“Si hay tiros, denme un arma, no quiero morir como un conejo”. Tres días antes, Di Stéfano tenía tortícolis y una contractura en una pierna. Ahora sólo tiene miedo. Como en Operación Masacre, como en tantas otras ficciones de lo real, el cautivo le da la espalda a sus captores, camina libre y tiene miedo. A la Saeta Rubia la están liberando, en el centro de Caracas, en una calurosa tarde de agosto de 1963, después de haber estado secuestrada más de 50 horas.
Lo suelta una guerrilla y lo busca la policía, don Alfredo no quiere quedar en el medio si se llegan a encontrar. Se baja del auto sin un arma. Se esconde detrás de un árbol unos segundos. Junta valor y cruza corriendo la avenida Libertador. Frena un taxi, se sube y le indica cómo llegar hasta la embajada de España. Es cerca. Toca el timbre, el portero se asoma por la ventana y lo mira inexpresivo. El crack de Real Madrid, ahora con 37 años, lleva un sombrero y anteojos. No lo reconoce. Grita: “Soy Di Stéfano”, y ahí así, el hombre entiende y lo deja entrar. Unos días antes, Di Stéfano dormía en la habitación 19 del hotel Potomac, una pequeña construcción Art-Deco, que ya no existe. Estaba concentrado allí con el plantel de Real Madrid que disputaba un torneo de pretemporada, con Porto y San Pablo.
Poco después de las 6 de la mañana lo despertó el grito agudo del teléfono. El conserje del hotel le anunció que unos policías querían verlo. Alfredo, acostumbrado al humor de sus compañeros, contestó: “Si quieren hablar conmigo, que suban ellos” y colgó para seguir durmiendo. Al rato, lo llamaron de nuevo: “O baja o vamos por usted”, contó que le dijeron. Di Stéfano, incrédulo, volvió a colgar. Unos minutos después, la puerta de su habitación se sacudió con unos golpes.
Alfredo se levantó, en ropa de cama, y abrió. Unos tipos muy jóvenes y delgados, que decían ser de la Policía Técnica Judicial sección narcóticos, le mostraron unas chapas metálicas. Le indicaron que investigaban un supuesto contrabando de drogas en el que estaría involucrado y que debía acompañarlos para dar testimonio. Le prometieron que sería breve, algo de rutina. Di Stéfano pidió avisar a los directivos de Real Madrid que lideraban la delegación. Los falsos policías lo apuraron y le prometieron que estaría de vuelta en 15 minutos. Alfredo colaboró. Se vistió con una remera de pique, un pantalón marrón claro, una campera oscura al tono y unos zapatos blancos, y bajó escoltado por los jóvenes que lo fueron a buscar.
Mientras atravesaban el lobby del hotel dicen que les dijo: “Ustedes sí que madrugan”. “Nuestra guardia es corrida”, le respondieron. Ya en la calle, lo subieron a un auto estadounidense negro. Uno de los hombres conducía, los otros dos se sentaron detrás con Di Stéfano en el medio. Cuando el vehículo se puso en marcha uno de sus captores se presentó como Máximo Canales y le dijo que no eran policías, que eran guerrilleros y que lo habían secuestrado. Alfredo acababa de filmar en Madrid una película en donde lo secuestraban y debió pensar en la ironía.
Luego lo vendaron. “No tenemos nada contra usted: lo hacemos, simplemente, para que la prensa se ocupe de nosotros. El gobierno prohíbe a los diarios que hablen de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). Estará unas horas con nosotros y después lo devolveremos. Nadie quiere hacerle daño”, le explicaron. Al mediodía, las redacciones de los principales diarios de Caracas recibieron un mismo mensaje telefónico: “Buenos días, somos del destacamento César Augusto Ríos de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. Oiga bien lo que voy a decir porque no voy a repetirlo. Esta mañana a las 6 secuestramos al fenómeno futbolístico Alfredo Di Stéfano. Pueden decir que se encuentra en perfectas condiciones.Las razones políticas de este hecho las expondremos en su debida oportunidad”.
Como había sucedido con Fangio en Cuba, unos años antes, las FALN buscaban publicidad para su movimiento revolucionario. Se trataba de una organización militar que había sido creada apenas un año antes, como brazo armado del Partido Comunista de Venezuela y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. No querían dinero, ni favores, buscaban difusión. Secuestrar a una personalidad mundial era una buena forma de llamar la atención. Primero, habían pensado en captura al músico ruso Igor Stravinski, pero su frágil salud los asustó: “Pensamos que podría morirse y nosotros sólo queríamos hacer ruido”, contó tiempo después Canales, que en 1963 tenía apenas 19 años. Entonces se enteraron que llegaba Real Madrid y pensaron en su líder.
“Pensaba que en cualquier momento venía uno y me pegaba un tiro”, recordó Di Stéfano sobre su secuestro.
La operación se llamó en honor a Julián Grimau, un comunista español que había sido fusilado por orden de Francisco Franco unos meses antes. Al mismo tiempo, era una protesta contra el gobierno venezolano de Rómulo Betancourt y contra la dictadura franquista en España. Luis Correa, alias el comandante Gregorio, lideró la acción, de la que participaron nueve hombres. El segundo al mando era Canales, que en realidad se llamaba Paúl del Río y era hijo de españoles fugados a Cuba.
El presidente de Real Madrid, Santiago Bernabéu, se enteró del secuestro cuando estaba de vacaciones pescando en Santa Pola, en la costa valenciana. A la distancia, lo único que pudo hacer fue ordenar a la delegación que siga compitiendo y que deje todo en manos del embajador. Por decisión diplomática, para mayor seguridad, el plantel abandonó el hotel y se instaló en la embajada. Las autoridades locales lanzaron un enorme operativo policial. El nuevo ministro de Interior destinó ocho mil policías para buscar a Di Stéfano y prometió en vano liberarlo en menos de 24 horas.
Alfredo pasó ese primer día en un departamento céntrico donde no había camas. Tenía alguien armado que lo vigilaba todo el tiempo. “Pensaba que en cualquier momento venía uno y me pegaba un tiro”, contó alguna vez. Sin éxito, sus captores intentaban que se sintiera cómodo. Jugaban con él a las cartas, al dominó, al ajedrez, apostaban juntos a los caballos, le cocinaron lo que pedía, le compraron paella. Hasta escucharon el partido que Real Madrid jugó con Porto mientras estaba secuestrado. Le volvieron a prometer que no le pasaría nada. Di Stéfano durmió en un sofá y comió poco por los nervios. Los días siguientes los pasó en una casa de campo en las afueras y en otro departamento de ciudad. Una mañana, Di Stéfano volvió a sufrir dolores en la espalda. Lo atendió un médico y le dieron calmantes. Quizás temerosos por su salud, al rato los secuestradores le dijeron que lo iban a liberar.
Le cambiaron la chomba y lo intentaron rapar para que nadie lo reconociera. “¡Si yo ya casi no tengo pelo, y además rubio!”, les dijo y los convenció. Se conformaron con ponerle anteojos y un sombrero. Lo vendaron, lo subieron a un auto y lo dejaron, poco antes de las tres de la tarde, donde empezó este relato. Esa noche, en la embajada, Alfredo habló ante la prensa sobre su secuestro.
“Al fijarme en un periodista que me hace una pregunta, veo que hay dos de los secuestradores entre los periodistas. Me volvió a dar un ataque de miedo”, confesó Di Stéfano en sus memorias. Ese temor que se le metió en el cuerpo no se le fue más. “Los tres días me parecieron tres años y ahora, cada vez que veo un secuestro, pienso en lo que me pasó”. Di Stéfano dejó pasar esa situación y sólo describió a Canales, a quién la policía ya había identificado.
Muchos años después, en 2005, cuando el Madrid presentó “Real, la película”, ambos volvieron a coincidir en un mismo lugar por obra del marketing. Algún publicista pensó que sería bueno que participaran del estreno, en el estadio Bernabéu. Según el exguerrillero, “fue un encuentro muy bonito. Nos dimos un efusivo apretón de manos. Hicimos un trato: cerrar el capítulo y no volver a hablar del tema. Creo que a Di Stéfano lo persiguió toda su vida la historia del secuestro”. El periodista Alfredo Relaño, en cambio, asegura que Alfredo se tomó a mal su presencia y no quiso ni darle la mano. “Usted hizo pasar mucho miedo a mi familia. No tenemos nada de qué hablar”, dice que le dijo.
Al día siguiente de la liberación, Real Madrid jugó su último partido, ante San Pablo. El presidente Bernabéu insistió en que Di Stéfano, que estaba en pésimas condiciones físicas y psíquicas, debía participar. Alfredo entró en la cancha como pudo, al menos para que la gente lo aplaudiera. Jugó el primer tiempo y lo cambiaron en el vestuario. El partido salió 0-0 y el equipo brasileño se consagró campeón. El Madrid debía jugar un amistoso más, por 25 mil dólares, ante Millonarios, en Bogotá, pero acordaron cancelarlo. Un par de días después, Di Stéfano llegó al aeropuerto de Caracas con todo el plantel de Real Madrid. Estaba ilusionado con volver a España y reencontrarse con su familia. Un policía venezolano lo acompañó hasta la escalinata del avión. Resultó ser otro de sus secuestradores. Antes de que suba, le murmuró: “Gracias, Alfredo. ¡Te portaste como un fenómeno!”.