Hace unas semanas, Rory Palmer, vice alcalde de Leicester, hizo una declaración que cautivó a la redacción de Un Caño. Dijo así: “No soy uno de esos que creen en las supersticiones paranormales, pero el punto de inflexión de la temporada pasada fue cuando enterramos a Ricardo III. Desde ese día, en marzo, Leicester City ganó 22 de 34 partidos”.
No hace falta aclarar que desde entonces hasta ahora pasó lo impensable: el equipo azul siguió ganando y se consagró campeón de la Premier League.
Jamás se nos había ocurrido buscar la explicación de la inesperada campaña de los zorros azules en la violenta muerte de un rey británico, el último en caer en el campo de batalla, hace más de cinco siglos. Quizás, ese delirio sea la interpretación más racional para entender cómo un equipo que en la temporada 14/15 se salvó del descenso con lo justo y que la siguiente campaña pagaba 5000-1 a que sería el nuevo campeón de la Premier terminó quedándose con el título, pese a contar con un presupuesto (22 millones de libras) menor a lo que gastó Chelsea para fichar solo a Diego Costa.
Casi todo lo que se piensa hoy de Ricardo III de York viene de la caracterización que el inigualable William Shakespeare hizo de su reinado en la obra que escribió entre 1591 y 1592, más de un siglo después de la muerte del monarca, en 1483. Varios historiadores intentan reivindicar su imagen pero saben que será imposible. “Uno no puede luchar contra Shakespeare y vencer”, admite uno de ellos ante Harold Bloom, el mayor investigador de la obra de William.
El éxito de la imagen creada por Shakespeare, explica Bloom, permitió eternizar “la versión oficial Tudor de la historia”. La versión ganadora. “La caricatura Tudor”, agrega, “era una maravillosa materia poética”, que William no pudo dejar de utilizar. Cuando la obra se representó por primera vez en 1633 ante la realeza inglesa -los descendientes de quienes lo habían destronado-, su sepulcro, ubicado en una iglesia de Leicester, ya se había perdido entre varias reformas urbanísticas. El único recuerdo que quedaba de Ricardo III llevaba la firma de El Bardo.
En la memoria popular, Ricardo III se instaló como en el gran perdedor de la historia británica. Un villano inescrupuloso que complotó contra amigos y enemigos, mandó decapitar a sus rivales y ordenó asesinar a pequeños príncipes para llegar, por los medios que fueran necesarios, a ser coronado como rey. Las representaciones teatrales y cinematográficas globalizaron ese relato. Sin dudas, su mejor exponente es esta brillante actuación de Ian McKellen (Gandalf).
Hasta cierto punto, la historia de la ciudad y la de su club de fútbol tiene semejanzas con el infame monarca. Leicester es una de las diez urbes más grandes del Reino Unido y sin embargo siempre fue una de las más olvidadas. Stuart Dawkins, empresario e hincha del equipo, lo graficó en un lindo reporte de The Guardian: “Soy lo bastante viejo para recordar ese compilado de punk de fines de los 70 que se llamaba ‘¿Dónde demonios es Leicester?’”. Hasta hace unos años, antes del furor histórico por Ricardo III, el orgullo local era presentarse como la primera ciudad ecológica del país. Así y todo nadie iba por ahí.
Leicester City FC tiene más de 130 años de historia. Pese ser el club de fútbol de una de las ciudades más importantes del país nunca -hasta ayer- había sido campeón de Inglaterra. Jugó cuatro veces la final de la FA Cup y las perdió todas. El rugby o el cricket le dieron más alegrías a sus habitantes, pero tampoco tantas.
Literalmente, algo del espíritu perdedor de Ricardo III subyacía en esas tierras. Por eso, cuando lo encontraron enterrado en 2012, 530 años después de su muerte, debajo de un estacionamiento municipal mientras hacían reformas y le dieron una adecuada nueva sepultura, muchos creyeron que algo en la ciudad, y en el equipo de fútbol, comenzaba a cambiar.
The Guardian afirmó que la campaña de Leicester en la Premier anterior, devaluada pero seguro más pareja que las otras grandes ligas europeas, puede ser considerada “la historia deportiva más grande jamás contada”. De alguna manera, todos miramos ahora hacía Leicester como no lo habíamos hecho antes. Aquel equipo de Ranieri, que nunca había ganado una Liga de Primera como DT, nos fascina y nos repele, como el Ricardo III, deforme y jorobado, que eternizó Shakespeare.
Anthony Burgess, el de La Naranja Mecánica, explica en su vívida biografía sobre Shakespeare la fortaleza de ese villano. “Ricardo III es, con toda su brutalidad, un acercamiento al drama tridimensional en el que las personas no son siempre lo que parecen”, afirma. Un malo moderno, aterrador pero humano, creado hace 400 años.
Ver jugar al Leicester de Ranieri no necesariamente fue una experiencia placentera. Pese a los goles de Vardy, cuyos afiches compiten en las calles de la ciudad con los de Ricardo III, las gambetas de Mahrez o los lujos de Okazaki, los zorros suelen ser más efectivos que espectaculares. Pero era imposible no estar de su lado.
Hacen mucho con lo poco que tienen, por eso conmueven. Hasta cuando juegan mal y la revolean de punta sin sentido, ¿cómo no querer que ganen?. Leicester, como dice Burgess de Ricardo III, “tiene la capacidad de provocar una simpatía repugnante”.
El poderoso rey Ricardo III descansa en paz pero, aseguran, nunca podrá vencer a Shakespeare. De Leicester City, en su pelea contra otros grandes, decían lo mismo. Fue hermoso verlos ganar, contra todos los pronósticos. Y podrán festejar en su estadio, que ahora se llama King Power, como sus dueños.
Curioso ¿no? Tanto como que su nuevo entrenador, el que hace nada reemplazó a Ranieri, se llama Craig Shakespeare. Como para seguir abonando el mito.