En una ocasión a César Luis Menotti lo consultaron sobre el Barcelona de Pep Guardiola, de las libertades que tenían los futbolistas a partir de esquemas como el 4-2-3-1. A lo que Menotti respondió: «No, eso es un número de teléfono. 4-2-3-1, 3-4-5-1…» Una vez le preguntaron a Di Stéfano cómo era posible que jugaran un 2-3-5 y contestó: «Pero tú qué crees, ¿que antes éramos pelotudos que con dos tipos defendíamos a cinco?».

Basile MaradonaLa respuesta de Menotti –y la de Di Stéfano– viene a colación de los sentidos comunes que logran inocularse como ideas y lentamente se vuelven verdades irrefutables, como que dos cabezazos en el área son gol o que la Selección del 94 llegaba a la final de no haber sido por el doping de Diego. Es una teoría extendida: aquellos jugadores tenían reservado un lugar para el séptimo partido, y se encontraron con un escollo burocrático que les quitó lo que había ganado en justa ley con sus dos primeras victorias. Lo han dicho todos, los propios protagonistas, los periodistas y la tribuna. Una suerte de creencia reconfortante a la que acudimos en vez de hacernos preguntas molestas.

Otra planteo es que aquella, por individualidades, fue la mejor Selección en jugar un Mundial. La Argentina de Basile tenía el gran mérito de estar conformada con nombres conocidos, la mayoría habido crecido al compás del proceso de la Selección iniciado a finales de 1990 y en la Copa América Chile 91 había tenido un primer hit. Las victorias, las copas internacionales, las buenas performances en amistosos, el récord de invicto: lo de Basile era valorable y renovador, más teniendo en cuenta los planteos parcos de Bilardo.

Pasaron los años y aquel equipo se había vuelto cercano y familiar. Salvo Chamot y Sensini, no había casos ajenos al fútbol local, esos a los que hoy la prensa justifica con modismos del tipo «la rompe en su equipo subcampeón de la liga checa». Bati, el Cholo, Redondo, Vázquez, Leo Rodríguez, Cacho Borrelli –por nombrar algunos– integraron un seleccionado que había generado su química a partir de una vocación ofensiva permanente, más potente que asociada. Hasta su última vuelta olímpica en Ecuador, el estilo había sido reconocible. «Si ganás sos Gardel, si perdés sos una mierda», era una de las máximas de Basile, quien estuvo muy cerca del inodoro tras el partido con Colombia.

Y llegó el «Operativo Clamor» por Diego. Diferencias al margen, recientemente Washington Tabárez se mostró inclaudicable en su postura de no convocar al Pelado Silva porque ya tenía un grupo conformado para Uruguay; Basile, en cambio, no pudo hacerlo: tenía sus hombres para el Mundial y en el camino agarró un badén enorme por lo que tuvo que recurrir a Maradona para arreglar la máquina. El Diego iba a revolucionar su esquema futbolístico y también a nivel relaciones. Y vaya si lo hizo. Acaso es tan factible que Argentina habría terminado más arriba del puesto número 10 si no sucedía el doping, como que difícilmente Maradona habría estado entre los convocados si contra Colombia entraba alguna de las que Bati tuvo en el primer tiempo.

Entre el partido contra los cafeteros y el primer repechaje con Australia en el país aconteció de todo: el gobernador de San Luis –Adolfo Rodríguez Saá– fue secuestrado y filmado teniendo relaciones sexuales forzadas; el presidente Carlos Menem –que había reclamado por la vuelta del 10– fue operado por una obstrucción en la carótida y, por primera vez, se presentaron en Argentina las dos mayores estrellas de la pop mundial: Michael Jackson y Madonna. Todos esos temas se vieron opacados por el retorno de la estrella a la Selección.

Maradona 1«Sí señor, acá no hay ningún verso —dijo el DT—, Diego vino para hacer lo que sabe y nada más. Lógicamente lo voy a rodear de otra gente para que pueda desarrollar su talento.» Basile mimó por esos días al capitán. Lo definió como un superstar y le dio el visto bueno a sus prerrogativas, como tener su propio preparador físico y que su familia, con vía libre en la concentración, le llevara caramelos dietéticos y CDs para calmar sus nervios.

«Hermano, dejame disfrutar esto…, ¿cómo no voy a ser optimista si yo pienso en mi equipo, la única verdad es la realidad, y la realidad indica que ganamos bien el primer partido. Después, pensar en los rivales, tomar los recaudos, es cuestión mía y de los jugadores», declaró Coco antes de Nigeria ya en el Mundial.

Basile citaba a Perón y contaba con Diego adentro de la cancha. Pero el subidón se fue como había llegado. Para el tercer y cuarto juego, la Selección se pareció muchísimo al equipo voluntarioso y peleador que había sido poco tiempo atrás. En esos dos partidos, también es cierto, le faltó una pizca de suerte y estaba notoriamente desmoralizado. A nivel táctico, Basile había reestructurado su planteo en función de Maradona, y era un engranaje de los que no tienen repuesto.

En la misma entrevista citada al comienzo, a Menotti le preguntaron si no era como solía repetir el Pep, que su Barcelona había nacido de la calidad de los jugadores. «No, eso se lo come un pelotudo, yo no –contestó Menotti–. Es producto del entrenamiento, de ideas claras, de saber hacerse comprender y ganar adeptos. (…) Vamos a revisar quién era Piqué antes de Guardiola, quién era Pedro, quién era Busquets. Ni siquiera Iniesta era titular, era discutido».

Parafraseando a Menotti, Basile ya sabía quién era quién en su equipo, quiénes habían crecido con él, como Leo Rodríguez, quiénes eran los referentes como Ruggeri, en quiénes confiaba pese al descrédito popular, como Sensini o Redondo, y también que Maradona era Maradona.

Texto publicado en el libro Siamo Fuori, de Editorial Planeta, páginas 132 a 134.