Udando y Avenida Libertador, 15.30 horas. Este cronista apura el paso, más como hincha que como periodista, para ingresar al estadio Monumental. La esquina está muy transitada, más de lo habitual para un día de partido. Mucha gente espera, no es claro que, pero espera. Unos pasos más allá todos esperan. Una fila multitudinaria ocupa el asfalto frente al primer cordón del operativo de seguridad. Nadie se mueve.
Un par de jóvenes, no menores de 16 y no mayores de 20, se codean nerviosos, miran a los lados y hablan por lo bajo. Estamos entre hinchas de River así que vamos a llamarlos Ariel y Enzo.
-Mirá, pongo la mano así ¿quién se da cuenta? -Enzo le explica a su compañero como agarrar su entrada de cartón que dice “River-Velez, Fecha 15”, para que no se note que no es la correcta para este partido contra Quilmes.
-Vamos por este lado -propone Ariel que tiene una entrada de la fecha 11- Si paso y vos no quedate por acá.
-No, que querés que espere, yo me voy.
-Probá en por otro lado, no te vayas, tenés que pasar.
La masa empuja. La cantidad de gente sin entradas alrededor del estadio es difícil de calcular. Es fácil asumir que son demasiados. El fervor por ver a River campeón una vez más, o por primera vez, después de seis años y del descenso, posee a todos alrededor y obliga a peregrinar. Algunos tienen entrada, otros se la juegan.
La fila se detiene ante un nuevo control. Esta vez policial, con escudo y bastón. Este cronista queda pegado a nuestros jóvenes protagonistas y aprovecha la espera para preguntar.
-¿Siempre vienen así a la cancha muchachos, sin entrada?
-Eh, no… -responde incómodo Ariel- ¡Es que hoy hay que estar como sea, vamos a salir campeones!
La confianza en el título se opone a la seguridad sobre lo que van a hacer. Saben que River será campeón, saben que tienen que ver el partido, pero no tienen la menor idea de cómo es el operativo que intentan vulnerar.
-¿Ahora te controlan la entrada?, pregunta Enzo.
Este cronista supone que no, pero no tiene tiempo a responder. Otro hincha que está cerca, pongamos que este se llama Ramón, intercede para esclarecer.
-Todavía no, eso es más adelante.
-¿Te controlan mucho, son muy estrictos?, pregunta Ariel.
-Algunos sí. A otros si le tirás 100 pesos te dejan pasar. Tenés que probar. Pero ustedes nunca entreguen la entrada. Si se la piden no se las den. Se dan la vuelta y se van, prueban con otro control y así hasta que puedan entrar. -Ramón la tiene clara parece. Hasta tiene pruebas de éxito y lo cuenta con orgullo. -La primera vez que entré así fue en un River-Boca, tenía una entrada que decía River-Boca pero era del año anterior.
Ariel y Enzo empiezan a agradecer los consejos cuando la fila se sacude de nuevo. En un par de contracciones, después de empujones, palazos y botellas que vuelan, este cronista pasa el control y pierde de vista a los jóvenes hinchas.
Un par de controles más tarde, dos cuadras, más de 50 personas sin entrada que rebotan, 200 escalones y por fin la vista de un verde césped amarillento y con pozos. A las 16.30, este cronista toma un asiento y cuando se acomoda ve llegar a una mujer con anteojos ámbar oscuro y un bastón plegable, como el que usan los ciegos. Está con un hombre y dos niños. Se sienta, dobla el bastón y lo guarda. Al rato mira el celular y después saca fotos con una cámara digital.
Lleno de desconfianza en la humanidad, este cronista piensa en Ariel y Enzo. ¿Habrán podido entrar? Ojalá que sí, tenían razón, había que estar.