Emile había matado con sus puños al cubano Benny Kid Paret en un cine de Buenos Aires. Las escenas, eso sí, no eran las de la célebre y dramática pelea del 24 de marzo de 1962 en el Madison Square Garden. El combate, cuyas imágenes vi en 2011 en un cine de Villa Urquiza, trascurría en un oscuro ring de Osorno, sur de Chile. Octavio, peluquero, boxeador y gay, recibe la advertencia médica de que debe retirarse. Le queda una pelea más. El promotor le ordena caer. Pero Octavio, digno, decide cuál será Mi último round. Así llamó el chileno Julio
Jorquera a su ópera prima. Octavio muere con una paliza brutal. Con la misma cantidad de trompadas que recibió Paret contra Griffith, furioso porque el cubano le había enrostrado sus gustos sexuales antes de la pelea (“maricón”).

emile-griffithJorquera observó decenas de veces las dieciocho piñas en apenas seis segundos que Griffith impactó en el rostro de Paret. Fueron en total veintinueve trompadas seguidas sin recibir réplica. “Paret murió de pie… Fue bajando con una lentitud nunca vista en otro boxeador”, escribió Norman Mailer. “Este es un mundo de hombres”, canta James Brown en un documental de la TV, que cierra con Griffith ante la tumba de Paret, acompañado del hijo del cubano. El mundo del boxeo recuerda siempre a Griffith, quintúple campeón mundial, derrotado dos veces por Carlos Monzón. Lo recuerda por su boxeo y porque aquella pelea en la que mató a Paret expuso su condición de gay cuando los únicos homosexuales que Estados Unidos conocía públicamente en 1962, según Sports
Illustrated, “eran los escritores Allen Ginsberg, James Baldwin y Gore Vidal”.

“Es extraño, me perdonan haber matado a un hombre, pero no amar a un hombre”, reflexionó Griffith.

The New York Times ni siquiera se animó a escribirel insulto de Paret (“faggot”, que significa “maricón”). Escribió “anti-man”. “Ella me hace sentir como un hombre”, cantaba el propio Griffith en una canción que grabó para Columbia Records. La prensa atribuía sus extravagancias a su origen caribeño. Un hombre que mató con sus puños –decía el mundo del boxeo- no puede ser gay. “Es extraño, me perdonan haber matado a un hombre, pero no amar a un hombre”, reflexionó Griffith años más tarde en su biografía, escrita por Ron Ross, cuando ya se sabía inclusive que había recibido una paliza que casi lo mata en la puerta de un boliche gay.

emil-griffithEl recuerdo de Griffith creció con su muerte. Poco y nada se habla de Paret, el cubano que murió a los 25 años, diez días después de la paliza que le dio Griffith. Analfabeto, Paret había dejado Cuba tras la revolución castrista y firmó su primer contrato en Estados Unidos con Eugenio López. Con sus huellas digitales. De por vida. Pudo abandonar a López, pero no la explotación. Técnicamente discreto, pero de enorme resistencia al castigo, Paret, aún habiendo sido campeón mundial, fue obligado a pelear su tercera pelea contra Griffith sólo tres meses después de haber recibido una durísima paliza ante Gene Fulmer, por el título mundial mediano.

La paliza de un Griffith, furioso porque Paret lo había llamado “maricón”, más la displicencia del árbitro Ruby Goldstein, lo sacaron en camilla y en coma del ring. Jamás recuperó el conocimiento. Su muerte indignó a los cubanos. Su madre pidió enterrarlo en Cuba. Lucy, su esposa, se opuso porque Paret odiaba a Fidel. “¿Qué hemos de hacer nosotros, los negros que no sabemos ni leer?”, comienza el folklorista afroperuano Nicomedes Santacruz su poema Muerte en el ring. “Hasta que llega un blanco y ‘nos descubre’ / nos mete en el ring / y aquí comienza para mal de males / el principio del fin… / Negros acomodadores / ubican a los blancos en ring side / Perder esta pelea / significa volver con ellos… / Este es el round número trece / ¡Voy a demostrarle quién es quién / Me está llevando hacia una esquina / Si caigo aquí me cuentan diez / ¡Vírgen del Cobre, estoy perdido! / No puedo ver / No… pue… do… ver… / La gente aplaude al que mata / El referí no dice ‘break’ / Que mi mujer no sepa nada / Mi nombre es Benny Kid Paret”.


NdE: Este artículo fue publicado originalmente en el número 62 de la revista Un Caño, agosto de 2013.