A 23 años de su aparición, cuando se cumplen ya 40 años del asesinato de Oscar Bonavena, se reedita Díganme Ringo, la excelente biografía escrita por Ezequiel Fernández Moores. La pueden conseguir únicamente por internet en Periodistas viajeros. Se la recomendamos y compartimos un capítulo muy divertido:
Ringo Sheriff
Los dos últimos años que Ringo pasó en Buenos Aires, 1974 y 1975, tuvieron como escenario al célebre dúplex que el boxeador había comprado en República de la India y avenida Libertador. Era un séptimo piso de ciento cuarenta metros, con enormes ventanales que se desplegaban sobre el Jardín Zoológico. Barrio elegante que recuerda la estadía de Ringo, aunque pueda resultar extraño, por su discreción. Sus vecinos lo evocan cuando pasaba todas las tardes por el kiosco de revistas de Lafinur y Libertador. Allí compraba la Quinta de La Razón y se sentaba en la confitería Doney a comer un enorme sandwich de salame, un fernet con Coca Cola o un capuchino. En el departamento, donde había instalado un gimnasio propio, pasaba largas horas observando con un catalejo a sus vecinos. Se lamentaba porque no alcanzaba a ver a la vedette Nélida Lobato y apuntaba, sin disparar, a los animales del Zoológico con un fusil de mira telescópica, el mismo que usaba para jugar a los cowboys con Héctor Ricardo García. ¡Cómo iba a disparar a los animales si decía que eran sus mejores amigos en esa zona de gente tan distinguida! “Salgo al balcón para hablar con el león y mis mejores amigos del barrio son las águilas”, sonreía.
Cuando no se entretenía con sus amistades zoológicas, Ringo, sentado sobre uno de los sillones de terciopelo rojo del living, de cara a una gran pared llena de trofeos y fotografías, jugueteaba con la colección de aparatos electrónicos que, junto con sus perfumes favoritos Fidji, Rabanne y Aramis, solía traer de sus viajes. Fidji era una fragancia femenina que se colocaba en exageradas dosis. El rasgo masculino lo apuntaban los habanos Partagás, de los que solía aprovisionarse cada vez que un barco norteamericano llegaba a Buenos Aires. Iba al puerto y a veces se quedaba a comer con los marineros de la tripulación, que se tomaban fotografias con él, a quien recordaban por su pelea contra Ali. Además de las habituales salidas a Mau Mau, Afrika, Hipopotamus, Rond Point y Tabac, Ringo encontraba siempre alguna nueva forma de llamar la atención. Una vez apareció de a caballo, como un jugador más, en una de las elegantes jornadas del Campeonato Abierto Argentino de Polo que se jugaba en el campo de Palermo. A pesar de que su carrera declinaba, la high society porteña siguió teniéndolo en cuenta. En 1975, por ejemplo, fue personaje central en una fiesta en el Tenis Club Argentino, donde llegó invitado por Margarita Zavalía Bunge. Al entrar al lugar, le dijo a su acompañante, un periodista amigo suyo: —Me invitan porque soy Ringo. Si no, acá sólo podría haber entrado como mozo. Nos quedamos una horita y nos vamos.
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La gran obsesión que ocupaba a Bonavena en aquellos días —además de las diatribas contra Isabel Perón— era su hipotético protagónico en la película Ringo Sheriff, una idea de Hugo Moser que habría de ser dirigida por Héctor Ricardo García y donde participarían el periodista José De Zer y una figura femenina aún desconocida. Así describió Ringo -aquel proyecto que nunca llegó a concretarse: “La verdad es que no sé qué saldrá de esta película, porque yo nunca actué y García jamás dirigió. Pero le tengo confianza porque no es ningún gil. Bueno, modestia aparte, lo cierto es que somos dos genios. Todavía, no sé con qué mina voy a trabajar en la película… Va a ser una sátira de western para que se diviertan todos. No va a tener sexo, pero sí mucho seso. Bueno, la verdad, esto todavía no lo tenemos resuelto porque a lo mejor hacemos una versión para la gente inteligente, la de afuera, ¿pescás? y otra para acá. Como te podrás imaginar, con el Tato (por el recordado censor del ente oficial, Héctor Paulino) no se puede arriesgar mucho… “No te imaginás las minas que andan con ganas de laburar conmigo en la película. Es una cosa de locos. Al principio pensamos en una vedette como Nélida Lobato, que es buena, tiene lindo cuerpo, pero no sé, tengo complejo de Edipo… Otra que quería trabajar conmigo era Laura Antonelli. Esa sí, ¡qué mina! Nos conocimos en Roma, me miró por todos lados. Yo le decía: “Tocá Laura, tocá. ¡Vamos! Animáte.” Quedó enloquecida conmigo. “¡Forte, forte!”, repetía a cada rato. Pero no pudo ser porque no sé qué problemas tenía. Cosa de mujeres… “¿Mirtha Legrand? Esa sí que tiene experiencia. En cine, digo. Pero no… Graciela Borges podría ser… es mi amor platónico. Pero ¡ojo!, esto no lo digo yo, lo dice ella. Lo que pasa es que Graciela me vendría bien para otro tipo de película. Una como Triángulo para cuatro, por ejemplo. Pero, eso sí: si alguien se interesa en mi actuación, sólo aceptaré trabajar cubriendo el rol del tipo que engaña al marido. Porque a mí no me engaña nadie. No quiero hacer el papel de Monzón en La Mary… A la Susana Giménez no la elegiría. Para hacer algo conmigo, todavía le falta escenario, hacer algunas películas más… Yo, en cambio, ya estoy listo para filmar lo que sea. Sí, drama también, ¿por qué no? Además, a lo mejor canto en la película de cowboys. Como ves, tengo pasta para hacer cualquier cosa. Porque yo soy un playboy, viejo. Un playboy en serio…”
Los esponsales del cine y el boxeo han dado a luz frutos varios y sabrosos. Un Chaplin todavía mudo gesticuló en Carlitos boxeador. Los amantes del realismo admiraron las decenas de kilos que Robert de Niro engordó para componer un Jake La Motta verosímil en El Toro Salvaje de Martin Scorsese. Errol Flynn fue Jim Corbett en El Caballero audaz y James Earl Jones interpretó a Jack Johnson en La gran esperanza blanca. Muhammad Ali no encontró un actor que pudiera vestir sus guantes y actuó de sí mismo en El más grande. Sylvester Stallone homenajeó al sueño americano con Rocky. ¿Será lícito sospechar que el producto pergeñado por la dupla Bonavena-García no hubiera reconocido filiación alguna en esta larga lista? Quizás el pariente más próximo del film nonato sea el western Vivo o muerto… preferiblemente muerto que protagonizó el italiano Nino Benvenuti. José De Zer dio algunas pistas sobre la trama de la película:
—Era una de cowboys, en un lugar imaginario, donde Ringo era el sheriff. Se trataba de una ciudad toda rodeada de frontera. La provocación estaba en ir hasta los lugares de esa frontera y atraer pistoleros, clientes, giles, turismo delincuente. Yo siempre tenía que andar detrás de Ringo, en un burro, arrastrando un féretro. Él era el que mataba. Es decir, le tiraba tiros a cualquier pelotudo que cruzara la frontera y yo, inmediatamente, lo turraba, le sacaba los mangos que tenía en el bolsillo e íbamos cincuenta y cincuenta. Yo también los enterraba y en eso también íbamos a medias. En su negocio de hacer boletas, yo era su socio enterrador. Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. El proyecto entusiasmó a Ringo bastante tiempo. Viajó a Lobos, al campo de la familia Blaquier, para ver su caballo y aprender a cabalgar, estudió escenarios en La Rioja, apoyado por el gobernador Menem y envió a un amigo a inspeccionar si Trenque Lauquen podía ser otro de los lugares de filmación. Llegó a comunicarse telefónicamente con Elia Kazan en los Estados Unidos. Según Bonavena, Kazan le prometió prepararle un guión. ¿Se propondría el director americano hacer una remake de su célebre Nido de Ratas, donde Marlon Brando interpretaba a un patético ex boxeador?