En esta época de ídolos débiles y héroes efímeros, Lionel Messi ha logrado extender la admiración popular mucho más que cualquier otro futbolista en el mundo. Esta Copa América Centenario sirve para entender la magnitud de la figura del capitán de la Selección Argentina. En los Estados Unidos, pocos saben que se está jugando este torneo, pero todos quieren ver a Messi.
Despotricar contra la modernidad puede ser un ejercicio inútil o un acto de rebeldía romántica. En cualquier caso, discutir que hoy las figuras individuales revolucionan mucho más a los pueblos que las construcciones colectivas no tiene sentido. Las razones son múltiples y el objeto de este texto no es discutirlas, sino tratar de dimensionar la magnitud de un personaje argentino. Porque Lionel Messi es mucho más que un futbolista. Es el ícono de una época.
En cada entrenamiento y partido de la Selección se ven cientos de camisetas con el número diez en la espalda. También en la puerta de los hoteles en los que se alojó en Santa Clara, Chicago, Seattle y Boston. La visten chicos, grandes, latinos, estadounidenses, hombres y mujeres. La mayoría son albicelestes, pero hay una enorme cantidad de casacas de Barcelona. Otra vez, no importa para quién juegue, lo que vale es el personaje.
“No sé qué Copa se juega, pero vine a ver a Messi”, dice un muchacho en los alrededores del campo de entrenamiento de Harvard y resume lo que sucede en todo el país. Puede parecer una exageración, pero no hace falta conocer la existencia de un país llamado Argentina para emocionarse con el capitán de su Seleccionado de fútbol. Ver a Messi saludar desde adentro del micro es un triunfo para personas que jamás vieron un partido de fútbol entero.
Aquí viene lo paradójico. A lo largo de los más de cien años de historia de este juego, los futbolistas supieron ganarse la veneración popular gracias a sus hazañas en las canchas. Los hinchas los amaban porque se emocionaban con su juego, los hacían abrazarse con sus hijos y compartir un momento de alegría con sus amigos. Esos ídolos de otras épocas formaban parte de la historia de cada individuo, no eran meras celebridades. En la última década eso cambió. Ya no hace falta ni siquiera entender el juego, sólo conocer a los protagonistas.
Y aquí viene lo paradójico. A lo largo de los más de cien años de historia de este juego, los futbolistas supieron ganarse la veneración popular gracias a sus hazañas en las canchas. Los hinchas los amaban porque se emocionaban con su juego, los hacían abrazarse con sus hijos y compartir un momento de alegría con sus amigos. Esos ídolos de otras épocas formaban parte de la historia de cada individuo, no eran meras celebridades. En la última década eso cambió. Ya no hace falta ni siquiera entender el juego, sólo conocer a los protagonistas.
Muchos de los hombres, mujeres, niños y niñas que asisten a los estadios o a las prácticas de la Selección disfrutan más con un saludo tímido de Messi que con su golazo de tiro libre. Y esto no tiene que ver con subestimar el conocimiento del pueblo estadounidense, sino con tratar de explicar el lugar que ocupa el fútbol en esta sociedad. Aquí, la gente viene a buscar al muchacho que salió en la tapa de la revista Time. Justo da la casualidad de que sabe jugar al “soccer”, nada más.
“En unos años, Estados Unidos va a ser potencia en fútbol”. La frase ya es un lugar común. Aquí, los colegios y las universidades han invertido recursos y tiempo para formar más y mejores juveniles, es cierto. En cada ciudad hay decenas de campos de entrenamiento de primerísimo nivel y la Selección nacional forma parte de un proyecto global. Sin embargo, cuando uno pisa esta tierra tiene la impresión de que el juego que paraliza a gran parte del mundo no podrá entrar en el corazón del pueblo estadounidense.
Ya han pasado veinte años de la creación de la MLS y sólo en Seattle el estadio se llena de manera regular. En gran parte del país, el fútbol sigue siendo un juego de minorías y no puede competir en popularidad con su football, el basquet o el béisbol. La Copa América Centenario pasó inadvertido para todos, excepto para algunos medios. Las “Fan Plazas” urbanas (sitios preparados para vivir los partidos en las ciudades) estuvieron casi siempre vacías y los estadios se llenaron sólo gracias a Messi.
Y vuelve a aparecer el nombre del futbolista que justificó la existencia de este campeonato. Cuesta pensar qué hubiera pasado si Messi no habría jugado la Copa América Centenario. Tampoco tiene sentido. Ahora, el crack rosarino es un rockstar en el país de la cultura pop y aquí, en el país donde él es ícono de su deporte, irá en busca de su primer título con la Selección. No habrá momento mejor.