Ya no ocurre tanto. Es algo del pasado que ubicaba en la escena a algunos personajes que desbordaban de ansiedad por estar cerca de sus ídolos del fútbol. Ansiedad que no los contenía en las tribunas ni junto al alambrado; una ansiedad desbordante que los ponía en funcionamiento ni bien asomaba el equipo por el túnel.
Sí. Pasaba. En otras épocas estaban aquellos que buscaban la falla en un sistema no tan cuidado, vulneraban la seguridad pisando la verde grama y se acercaban al equipo cuando entraba al campo de juego y se preparaba para el saludo y la foto.
Y es allí donde vemos a estos personajes, por lo general con una traza de atorrantes barriales; alguien que carecía de atuendo deportivo, que usaba ropas pobres, pulóveres hechos por las madres, zapatillas de lona, pantalones de vestir y hasta algún pañuelo de tela y moco asomando del bolsillo trasero. Por lo general ponían cara de serios, pues estaban ante el mismísimo parnaso de los sueños: junto a sus cracks.
También a veces la prisa los obligaba a quedar en situaciones absurdas, y con poses ridículas y hasta circenses, lenguas hacia a fuera, miradas extraviadas o con ojos posados sobre el crack, que ni se inmutaba.
Estos pibes de barrio se colaban, corrían y hacían aspavientos con sus manos a la manera de un molino. Y lograban la inmortalidad en la foto junto a su equipo. Luego miraban para los costados y a correr, a escapar. Nunca no se los podía detener fácilmente y siempre volvían a la tribuna al trotecito.
Más de una vez esas faenas se complicaban y quienes los corrían, asumiendo un rol de personal de seguridad, quedaban en ridículo. Estos pibes eran grandes escapistas y establecían fintas que dejaban desairados a algún aguatero o a un dirigente de panza y mala onda.
Nos acordamos de ellos, pues en aquellas viejas fotos donde aparecen, son remedos de fantasmas que también eran parte del espectáculo. Al verlos hoy, siguen siendo simpáticos. Llamaban nuestra atención y por unos instantes eran parte de un show, en el que todos queríamos estar. La gran diferencia es que ellos se animaban.
Salir erguido en la foto cual jugador, estar en cuclillas junto al goleador del equipo, aparecer en el medio de la foto asomando la cabeza entre las cinturas de un full back y un back, insertarse entre los hombros del arquero y el capitán del equipo y básicamente estar casi fuera de foco con cara de atención para esquivar al orden que se acerca. Son pibes que están alertas para correr una y otra vez.
Estos pibes lograban en unos minutos pasar a la inmortalidad para siempre. Quedaban para siempre en una pared, aprecian en la foto del equipo en algún álbum, en algún poster, y allí envejecían en lugares oscuros, lúgubres talleres, gomerías, estacionamientos, pensiones, sobre el mostrador de la verdulería o junto a las trajinadas botellas del boliche.
Hemos convivido con ellos en una pared junto a nuestro equipo, eran invisibles y no opacaban ninguna estética, la enriquecían. Otros tiempos, otras travesuras, otra manera de transgredir. Los jugadores no estaban tan producidos y nuestros colados muchas veces eran muy parecidos a ellos, provenían de los mismos barrios.
Seguramente sería muy difícil completar las formaciones con sus nombres, pero todos los vimos y supimos de su existencia en épocas en la que uno compartía esa pequeña ilusión de aparecer en la foto y no ser atrapado.
Tiempos grises donde algunos alcanzaron a ser coloreados, alegría desorganizada y de protagonistas impensados que quedaron para la posteridad alquilando la gloria por un rato.