“Ni puta idea!”. Así contestó Pep Guardiola, sin vacilar, cuando le preguntaron cuál era el secreto, la verdad no revelada de su liderazgo. Lo que se dice, un gurú sincero. La escena se dio en el Gran Rex, en plena calle Corrientes, frente a Las Cuartetas, en un teatro donde suele ser más provechoso ir a escuchar, por ejemplo, a Bob Dylan o a Caetano Veloso.
Guardiola dijo eso, que no tenía ni puta idea de qué se trataba todo este asunto del liderazgo, ante un auditorio que había pagado hasta 1.200 pesos, una fortuna, justamente para escuchar sus certezas, sus trucos infalibles, su fórmula mágica para alcanzar el éxito como conductor de un equipo y, en lugar de sentirse defraudados y tirarle tomatazos por semejante desplante, no dijeron “che, Pep, nos parece que se te está yendo un poquito la mano con las informalidades”. Insólitamente, ¡lo ovacionaron! Fue una situación extraña, de algún modo infrecuente. Pero en todo caso fue un fraude feliz, consciente, el más irreprochable de todos los fraudes. ¿Qué otra cosa pretendían aquellos que fueron a ver el esperado unipersonal de Guardiola, un stand up que contó con todos los elementos del género: luz blanca para resaltar la figura del showman, desplazamientos micrófono en mano por el escenario, gags, aplausos, etcétera?
Pretendían eso, simplemente, estar cerca del entrenador del mejor equipo de la historia y festejarle las ocurrencias, dejar en claro que si hay algo que le sobra en la Argentina es gente fiel, incondicional, definitivamente extasiada con su bagaje de éxitos. Le sobran groupies, en realidad. ¿Se imaginan una charla de Ricardo Piglia en la que le preguntaran cuál es su idea acerca del romanticismo en el Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, y el ensayista contestara muy suelto de cuerpo “¡ni puta idea!”? ¡Un golpe bajo al canon! iUn oprobio para la academia! iUn escándalo internacional!
Después, para rematarla, como quien sabe que su aura de misticismo lo mantiene a salvo de señalamientos terrenales, Guardiola, quien cobró una montaña de dólares por disertar durante una hora, fue más lejos: “He robado mucho”, comentó sin sonrojarse, como una forma de explicar su disposición a nutrirse de distintas fuentes, a combinar diferentes estilos para desarrollar un estilo propio. Y ahí, entonces, la ovación se quintuplicó, el bramido desbordó el cauce: se ve que nadie lo interpretó literalmente.
¿Qué es lo que despierta semejante fervor frente a un entrenador que, con lucidez, siempre se encargó de remarcar que el fútbol es la actividad más importante de las menos importantes? ¿Provocaría el mismo entusiasmo una conferencia de Vicente Del Bosque, por citar uno entre tantos conductores de grandes equipos, cuya foja de servicios incluye el título del mundo con la Selección de España en Sudáfrica 2010, casi con los mismos jugadores que el Barcelona pero sin Messi? Definitivamente, no. La panza no rinde; menos que menos, el bigote cepillo.
La platea, el pullman, el superpullman y los que intentaban colarse por alguna puerta estaban absolutamente ensimismados con Guardiola, el ídolo catalán. Para estar a tono con el acontecimiento, o con la idea que tenían de lo que iba a ser ese acontecimiento, muchos de los asistentes, incluso, se vistieron de traje. A la hora de producirse no escatimaron esmero ni ornamentos. Y Pep volvió a tomarles el pelo: apareció en zapatillas; con una remera y un saquito canchero, pero en zapatillas.
En el teatro hubo unas 3.500 personas. Por las butacas del Gran Rex desfilaron, entre otros, Alejandro Sabella, Gabriel Milito, Ricardo La Volpe, Diego Cagna y, cuándo no, Carlos Bilardo, quien se encargó de resaltar que había pagado la entrada. Como suele decirse, al Narigón el tiro le salió por la culata: ubicado en la sexta fila, el coordinador de Selecciones estuvo al borde del desmayo cuando Guardiola señaló que quería dedicarles la charla a César Luis Menotti y a Marcelo Bielsa, dos de sus principales modelos. ¿Qué fue a buscar al simposio alguien como Bilardo, un entrenador con ambiciones a simple vista opuestas a las de Guardiola, un militante del pizarrón que nunca se destacó por exaltar las bondades del fair play ni mucho menos del disfrute estético? Tal vez, sabio en su ley, el Doctor fue a corroborar la versión antagónica de su ideario.
La de César Luis Menotti fue, por definirlo de alguna manera, otra rareza. Acaso por precaución, para evitar el momento agrio de cruzarse con Bilardo, el Flaco no asistió a la gala en el Gran Rex pero fue el único que, luego, se dio el gusto de cenar a solas con Pep. El privilegio de ser un referente.
En la intimidad, maestro y discípulo seguramente se regodearon con la jerarquía de Xavi e Iniesta, o con lo necesario que resulta para cualquier equipo un jugador como Busquets, siempre bien ubicado, con esa simpleza que muchas veces pasa inadvertida pero al mismo tiempo resulta esencial para el inicio de cualquier jugada. Y se divirtieron, cómplices, al repetir la máxima que ellos mismos se han encargado de difundir: sin jugadores, no hay liderazgo que valga. O al revés: por más que seas el líder más encumbrado, si los jugadores le pegan con los tobillos…
Ya entrada la madrugada, suponemos que Menotti, siempre interesado por los asuntos públicos, debe haber aprovechado la sobremesa para preguntarle a Guardiola cómo se había sentido en el encuentro que tuvo con alumnos de séptimo grado de las escuelas 15 de Boedo, 23 de Almagro y 23 de Lugano; cómo había sido ese contacto con la realidad. Alterando prioridades, la Ciudad se sumó al evento. Y armó una muy bonita foto en la que Pep les habla a los chicos en un aula, una forma efímera de jerarquizar la educación pública. ¿Sabía el DT a qué se prestaba?
Es cierto: en la clase abierta en el Gran Rex también se habló de fútbol. Además de algunas anécdotas jugosas, al nivel de las que puede contar Oscar Ruggeri los domingos a la noche en El show del fútbol, Guardiola explicó, por ejemplo, que una de sus grandes ideas fue hacer jugar a Messi “de falso 9”. Y lo volvieron a ovacionar. ¿Alguien puede considerar un mérito el hecho de haber decidido que Messi jugara en esa posición, “más por el centro y no tan tirado a la orilla”? Si Pep le dio carácter de osadía a ese movimiento de Lionel en la cancha, ¿qué debería pensar, si estuviera vivo, el Pato Pastoriza, que en su momento, además de lograr el punto justo en la cocción del asado, hizo jugar a Marangoni de 6 y a Clausen de 8? iEsas sí que eran apuestas! O más que eso: saltos al vacío.
Guardiola dejó otras verdades: 1) “El secreto de un equipo está en el orden, que cada uno sepa lo que tiene que hacer”. 2) “Nunca hay que intentar cambiar a un jugador. Son lo que son. Hay que saber darle en la tecla adecuada”. 3) “La pelota tiene que pasar siempre por el centro. Y ahí siempre hay que tener un hombre más. Cuando tienes uno más que el rival en el mediocampo, tienes más posibilidades de pasar y establecer una superioridad”. 4) “No hay nada más acojonante que entrar a un partido sin saber qué va a pasar”.
Hace poco, Esteban Cambiasso arriesgó: “El mejor entrenador del mundo es Pepe Romero”. Lo que quiso decir el jugador del Inter al elogiar al DT de All Boys fue que si la idea es mensurar la influencia de un DT sobre un equipo no se puede dejar de lado el análisis acerca de la materia prima con que cuenta (iqué horrible es decir materia prima en lugar de jugadores!). O sea: si en lugar de conseguir lo que consiguió Guardiola en juegos y en títulos con el Barcelona, lo hubiera logrado con el Galatasaray, por citar un equipo de mucho menor fuste, ahí sí nos preguntaríamos si estamos en presencia de alguien con poderes sobrenaturales. Pero no.
¿Acaso el Barsa no jugó casi de la misma manera cuando fue dirigido primero por Tito Vilanova y después por Jordi Roura? Casi. Y si no jugó igual fue porque padeció la ausencia de Xavi y la renguera de Messi.
Un amigo, mitad en broma, mitad en serio, me dijo: “A mí me gustaría ir a una charla de liderazgo de Gustavo Costas, el ex símbolo de Racing y ahora entrenador. ¡Cómo lo quería La Guardia Imperial! Es que Mochila era puro esfuerzo, sacrificio… Un verdadero canto al tesón. Costas podría contar sus experiencias como DT en Barcelona de Ecuador; cómo fue relacionarse con jugadores de otro país, si la pelota dobla, si dobla, frena y vuelve a arrancar… La reunión se haría en el Constitución Palace y la entrada costaría diez pesos. No tengo dudas de que podría ser un éxito”. Yo repliqué: “Es más, al mediodía, para que los empresarios se saquen fotos con Gustavo, podríamos organizar un almuerzo”, una idea que le gustó: “Sí, en la calle, algo rapidito. Dos panchos para cada uno y, de regalo, ¡lluvia de papas!”, completó él.
En fin, bienvenido Guardiola a la Argentina. La visita de un entrenador como él es una buena noticia. Pero que el glamour no tape el bosque: si Pep es dueño de algún mecanismo oculto, nos cuesta creer que esté dispuesto a hacerlo público; en todo caso, lo guardará para aplicarlo en sus equipos. Como ahora, que le toca dirigir otro plantel endeble, sin muchas luces, el del Bayern Munich.