En enero de 1973, el periodista del periódico La Stampa Enzo Biagi le preguntó a Pier Paolo Pasolini: “De no haberse dedicado al cine y a escribir, ¿qué le habría gustado ser?” El genial director contestó: “Un buen futbolista. Después de la literatura y el eros, para mí el fútbol es uno de los grandes placeres”. De acuerdo, muchos elegiríamos ese podio (acaso el sexo podría escalar un puesto y reclamar la medalla dorada), pero, para un intelectual, establecer semejante orden jerárquico equivale a una ostentación de frivolidad.
Pero no estaba en pose Pasolini. Quienes lo conocieron y han dado testimonio de su carácter y su pensamiento, afirman que la tríada se corresponde con sus pasiones primordiales. Por empezar, se consideraba escritor antes que cineasta. Fue la poesía su primera opción estética, de niño, y la desarrollaría hasta convertirse en una de las plumas líricas más valoradas de Italia (Las cenizas de Gramsci, de 1957, es su poemario más renombrado). Aunque era un hombre orquesta, un artista voraz que también escribió novelas, dramas y ensayos, y que luego volcaría en la pantalla las complejas y contradictorias inquietudes (políticas, sociales, religiosas, sexuales) que dominan su biografía. Con films tan diversos como Accatone (1961, su debut), realista y ambientado en los suburbios romanos, y la llamada Trilogía de la Vida (El Decamerón, de 1971; Los cuentos de Canterbury, de 1972; Las mil y una noches, de 1973), más alegóricos y expresamente sexuales.
Nació en Bologna en 1922 y tal vez sus nombres apostólicos marcaron la búsqueda religiosa. Católico propenso a la blasfemia o ateo desvelado por lo sagrado y sus representaciones, cualquiera de las descripciones le cabe a su crisol ideológico. Era comunista, pero el partido lo echó por sus desviaciones burguesas. Para el PCI, la homosexualidad era un desliz que conspiraba contra la clase obrera, y Pasolini jamás se escondió en el closet. Ejerció su sexualidad sin ataduras (recordemos: segundo tesoro en su ranking) y hasta convirtió sus atracciones eróticas en objetivos artísticos y políticos. Esos jóvenes marginales (subproletarios, diría él) en los que posaba la mirada eran al mismo tiempo una pintura del capitalismo y bellísimos chongos.
Pero vayamos al tercer puesto de la tabla: la pelota. Pasolini era tifoso del Bolonia, además de un fervoroso jugador que surcaba la banda izquierda del ataque. A los 14 años, según narró alguna vez, el fútbol era una adicción: “Todas las tardes que pasé jugando en los prados de Caprara fueron indudablemente las más bellas de mi vida. Jugaba seis y siete horas seguidas, sin interrupciones”.
Una de las anécdotas más mentadas señala que sus diferencias personales con Bernardo Bertolucci, otra gloria del cine italiano que había sido colaborador de Pasolini, quiso saldarlas en la cancha. Nada de debates ni concilios. Un partido once contra once. Corría 1975 y se encontraron en Parma dos equipos de rodaje. Bertolucci filmaba Novecento y Pasolini (que moriría asesinado ese mismo año, en Ostia, periferia de Roma) le daba forma a Saló o los 120 días de Sodoma. El desafío se armó por inercia, reflejo de la pica circunstancial entre directores, y se jugó en una cancha profesional. Pasolini, además de wing izquierdo, fue el capitán. Su desbordante energía no bastó ante un rival superior, que se impuso por goleada. Novecento 5- Saló 2, informó al día siguiente La Gazzetta di Parma. Lo que no mencionó el periódico, pero sí algunos de los circunstantes, es que el director de Teorema, conocido por su temperamento eruptivo en materia futbolística, se retiró a las puteadas, acusando a sus compañeros de no pasarle la pelota.
“En el fútbol hay momentos que son exclusivamente poéticos: se trata de los momentos del gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una perturbación del código: todo gol es ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética. El máximo goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año” – Pier Paolo Pasolini
“El fútbol es la última representación sagrada de nuestra época. En el fondo es un rito, aunque también es evasión. Mientras que otras representaciones sagradas, incluso la misa, están en declive, el fútbol es la única que nos queda. El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro, lo que no pudo hacer el cine.” La reflexión integra un reciente libro, Sobre el deporte, publicado por la editorial catalana Contra, dedicada al deporte y la música. Es que la inspirada letra de Pasolini se abocó al fútbol muy a menudo. Uno de los textos más ambiciosos apareció originalmente en el periódico Il Giorno, en enero de 1971. Meses antes, Italia había perdido la final del Mundial frente al exuberante, impar seleccionado brasileño. Fue un choque, dice Pasolini, no de dos estilos contrapuestos, sino de dos géneros: la prosa y la poesía.
“En el fútbol hay momentos que son exclusivamente poéticos: se trata de los momentos del gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una perturbación del código: todo gol es ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética. El máximo goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año”, afirma. Y agrega, en referencia a la historia todavía fresca: “¿Quiénes son los mejores gambeteadores del mundo y los mejores goleadores? Los brasileños. Por lo tanto, su fútbol es un fútbol de poesía: de hecho, en él todo está basado en la gambeta y en el gol. El “catenaccio” y la triangulación son un fútbol de prosa. En efecto, está basado en la sintaxis, o sea en el juego colectivo y organizado: es decir, en la ejecución razonada del código. Su único momento poético es el contraataque, con el gol añadido (que, como hemos visto, no puede más que ser poético)”.
A pesar de su corazón azzurro quizá dañado, el realizador remarca que no hace una distinción de valor sino una observación técnica entre un lenguaje y otro (no se escandaliza como algunos puritanos de cuño menottista). Y en el final del artículo, donde confluyen ejemplos futboleros –algunos de su querido Bolonia– y modelos lingüísticos, sentencia con melancolía: “En México, la prosa estetizante italiana ha sido vencida por la poesía brasileña”. Sensibilidad pasoliniana en estado puro.