Ericson Turay tenía el mismo sueño que el presidente de la FIFA, ser periodista radial. Era un chico normal de Sierra Leona, estudiaba en Freetown, la capital, y se paseaba en su moto, con un cartelito que decía “prensa” escrito a mano, soñando con cubrir grandes eventos. Entonces, la (mala) noticia lo cubrió a él.
Su papá, el líder de una tribu en la localidad de Kenema, al este del país, lo llamó y le dijo: “Ericson, vení. Todos en la casa estamos enfermos”. Era junio de 2014. África occidental atravesaba el peor brote de Ébola de la historia, en un año murieron al menos 11 mil personas. Sierra Leona fue uno de los países más afectados –el otro era la Liberia de George Weah– y Kenema era el centro de la epidemia. En esa época, el hospital local recibía hasta 70 infectados cada día.
En total, 44 parientes de Ericson contrajeron el virus. Incluido él. Como el sistema sanitario estaba colapsado y no había ambulancias, se encargó de trasladar al centro de tratamiento a cuantos familiares pudiera cargar en su moto. “Me tocaron, ahí fue cuando me contagié”, recuerda.
En tres meses, su vida cambió de una forma tan extrema que es difícil de imaginar. Entre junio y agosto murieron 38 miembros de su familia: su padre, hermanos, hermanas, tías, tíos, primos y sobrinos, además de muchos amigos. “En esa época yo no era normal. Estaba loco. La gente se moría, se moría, se moría”, intenta explicar. Ericson recibió tratamiento ante los primeros síntomas y tuvo suerte de sobrevivir. También se salvó su mamá. Junto a ella, quedaron a cargo de sus 15 sobrinos huérfanos. Abandonó los estudios, los sueños de radio, y empezó a buscar trabajo.
Ahí se chocó con el problema actual en esa zona del planeta, ahora que lo peor de la enfermedad parece haber pasado. “Cuando voy al pueblo, los que me conocen, que saben que soy sobreviviente, ni se me acercan. La gente tiene miedo”, afirma. En África occidental viven cerca de 16 mil infectados que sufren la misma estigmatización. No se los acepta para trabajar ni son bienvenidos en muchas comunidades -en algunas todavía se cree que el Ébola se puede contagiar mediante un hechizo-.
Para luchar contra esos prejuicios, Ericson decidió fundar un club del fútbol. “Se llama Kenema Ebola Survivor’s Football Club (KESFC)”, cuenta orgulloso su presidente y delantero. La idea de crear un “club de fútbol especial”, que además funcione como organización social para ayudar a los sobrevivientes, surgió en charlas con Nadia Wauquier y Moinya Coomber, dos médicas que atendieron a Ericson y a los miles de infectados en Kenema.
El objetivo del KESFC, explican, es “facilitar la reintegración de los jóvenes sobrevivientes en su comunidad, promoviendo la unión a través de un deporte muy amado en el país”. Confían en que permitirá reducir “el miedo y el estigma social”. Pero además, quieren ayudar a los sobrevivientes a reiniciar sus vidas. Con donaciones que reciben de todo el mundo pagan la educación de los jóvenes y dan créditos a los adultos para montar sus propios negocios.
Pero primero, con esa ayuda internacional, empezaron a jugar al fútbol. En febrero, recibieron los primeros materiales: diez pelotas, dos infladores, cuatro pares de guantes de arquero y diez silbatos. En abril, ya con más de cien socios, se registraron en la categoría más baja de la federación de fútbol de Kenema. Y ahora se entrenan tres veces por semana -lunes, miércoles y sábados- de 16:30 a 18, en el campo de deportes de una escuela primaria islámica.
A comienzos de mayo jugaron su primer partido, con la camiseta roja de la selección de Ghana. Un excelente documental del New York Times, que incluimos al final -en inglés-, cuenta la historia de Ericson y registra ese debut. Enfrentaron al combinado de los trabajadores sanitarios que los atendieron durante la epidemia. El equipo femenino ganó 2-0 pero el masculino, con Ericson en el ataque, perdió 5-0.
A los varones, los resultados no los acompañan. A fin de mayo, en otro encuentro para concientizar a la población sobre el virus y contra la discriminación, visitaron al Manchester United de Kormende Luyama y perdieron 2-0. Hace poco, el 8 de junio, cuando se celebró el día de los sobrevivientes del Ébola, volvieron a enfrentarse a los que les salvaron la vida. El diario local Awoko cuenta que las chicas ganaron 2-0 y los pibes perdieron de nuevo, esta vez 2-0.
Al presidente-jugador Ericson los resultados lo tienen sin cuidado. Como le dijo al New York Times: “aunque no gané el partido, la gente quiere tocarme y jugar conmigo”. Esa aceptación, en la que cada abrazo es un gol, es por la que juegan. Sus vidas, entre privaciones y ausencias, siguen siendo duras pero ahora se sienten un poco menos solos. “Las cosas son difíciles, pero no estamos muertos todavía”. Y con eso en mente, salen a la cancha cada día.