– Amor, murió Perfumo.
El sacudón de hombro no había hecho el efecto de esas palabras. Me incorporé, con los ojos y el corazón atónitos. “No me firmó El Gráfico”, pensé o dije.
Maxi no me despierta nunca al irse a laburar. A veces, siento su beso suave. Pero, no me despierta.
– ¿Cómo?
– Murió Perfumo, lo dijo Anguita.
Sus ojos se achicaron y su boca hizo esa mueca de sonrisa amarga que aparece cuando llora. Odio verlo llorar. Pero, había muerto el Mariscal Roberto Perfumo, claro que lloraba.
Me levanté, mientras él se iba. Subí la radio y quise verificar la información. Llamé a Leandro Lacámera, subgerente artístico de Radio Nacional, donde también trabajábamos el Mariscal y yo. Leandro no lo podía creer. Estaba angustiado y atropellado por cómo abordarlo. A veces, este laburo nos empuja a la frialdad, para producir la conmoción de otros.
“No me firmó El Gráfico”. Lo veía todos los días en el pasillo de la radio y no le había llevado El Gráfico para que lo firmara.
Mi viejo se acuesta tarde y se levanta en consecuencia. Eran las siete pero, tenía que decírselo. “Murió Perfumo”, escribí en el mensaje de texto. Enseguida respondió con la tristeza merecida.
Él me había regalado El Gráfico del ’66, el del Racing Campeón. La revista se había salvado de inundaciones, bichos y años de miseria racinguista. La edición del 22 de noviembre de 1966 traía una “lámina central a todo color” con la foto del campeón, mi campeón, más allá del de 2001, que tuvo olor a gas lacrimógeno por el país prendido fuego. Había seguido esa campaña, con partidos buenos y otros malos, con árbitros chorros, con la sagacidad del Chanchi Estévez y los huevos de Vitali, con el Paso a Paso y las payasadas de Chatruc. El del 2001 era un Racing de carne y hueso. El del ’66, después Campeón del Mundo, era de bronce, inmaculado.
Y Perfumo no me había firmado ese Gráfico.
En el ’96, de alguna manera llegamos mi viejo y yo a una raviolada en Vicente López, por los treinta años de Racing Campeón. Ahí estaban algunas glorias: Rulli, Martín, Pizzuti y Saccol (porque ese presidente también era una gloria, comparado con los tránsfugas que hundían a Racing hacía mucho). Había llevado El Gráfico y todos lo hojearon fascinados, estampando su firma sobre su foto.
Un par de meses después, me fui de vacaciones con mis amigas. Por primera vez, sin adultos a la vista. Una quincena loca en Gesell, con días cortos y noches largas que no dejan muchos recuerdos sino sensaciones. Ese verano mataron a Cabezas y la Costa Atlántica y la Argentina toda se ponían más espesas. Hubo una única mañana gesellina que me vio despierta: no dormí para tomarme el bondi interbalneario y llegar a Valeria del Mar, donde Racing hacía su pretemporada. En el plantel estaban Nacho González, el Mago Capria, De Vicente, Úbeda, el Negro Galván… No me importaba: iba a ver al Coco Basile y al Panadero Díaz, con El Gráfico en la mochila, a lo Tom Hanks en La Terminal sin que se hubiera estrenado.
Le expliqué a alguien, a través de un alambrado, y al rato tenía a los defensores, campeones e incrédulos, preguntándome qué hacía ahí por esas horas – las nueve de la mañana eran el alba para ellos también – sola y con esa reliquia en las manos. Nos fuimos, mi Gráfico y yo, con dos nuevas firmas, una doble: tapa y póster central.
Faltaban otras, célebres. La de Cejas – que nunca tendré -, la del enorme Chango Cárdenas que una vez nos sirvió helado en cucuruchos a Maxi y a mí en los primeros meses de noviazgo, la de Perfumo. Increíble no tener la firma del Mariscal. Había muerto Perfumo sin firmarme El Gráfico, cruzándolo todos los días en los pasillos de la radio.
– Micaela, no paro de actualizar las páginas de los diarios y no sale nada de Perfumo – la voz de mi viejo sonaba a reproche. Un poco hacia mí pero, sobre todo, hacia los diarios que no se hacían eco de semejante noticia. Qué tristeza.
Sonó de nuevo el teléfono. Era Leandro con tono más calmo, aclarando que había muerto Roberto Prefumo, compañero de Eduardo Anguita en la radio y mucho antes, en otras andanzas.
La no-noticia corrió rápido en la familia: Perfumo estaba vivo, pobre Prefumo.
Esa tarde fui a trabajar con El Gráfico otra vez en la mochila. Los compañeros de Deportes me invitaron a pasar al estudio y le resumieron la anécdota del día.
– Mariscal, quiero decirle que toda mi familia lloró su muerte.
Soltó su carcajada y recorrió la revista embelesado, antes de dibujar, para siempre, su firma sobre su foto.
Hoy, cinco años después, me deperté con la noticia en la radio. Pero, Perfumo vive y va a salir porque nadie pasa por su área sin caerse. Ni siquiera la Muerte.
Mariscal, usted no se muere. Póngale la firma.