A los 12 años, cuando estaba en sexto grado del bachillerato, el colombiano Jorge Luis Pinto ya sabía que iba a hacer con su vida. “Mis compañeros -recuerda- estudiaban química, física y matemáticas, y yo ya leía libros de fútbol, y les decía, ‘cuando yo esté grande voy a dirigir a Millonarios’”.
Jugaba en el equipo de su colegio y además era el entrenador. En la calle pateaba la pelota y soñaba con jugar como el Burro Germán González, su ídolo de la infancia (su hijo, el Burrito –ya hablamos del tema de los apodos-, fue ayudante de Pinto en Cúcuta). Más tarde, se imaginó como el brasileño Falcao. Apenas fueron sueños. “A pesar de que no era tan bruto para jugar, era difícil actuar en Bucaramanga”, admite para explicar porque no fue jugador profesional.
Buscó otro camino para entrar en el fútbol y lo encontró en un aula. “Soy un hombre de academia y universidad”, se define. Se graduó en educación física y deportes, con orientación en fútbol, en la Universidad Católica de Bogotá. Después, hizo especializaciones en la Universidad de Sao Paulo y en la de Colonia. Durante su beca de tres años en Alemania asistió a un curso de entrenadores. “El fútbol alemán me dio mucho, sobre todo la parte científica: la metodología, la pedagogía”, reconoce. Le prometieron que iba a tener a Beckenbauer como profesor pero nunca apareció. Pinto, autodidacto y estudioso, aprovechó que Rinus Michels era el DT del FC Koln para educarse mirando: “Pude ver un montón de entrenamientos suyos. Aprendí muchísimo de él”. Años después, en Italia ’90, aprendería a amar el Catenaccio.
Con el título universitario comenzó a ejercer como preparador físico. Todavía hoy le dicen El Profe. En 1979 integró el cuerpo técnico del macedonio Blagoje Vidinic que dirigió a Colombia. A comienzos de los 80’ empezó a trabajar en Millonarios. Ahí aprendió, de nuevo mirando, de uno de los grandes: “El doctor Gabriel Ochoa dirigía desde la tribuna, y yo duré casi una año ubicándome detrás de él, sin que él lo supiera, para mirar qué órdenes enviaba”.
“Una vez estaba dirigiendo en la tribuna en Medellín, y me pusieron dos policías atrás, para que me cuidaran. Era la época en la que Pablo Escobar pagaba dos millones de pesos por matar a un policía, y les dije, ‘yo les ayudo a cuidar sus espaldas, y ustedes cuídenme la mía’”.
Recién en 1984 pudo cumplir su profecía de bachiller. El primer club donde dirigió, como había prometido, fue Millonarios. Desde entonces, lo que más le preocupa es el sacrificio de sus jugadores y orden de sus equipos. A diferencia de su mentor, el médico Ochoa, que ganó el título colombiano 13 veces, Pinto pasó la misma cantidad de temporadas sin ganar nada.
La mayor parte de esos años, además, dirigía desde la tribuna. Su pésima relación con los árbitros hacía que lo expulsaran con frecuencia. Además de universitario, Pinto tiene pocas pulgas. No le importaba el castigo, prefería decir lo que pensaba e ir a ver los partidos desde la grada. Al fin de cuentas, casi todo lo aprendió desde ahí.
Entonces, el fútbol de Colombia estaba en manos de los carteles de la droga. “Una vez, -relata- cuando dirigía al Unión Magdalena, un árbitro me buscó para que lo comprara, quería que le diera plata, pero le dije que no. Fue una época muy compleja. El narcotráfico puso a algunos ganadores ficticios en el fútbol colombiano”. Ni siquiera ahí Pinto podía quedarse callado. “En el ‘87, dirigiendo a Santa Fe, fue cuando permanecí más tiempo en las tribunas”, recuerda. “El arbitraje de ese año fue terriblemente riesgoso. Una vez estaba dirigiendo en la tribuna en Medellín, y me pusieron dos policías atrás, para que me cuidaran. Era la época en la que Pablo Escobar pagaba dos millones de pesos por matar a un policía, y les dije, ‘yo les ayudo a cuidar sus espaldas, y ustedes cuídenme la mía’”.
En 1998 lo contrataron para dirigir a Alianza Lima. Los dirigentes peruanos querían solucionar la falta de disciplina en el plantel y eligieron al Profe porque lo precedía la fama de estricto. Al principio, el DT colombiano fue rechazado, pero cuando consiguió el primer título en 18 años para el equipo limeño se transformó en un ídolo. “Durante los primeros partidos, la hinchada de Alianza me gritaba: ‘Pinto, la puta madre que te contrató’. El día que me vine me sacaron en hombros del estadio”.
En Perú, sus obsesivos métodos para controlar a los futbolistas no hicieron más que acrecentar el mito. Comenzaron a llamarlo el dictador. Cuenta la leyenda que al exmedio Juan Carlos Bazalar lo fue a ver una noche a la casa y como su mujer dijo que estaba durmiendo pidió pasar para comprobarlo. Que a Claudio Pizarro, que era un juvenil con futuro, también lo visitó y como no lo encontró lo sacó del equipo. Y que a Waldir Sáenz, el goleador, lo vio raro en una práctica, se le paró cara a cara y le dijo: “sopla”, para confirmar que no estuviera alcoholizado.
Pese a toda anécdota, el Profe no se considera un hombre estricto, sino disciplinado. “Disciplina en la ejecución”, explica. “Es una disciplina de saber ejecutar las cosas de la mejor forma, buscando siempre la perfección y la excelencia”. Orden y progreso. Lo que reclama Pinto es dedicación. Exige que todos se tomen el fútbol con la misma seriedad que él lo hace: “Es mi vida, mi pasión, mi profesión y mi distracción”. Por eso prefiere a los futbolistas comprometidos sobre los habilidosos: “El talento no lo es todo. Necesito más ejecución, más entrega y más sentimiento”, plantea. Como dijo cuando anunció su primera convocatoria mundialista, lo que busca de sus jugadores es “rendimiento, productividad, eficiencia”. Para un hombre que cumplió los objetivos de su vida a fuerza de sacrificio y no de habilidad, es lógico pensar así. Su página web es la vidriera perfecta de su alma futbolera. Trabajo táctico, pizarrón y más videos.
Después su paso exitoso por Perú, Pinto dirigió en Venezuela y en Centroamérica. En 2006 regresó a Colombia y ganó su único título allí, en Cúcuta. Ese trofeo lo puso en la Selección, pero duró menos de años. Lo echaron tras un par de derrotas en las Eliminatorias para Sudáfrica 2010. Al despedirse culpó al plantel del fracaso. “El sacrificio de algunos jugadores por la camiseta de Colombia no es el mejor”, disparó.
En 2011, cuando lleva dos partidos como DT de Junior de Barranquilla, lo convocaron desde Costa Rica. Ya había estado allí en 2005. Había ganado la Copa Centroamérica y había dejado al equipo al borde de la clasificación para Alemania 2006. La prensa lo odiaba. Hablaba poco y era prepotente. Su pequeño bigote no lo hacía más querible. Lo despidieron arriba del avión cuando volvían tras empatar en Trinidad y Tobago. Nunca quedó claro por qué, pero era evidente que había hecho enojar a alguien, otra vez.
Hoy el Profe disfruta su mayor éxito. Su equipo es la revelación de la Copa por su juego dinámico y de buen toque. “Venir a un Mundial a tirar el balón para arriba no existe más”, le explicó a Maradona. Hasta para defenderse, entiende, hay que controlar la pelota. El DT que metió a Costa Rica entre los ocho mejores del Mundial, que va a jugar por un lugar en semis contra la Holanda de Van Gaal, quizás su alter ego nórdico, no puede dejar de ser él mismo.
Sigue siendo estudioso, perfeccionista, disciplinado y, claro, provocador. “Quiero dedicar este triunfo a Mourinho, uno de mis ídolos. Dijo que no íbamos a sorprender dos veces a equipos grandes. No puede decir eso, sobre todo porque todavía pueden faltarnos tres o cuatro partidos”, se despachó tras la victoria ante Italia. Así es Pinto, cuando dudan de él, ni a sus héroes perdona.