El 3 de mayo de 2016, la UEFA decidió acoger a Kosovo en la gran familia (es un decir) del fútbol europeo como miembro número 55. Fue un paso decisivo para su irrupción en el escenario mundialista, donde este lunes hará su debut absoluto al enfrentar a Finlandia, como visitante. Kosovo fue añadido al grupo I de la eliminatoria europea, integrado además por Croacia, Islandia, Ucrania y Turquía.
Hasta su incorporación institucional al fútbol de Europa, Kosovo sólo podía disputar partidos amistosos como selección, pero sin exhibir símbolos patrios. A nivel de clubes, también se levantaron las restricciones: el campeón de la liga kosovar, el KF Feronikeli, tenía luz verde para participar de la Champions League cuya fase de grupos comenzará el 13 de septiembre, pero deberá aguardar hasta la próxima temporada pues, por ahora, ningún estadio en esa parte de la península balcánica cumple con los requisitos exigidos por UEFA.
Su inclusión en el mapa futbolero acaso favorezca la consolidación de Kosovo en el plano político. El pequeño estado (dos millones de habitantes) declaró su independencia en 2008, no obstante su estatus internacional aún permanece en el limbo. En Naciones Unidas, 109 países reconocen su carácter de república independiente (potencias como Estados Unidos, Alemania y Francia), pero otros manifiestan su disidencia (por ejemplo, Argentina, que lo juzga un mal precedente para sus reclamos por Malvinas).
Comprender el entramado político, cultural y religioso que desencadenó la Guerra de los Balcanes es una tarea acaso inaccesible. Se cuecen odios que se remontan al Medioevo y habría que computar además las sucesivas correcciones del mapa (según los dominadores y dominados de cada época) al cabo de las sucesivas guerras, entre ellas las dos grandes contiendas del siglo XX.
Digamos simplemente que Kosovo, cuya población mayoritaria (90 por ciento) la componen albaneses étnicos de religión musulmana, formaba parte de Serbia (eslavos y cristianos ortodoxos), dentro de lo que era la antigua Yugoslavia, aunque con una autonomía garantizada por la constitución.
El célebre carnicero serbio Slobodan Milosevic decidió anular esa autonomía en 1988, y de ese modo precipitó la escalada bélica. En toda la región de los Balcanes, las pulsiones independentistas signaron a fuego de década de los noventa. La Guerra de Kosovo concluyó luego de la intervención de la OTAN y sus ingentes bombardeos, y el territorio quedó bajo la administración de las Naciones Unida entre 1999 y 2008, año en que el parlamento kosovar se pronunció por la emancipación definitiva.
El deporte, cuyos organismos internacionales no le van en zaga, en cuanto a poder, a las disposiciones de la ONU, acaba de abrirle las puertas olímpicas a Kosovo en Rio de Janeiro 2016. Allí, la flamante y discutida república europea quedó en el puesto 54 del medallero, después de obtener un oro gracias a la yudoca Majlinda Kelmendi, quien había representado a Albania en Londres 2012 y era el gran crédito de la delegación de ocho atletas.
Al igual que Kelmendi, algunos futbolistas de origen kosovar que visten la camiseta de otras selecciones del mundo podrían optar por cambiar de equipo. La diáspora de los tiempos de guerra ha desperdigado la población del país balcánico por toda Europa. Y los futbolistas no escapan de la regla. El capitán de Albania, Lorik Cana, nació en Kosovo, al igual que Xherdan Shaqiri, reconocido delantero de la selección suiza y Adnan Januzaj, que eligió jugar para Bélgica. El joven del Manchester City Bersant Celina, nacionalizado noruego, representó en juveniles del país nórdico, pero cambió por los colores de su país de origen y participó del histórico primer triunfo ante Islas Feroe, el pasado 3 de junio. Un caso idéntico al del delantero Elbasan Rashani, autor de un gol en el mencionado juego.
Las tensiones producidas por la diversidad cultural parecen diluirse en la bandera azul de Kosovo (que podrá ahora exhibirse sin prohibiciones). Junto a la silueta del tan disputado territorio pueden verse seis estrellas blancas, que representan los mayores grupos étnicos del país. Se sabe que las fronteras que delimitan países no dicen demasiado sobre la identidad de los pueblos.