La irrupción de la juventud es celebrada siempre con optimismo en el ambiente futbolístico. Innumerables ejemplos en la historia corroboran esta observación. En nuestro medio, tal vez el más emblemático de los casos, fue la aparición de los llamados Carasucias de San Lorenzo en 1964.
La inesperada llegada a la primera división -casi en forma simultánea- de Roberto Telch, Fernando Areán, Héctor Veira, Narciso Doval y Victorio Casa fue, para el anodino panorama del fútbol argentino de aquellos años, en exceso defensivo, y muchas veces violento, un soplo de alegría y aire fresco.
En principio los hinchas de San Lorenzo, pero rápidamente el público en general y el periodismo, aceptaron con satisfacción la propuesta creativa, lúdica y ofensiva que desplegaban aquellos jóvenes en los poceados campos de entonces, frente a los lentos y rudimentarios defensores que jugaban largamente más allá del límite del reglamento.
Además, estos Carasucias eran igualmente desacartonados y espontáneos en su relación con la prensa. Especialmente el Bambino Veira, cuyo desparpajo para declarar ante los micrófonos lo convirtió en un recurrente entrevistado por los medios. En una oportunidad, acompañado por el Nano Areán, le confiaba entusiasmado a Osvaldo Ardizzone, periodista de El Gráfico, las increíbles habilidades de su compañero Popof Casa, el wing izquierdo del ataque azulgrana, que en ese momento era un poco cuestionado por su individualismo:
-Mire, “El loco” Casa, con el empeine, le da treinta toques a una moneda, y en el último, cuando se cansa, la pone en el bolsillo del saco. Con una pelota se puede pasar una hora sin que toque el suelo. “El loco” puede ir a un circo… ¡Es un fenómeno!
Ardizzone, haciendo valer ese derecho que vaya uno a saber por qué creen tener los periodistas, no tardó en subirse al púlpito y desde allí, tomándose de la anécdota contada por Veira, escribió un artículo en el que le enseñaba a vivir a Victorio Casa, titulado “Popof”… ¡olvidate de la moneda!
Curiosamente, en su pretenciosa filípica, el periodista -célebre por su espíritu bohemio- intentaba ponerle límites al individualismo de Casa y le aconsejaba dejar “los caños” en el vestuario y “los ganchos” de su zurda, en una ferretería.
…Vos trabajás de JUGADOR DE FÚTBOL. Metete eso en la cabeza: EL FÚTBOL ES JUEGO, PERO ES MEDIO DE VIDA. No dejés que la habilidad termine en vicio. No dejés que ese tipo de la platea siga gritando que “quiere un wing izquierdo para San Lorenzo”. El wing izquierdo de San Lorenzo sos vos, “Popof”. Pensá siempre en eso. El domingo la tribuna cambia. El domingo quieren goles. Quieren los dos puntos. El domingo, allá arriba, gritan. Aplauden. Insultan. ¿Por qué no te decidís a empezar? De a poco. Por ejemplo, en este domingo dejás la moneda en el vestuario. En el otro, “el enganche”. En el otro, el “chiche”. ¡Y vas a ver qué fácil es! En tres, cuatro domingos, estás curado. Vas a llegar al fondo. Vas a tirar el centro atrás. Vas a ver a Veira en el vacío. A Areán en el claro. A Rendo acompañando. ¡Vas a ver qué grande es la cancha! ¡Vas a ver y te van a ver! Y en esos tres o cuatro domingos terminás con la leyenda, “Popof”. La matás en seguida. Y ese tipo de la platea no va a pedir más un wing izquierdo. ¿O querés seguir siendo “El loco Popof” toda la vida? Haceme caso, empezá el domingo…
El ansiado domingo, reclamado con fervor por Ardizzone, llegó. Pero su consejo resultó estéril, ya que no hubo fútbol. Una lluvia interminable obligó la suspensión de la primera fecha del campeonato, que debía jugarse el 11 de abril de 1965.
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“Si hubiese comenzado el campeonato -suspiró un hincha de San Lorenzo- no le habría pasado nada porque no hubiera andado por ahí haciendo esas cosas.” Victorio Francisco Casa paseaba con su Valiant blanco, recién adquirido, por una zona propicia a las efusiones: el bajo de Núñez. Lo acompañaban dos señoritas menores y un dilecto amigo, José Ariel Delgado, de 18 años de edad y de profesión peinador, Casa detuvo su coche frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, en donde el estacionamiento está prohibido por el simple hecho de ser zona militar. “Tenía las luces prendidas adentro y afuera”, diría luego. El centinela dio la voz de alto. Hubo una confusión. Segundos después, una ráfaga de ametralladora dibujó un pespunte trágico en la noche. Era el domingo 11 a las 22. Una hora y media después, Casa, aquel puntero izquierdo, aquel “Popof” angurriento, perdía su brazo derecho.
El director del hospital, doctor Marcos Sonneberg, había resuelto someterlo a una operación de urgencia, Casa tenía destrozados los huesos cúbito y radio. “Su brazo era una verdadera papilla.” Durante el vertiginoso viaje al hospital, vestido de gris, con corbata y mocasines, alcanzó a balbucear: “No hice mal a nadie, ¿por qué me tuvieron que hacer eso?” Del hospital Pirovano, fue trasladado al día siguiente al sanatorio De Cusatis. El episodio desdichado había conmovido a la ciudad. La Secretaría de Marina dio el lunes 12 un comunicado que en su comienzo era una fiel reproducción de aquellos escuetos partes de desgracia del Almirantazgo británico. “La Secretaría de Marina lamenta tener que informar acerca de las infortunadas consecuencias motivadas por la imprudente actitud de un automovilista al no acatar precisas y reiteradas indicaciones que, por habérsele hecho dentro de una zona de jurisdicción militar, merecen su especial atención.” (De la crónica de la revista Primera Plana del 20 de abril de 1965)
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El delirante acontecimiento conmovió al ambiente del fútbol y los medios descargaron su previsible arsenal de golpes bajos para exacerbar la sensibilidad popular. A las numerosas muestras de solidaridad que recibió la familia, se sumó el ofrecimiento del presidente de Racing de un wing izquierdo a elección de San Lorenzo, para incorporar en reemplazo de Casa hasta el final de la temporada.
Casa, lejos de deprimirse, demostró gran entereza y hasta sentido del humor. A los pocos días de la tragedia empezó a conceder entrevistas en el sanatorio. Hasta allí llegó el locutor Antonio Carrizo, y al presentarse, recibió la disculpa del convaleciente: “Perdone que no le de la derecha, es que no la tengo.” Su compañero de San Lorenzo, Roberto Telch, fue a visitarlo acompañado por su novia. La chica se sentó a la izquierda de Casa, del lado del brazo amputado. Sonriendo, Casa la invitó a acercarse: “No tengas miedo… ¿no ves que no te puedo tocar? Y de inmediato, dirigiéndose a su única mano: “¡Y vos quédate quieta!”
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Apenas un mes después de la nefasta noche de la ESMA, Casa volvió a entrenar con el plantel superior de San Lorenzo: “Le pedí a los muchachos que me dieran, que me empujaran, que me marcaran fuerte. Pero estos me tienen lástima… Después me agarra Simeone o Perfumo ¿Y cómo me arreglo?” El código Carasucia siguió vigente en la relación con sus compañeros. Veira le escondía la prótesis o le pasaba la pelota para que hiciera los laterales. Le decían que lamentablemente nunca podría jugar en Independiente, porque allí los jugadores saludaban a la tribuna con los dos brazos en alto…
Volvió a jugar oficialmente el 25 de mayo, sin rastros psíquicos del accidente. En la novena fecha, San Lorenzo perdió en su cancha 2 a 0 ante Banfield. Su marcador, Adolfo Vásquez, vivió la responsabilidad de tener que contener al hombre en el que estaban depositadas todas las miradas: “Sentimentalmente es un problema salir a marcar a Casa. Como amigo lo tendría que dejar que se moviera libre, sin apretar. Pero como profesional debo actuar igual que siempre. Entiendo que lo que hace San Lorenzo es una barbaridad, pero yo dentro de lo que permite el reglamento jugaré fuerte. Casa es un jugador de mucha habilidad al que no se le puede dar ventaja. Salgo a la cancha a ganar.” La revista El Gráfico le dedicó su tapa, lo calificó con 5 puntos y comentó: “Fue el Casa conocido. El de la pirueta intrascendente o el de la apilada genial. Sufrió las consecuencias de integrar un equipo derrotado. Sin moral. Donde acaso –paradójicamente- era la excepción. Por entereza. Por ganas. Por amor propio.”
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Victorio Casa intentó seguir jugando al fútbol. Tuvo un paso intrascendente por Platense y viajó a Estados Unidos a probar suerte en el soccer, sin éxito. Se retiró en 1971 y se instaló en Mar del Plata. Hasta allí llegó una tarde de 2005 nuestro compañero Fabián Casas, a reportearlo para el primer número de UN CAÑO. La idea (mala) era titular a la entrevista “Casa por Casas.”
Casas encontró a un Casa de 61 años canoso y fanfarrón que rompió el hielo preguntándole: ¿Sabés de que laburo ahora? De lavacopas. ¡Soy el único lavacopas con una sola mano!
Hasta su muerte, que aconteció en 2013, siguió siendo un Carasucia.