoy en un boliche y veo que alguien está por mirar un diario, me pongo pálido y me digo: ‘¿Qué pelotudez habré publicado hoy!’.”
“Si me das a elegir, hubiera querido ser Poy. Entrego todo lo que dibujé por ser el autor de la palomita”.
“Trabajo como si me fuera a morir mañana.”
***
De yapa, les dejamos los aforismos de Ernesto Esteban Etchenique (*):
El pájaro es libre. Lo sería aún más de ser soltero.
Un dibujo vale por mil palabras. Y si es de Picasso…
Busco espíritus sensibles. Intermediarios abstenerse.
El loro plagia la palabra, pero quien está preso es el canario.
Por muy alta que sea una montaña, no sobrepasa su propia cúspide.
El pavo real abre su cola sin importarle si es día feriado.
Quien ríe último, de la desgracia ajena, ríe mejor.
Mis aforismos son como los buenos vinos, mientras más pasa el tiempo, más caros.
El aforismo es una flecha. Parte de mi boca y se clava en tu ojo.
Si tantas veces va el cántaro a la fuente… ¿no será muy pequeño?
Dios aprieta pero no ahorca ni cae en el sadismo.
Una palabra puede herir. Pero un martillazo es feroz.
La rosa tiene espinas, pero… ¿tiene pétalos el atún?
Reprochas al sordo que no te escucha. ¡Grítale más fuerte!
Dios me señaló con su dedo… ¡y me lo metió en un ojo!
Aun viéndote sucia y borracha, me arrodillo para nombrarte: ‘¡Madre!’
Si crees en la reencarnación no te rías de la fealdad del sapo.
El puntapié que me asestaste… ¿no será una opinión?
Te siento cuando te toco y, cuando no te toco, también te siento. ¿Qué tienes en la piel?
Te regalaría las estrellas, pero te has empecinado en un par de zapatos.
Cuanto más subo, más bajo. Cuanto más bajo, más subo. ¿Qué me pasa?
Quise conocerme a mí mismo. Cuando me hallé, estaba muy cambiado.
Se aprende más en la derrota que en la victoria, pero… ¡prefiero esa ignorancia!
El que nada desea, es sospechoso.
Supe perdonar a la mujer adúltera. Mi piedra no le acertó.
El espíritu del virtuoso es como un espejo. Te miras en él y puedes peinarte.
El hombre sabio es pobre en apariencia, pues su tesoro está en Suiza.
En el mundo hay Bondad y Maldad. Justicia e Injusticia. Árboles y tortugas. Hay uchas cosas.
Para el Sabio no existe la riqueza. Para el Virtuoso no existe el poder. Y para el Poderoso no existen ni el Sabio ni el Virtuoso.
Aquel que ha tocado el cielo con las manos… ¿cuánto medía?
¡Ay! El dolor se repite. ¡Ay!
Aquel que ha perdido una oreja no desea aros.
He cometido el peor de los pecados. No he sido millonario.
Reparad en ese pato que corre. Reparad en aquel cordero que trisca. Reparad esa cerca que huyen los animalitos.
¿Qué superficial es la alegría ruidosa de la orgía!
Si dices que lo tienes en un puño… muy pequeño ha de ser tu enemigo!
Si quieres alcanzar la Sabiduría… ¡empieza a correr ya!
Reconoce tu idiotez y serás un idiota lúcido.
El tirano admite que lo odien, pero odia que se rían de él. Y más aún que le arrojen una bomba.
Mientras más brillante la luz, mayor el gasto.
La última víctima de la guerra dijo, al caer: ‘¡Que mala suerte!’
Cuando el tacto vale más que el sentimiento, la amistad de la orgía no es sincera.
No vale más el singular topacio que el vulgar cascote. Pero si me dais a elegir… dadme el topacio.
Haz el mal sin mirar a cuál.
Simula reír la hiena. Pero no entiende los chistes.
¡Desdichado el mendigo que no conoce el placer de dar!
El ciego, al lavarse la cara, se reconoce.
Morir… ¡extraña costumbre!
La hiena ríe pues no piensa en el mañana.
Muy distinto es no decir lo que se piensa que no pensar lo que se dice.
Si no cantara el gallo igual amanecería.
Consulté con mi almohada y me dijo: ‘Consulta con tu médico’.
El hombre probo y pío es mitad santo y mitad pollito.
Desdichado quien encuentra una muerte horrible, pero… ¿no pensamos en quién la ha perdido?
No hay completa belleza. El tigre es hermoso, pero su orín es pestilente.
Lo llamaron científico, estadista y pensador. Pero nunca fue tan feliz como cuando lo llamaron ‘Bichi’.
El humor no debe ser risa. Sí, sonrisa. Y, de ser posible, llanto amargo.
Si tropiezas dos veces con la misma piedra… ¡sácala de allí!
Cuando alcancé la Sabiduría, ella me miró y dijo: ‘Ya me alcanza cualquiera’.
El optimista ve la copa medio llena. El pesimista la ve medio vacía. El borracho la ve doble.
(*) Del libro “Nada del otro mundo”, de Roberto Fontanarrosa (Buenos Aires, De la Flor, 1990).