Un día –yo tenía 18 años- fue el cumpleaños de un amigo y decidimos ir a su festejo en bicicleta. Yo vivía en Glew, una ciudad que ahora creció mucho pero en esa época era mucho más chica. Así que andábamos en bici a cualquier hora. A eso de las 10 de la noche fuimos a lo de mi amigo en la bici. Nos fuimos cebando un poco, nos fuimos entusiasmando con el tema de la bici y decidimos que a la salida del cumpleaños, tipo 1, 2 de la mañana, nos íbamos a ir en bici a pasar el día en Chascomús.
Imagínense que hay 100 kilómetros de un lugar a otro. Y nuestras bicis no eran exactamente las de carrera… Pero terminó el cumpleaños, nosotros seguíamos convencidos de que lo podíamos hacer. Así que nos juntamos cinco, los que teníamos bici –las inflamos, estaban hasta desinfladas las bicis para hacer 100 kilómetros, una locura- y arrancamos.
Agarramos la ruta 220, ahí, yendo para Brandsen, y en el tramo empezamos a ver un poco la realidad. Por Guernica, los cuatro o cinco pesos que habíamos llevado ya los habíamos gastado. Y habíamos llevado tres manzanas para cinco personas –un mal cálculo- que ya habíamos comido creo que a la altura de Alejandro Korn, a dos estaciones de distancia de Glew. Íbamos ya sin insumos, sin fuerza. Nos íbamos convenciendo a medida que avanzábamos de que no estábamos para llegar a Chascomús.
Pedaleábamos parados porque nos dolía todo, imagínense, acompañábamos un poco la bicicleta de costado cuando no podíamos ni pedalear, pero nosotros seguíamos convencidos. Hasta que llegamos en un momento a Brandsen, nos paramos en una plaza y le preguntamos a un hombre: “¿A cuánto estamos de Chascomús?”. Seguíamos convencidos de que podíamos llegar a pasar el día ahí. Habíamos hecho 20 kilómetros, una locura. Pero todavía faltaban 80…
Primó la cordura. Lo que hicimos fue volver. Como podíamos. Acompañando la bici. Un poco dándonos ánimo entre los muchachos. Hasta que uno de los chicos se tiró al costado de la ruta, lo tratamos de levantar y dijo: “Yo me quedo acá”.
Se quedó ahí, al costado de la ruta. Me acuerdo que había una rueda gigante de una gomería y él se quedó ahí. Le dijimos: “Negro, nosotros no podemos esperar más. Nuestros viejos nos van a cagar a palos (perdonen la palabra). Nos van a matar, es una locura lo que estamos haciendo. Son las ocho de la mañana, nos fuimos ayer a la noche a un cumpleaños y resulta que estamos en Brandsen al costado de la ruta”. El Negro se apiadó: “Quédense tranquilos. Vayan y yo después veo qué hago”.
A las 10 de la mañana llegué a casa, con mi viejo preguntando. Le dije que no me pregunte nada, que necesitaba dormir.
Y bueno, el Negro no sé. Llegó al otro día como a las 6, 7 de la tarde en un camión de La Serenísima, que lo trajo haciendo dedo.
*Jugador de Lanús. Contó esta anécdota en el programa “La comedia no se mancha”, de TNT Sports.