Marcelo Bielsa ya no se agacha más al lado del banquillo, sino que se sienta encima de la heladera y a veces se toma un café mientras sus muchachos juegan, marcan, o golean. El clima de la mediterránea Marsella, mucho más cálido y soleado que el de la atlántica Bilbao, le ha hecho cambiar levemente alguna costumbre, aunque su carácter sigue siendo el de un hombre orgulloso y sincero. Hace unas semanas, con su tono calmado y firme a la vez, se apresuró en aclarar que los refuerzos requeridos durante el verano no habían llegado. Todo esto con pausas largas, debido a la traducción, o mejor dicho la ‘interpretación’ de sus palabras al francés, idioma que todavía no domina.
Lo que el Loco sí domina es el idioma que mejor conoce desde que nació: el de la pelota. Y lo hace en la cancha, sin necesidad de intérpretes, para demostrar por qué le llamaron desde tan lejos. El Olympique Marsella, club francés con más historia y prestigio, buscaba la vuelta de tuerca y se ha encontró con una revolución. Bielsa, pese a tener a disposición casi los mismos jugadores de un equipo que el año pasado acabó sexto -vendió a Valbuena, su figura, a Rusia-, logró cambiar la identidad y la cara a un conjunto desmotivado que ahora es la cara más bonita de la Ligue 1. La consecuencia de los primeros siete encuentros de liga son 16 puntos, el liderato y 19 goles al activo, algo que no ha conseguido ni el todopoderoso Paris Saint Germain, cuya potencia se mide en los 18 millones de euros exigidos anualmente por Zlatan Ibrahimovic.
Bielsa empezó con un 3-3-3-1, apostando por más técnica y menos rigor táctico, para cambiar de idea después de tres partidos y virar a un más clásico y ordenado 4-2-3-1, un esquema ya más claro y concreto para los elementos de los que dispone. Su habilidad reside en haber creado una armonía entre jugadores de talento pero faltos de chispa. A partir del cambio de módulo sus hombres empezaron a meter gol sin parar: 4-0 al Niza, 3-1 en casa del Evian, 3-0 al Rennes y un asombroso 5-0 en Reims. El técnico rosarino culminó su trabajo otorgando mucha confianza a André Pierre Gignac, delantero centro muy a menudo acusado de estar en sobrepeso, y ahora figura del equipo, además de ser el mejor artillero del campeonato con 8 goles.
Marcelo Bielsa ya no se agacha más al lado del banquillo, sino que se sienta encima de la heladera y a veces se toma un café mientras sus muchachos juegan, marcan, o golean.
El tener que lidiar con un grupo de futbolistas ya establecido lo ha ayudado en forjar un equipo nuevo con hombres que ya se conocían entre ellos. A Bielsa le gusta inventar de la nada: en Bilbao supo valorizar como nadie a Javi Martínez y a Ander Herrera, dos cracks que tras sus enseñanzas dieron el salto a conjuntos prestigiosos como el Bayern Munich y el Manchester United. Ahora está haciendo lo mismo con Gignac, Ayew e Thauvin, los principales intérpretes de su doctrina ofensiva.
Marsella es un lugar ideal para alguien como él, errático pero romántico y fiel a su estilo. La ciudad se desarrolla desde su puerto hacia dentro, pasando por una infinitud de barrios donde se mezclan personas de diferentes colores y culturas. Es un lugar criollo, frenético y desordenado en muchas de sus facetas, como el mercado de Nouailles, en cuyas calles alberga el verdadero corazón de la identidad local. O más bien loca. Y, por ende, muy parecida a él.