Llevo unos zapatos que me regalaron. Sé que la persona que me los regaló llegó a ellos porque los publicita Lionel Messi. Son cómodos, pero debo reconocer que son los zapatos más feos que tengo. De hecho, si yo fuera Lionel Messi hubiera rechazado la oferta desde el vamos, apelando a una flagrante agresión a la belleza, que en definitiva es lo único que importa.

en patasA partir de ahí me pregunto acerca de qué será la belleza para Messi (no vengan a decirme que esas cuestiones no cuentan, que todo lo que importa es el dinero, porque a Lionel Messi esos zapatos le gustan. Y porque no necesita más dinero). Ampliemos el razonamiento. Me pregunto qué libros leerá Lionel Messi, y prejuzgando que seguramente serán tan feos como los zapatos, se me ocurre recomendarle algunas lecturas edificantes, de esas que cuando se terminan de leer lo obligan a uno a mirar fijamente los zapatos que tiene puestos y tirarlos a la basura.

Un buen libro nos puede cambiar el modo de ver la vida. De modo que, para empezar, le recomendaría leer Cómo conquistar Hollywood, de Elmore Leonard. El protagonista, Chili Palmer, es un gángster que sabe moverse con rapidez (como Messi), que como Messi es capaz de dominar las situaciones y sabe definirlas en el momento adecuado, pero jamás usaría unos zapatos como los que tengo puestos ahora. Sabe que calzando un par de bellos zapatos todo suele salir mejor (y todo suele verse mejor). Era Bertolt Brecht quien decía que la base de la infelicidad del pobre está en que lo primero que ve al despertar es un lugar feo. Chili comprende que en los zapatos radica gran parte del éxito: los ganadores siempre usan zapatos bellos.

Estos zapatos me recuerdan a otra novela que Messi debería leer: El mundo según Garp, de John Irving. Allí, el protagonista, cuando no calza las zapatillas con las que practica carrera estacionaria en la puerta de su casa, usa de esos zapatos que uno sueña ponerse a la mañana, al despertar. Los zapatos como una herramienta para hacerle frente al día: las zapatillas, siempre feas, solo sirven para correr (y a veces ni eso).

Hasta el Quijote cuida su calzado con esmero. Un personaje de John Cheever, a punto de lanzarle un zapato a alguien por la cabeza, se detiene, lo observa y súbitamente comprende que una belleza semejante debe tener otro destino.

En su estadía árabe, Thomas Edward Lawrence no añora nada, salvo sus zapatos británicos (el libro se llama Los siete pilares de la sabiduría, pero es un título equívoco porque en él no hay ni una pizca de saber, solamente aventuras).

En la narrativa argentina se presta poca atención a los zapatos, así que es preferible pasarla por alto. En los Papeles inesperados de Cortázar hay algo: los zapatos reflejan los paisajes y las nubes, y Cortázar se los quita y se los pone con una sensación de felicidad, porque los zapatos le parecen la mejor prueba de que hay muchísimas cosas nuevas e importantes que aprender.

Lionel Messi también tiene mucho que aprender. De zapatos y de otras cosas.

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*Esta nota fue publicada originalmente en el número 17 de Un Caño, de septiembre de 2009. Lo curioso es que, en cinco años, nada ha cambiado en Messi.